La rentré literaria del otoño ha sido generosa este año. La acumulación de obras y novedades es de tal envergadura y calidad que se hace difícil escoger alguna para recomendar. Pero indudablemente, y gracias a las redes sociales, hay una que esperaba con cierta ansiedad y curiosidad hace meses. Se trata de Los reinos de papel, subtitulada Bibliotecas de escritores, obra en la que de la mano, mejor de la pluma, de Jesús Marchamalo, descubriremos «un poco», tan sólo «un poco» el contenido de las exigentes bibliotecas de escritores tan queridos como Elvira Lindo, Julio Llamazares, Eduardo Martínez de Pisón o Marta Sanz, por citar solo a algunos. Sus pequeñas manías, sus rituales, aquellos objetos que cohabitan con sus libros en los estantes, esperando quizás la oportunidad de convertirse en personaje de una novela... Contra el criterio que actualmente se extiende de que quienes continúan (continuamos) alimentando una biblioteca, tenemos acaso una deformación del síndrome de Diógenes, habría que decirles que una biblioteca, como estas que disfrutaremos en Los Reinos de Papel, nace en la adolescencia de una imperiosa necesidad de acumular saber y se mantiene como un último esfuerzo humanista de transformación del mundo que nos rodea. Marchamalo, a quien Antonio Gamoneda bautizaría cariñosamente como un «Inspector de bibliotecas», lo sabe. Es difícil, por otra parte, descubrir a estas alturas a los lectores algún aspecto desconocido de la gran autora londinense Virginia Wolf. Su figura literaria y humana es de tal calibre que resulta por sí sola capaz de solapar cualquier intento de ello. Sin embargo, estamos ante un ejercicio literario desconocido, para muchos, y es que la autora de Las olas y Orlando, por ejemplo, une a sus dotes de narradora la cualidad de haber sido gran lectora y crítica literaria, en un tiempo en que ésta era dominada por los hombres. Horas en una biblioteca reúne ensayos críticos de novelistas tan variados como Rudyard Kipling, Herman Melville, Dostoyevski, Joseph Conrad o Jane Austen, por citar algunos. Escritores que no hacían sino recordarle la hermosura de un oficio predestinado a los hombres y en el cual las mujeres habían tenido que abrirse camino no sin cierta dificultad añadida. No en vano, Virginia Wolf es una precursora del feminismo, actividad «política» que a veces eclipsará su obra. Y es que Virginia Wolf, como tantos otros autores del siglo XIX, dedicaría su vida a la búsqueda de un equilibrio interior, entre novelista, lectora y crítica literaria. Un equilibrio que en muchos casos conseguiría encontrar leyendo a sus colegas. Pero que en otros no haría sino ahondar en sus propios miedos y fantasmas.