La grandeza de las grandes novelas se encuentra en cómo son capaces de soportar el paso del tiempo, en su "atemporalidad". La grandeza de una nouvelle como es esta que hoy traemos a colación, El parque , de Marguerite Duras, está en la inmortalidad de la obra pero también en lo que nos cuenta con palabras sencillas, personajes sencillos, en donde se desarrolla, aparentemente en una ciudad cualquiera que bien podría ser el Paris de 1954, o el Madrid de 2014. La autora se sirve de un encuentro puramente casual, uno de tantos que posiblemente habría tenido ella mismo en el bosque Boulogne de París, entre una joven empleada de hogar y un vendedor ambulante, ya en el ocaso de su carrera. Entre ambos, sentados en un banco del parque, se establece un diálogo que no hace sino enfrentar dos mundos aparentemente dispares, pero profundamente iguales y, lo que es peor, llenos de sinsabores. Dos visiones que se corresponden con las de dos generaciones aparentemente opuestas, rebelde la de la mujer, resignada la del viejo vendedor ambulante, y todo a través de una conversación reveladora de sus propias vidas, miserias, sinsabores, deseos, tristezas y añoranzas. Una obra mayor, El parque , que no hace sino demostrar que Marguerite Duras es sin duda una de las grandes damas de la literatura francesa del siglo XX. En otro punto del planeta, en el Epitafio para Nueva York , Adonis, seudónimo del poeta sirio-libanés Ali Ahmad Saíd Esber, poeta excepcional a quien duele su país y su cultura árabe, revisita el poemario Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, escrito entre 1929 y 1930, en medio de la más voraz crisis económica que asoló a occidente en el siglo pasado. En cierto modo, rememora la experiencia de la gran civilización occidental vivida por Lorca en Nueva York. Y también en este hecho existen hoy concomitancias, pues navegamos todavía en medio de otra crisis terrible que sigue implantada en occidente desde 2008 y nos evoca tristemente la función que cumplen los conflictos armados en el esquema de la recuperación. La lectura de Nueva York que hace el Epitafio , paralela en varios sentidos a la lorquiana, pone el acento en los elementos de insolidaridad y confusión que ha impuesto la civilización occidental en el modo de vida del siglo XX, los cuales están descarnadamente presentes en la Gran Manzana. Asimismo, pone también su acento, quizá con más dolor, en la añoranza bélica y expansionista de occidente Y es que no hay que olvidar que el propio poeta lo ha explicado en alguna ocasión: "Si escribir es crear, crear es vivir en peligro; sólo podremos ver la imagen del mundo naciente a través del ritmo de la palabra que destruya la imagen dominante del mundo".