‘Con el viento de cara’. Autor:Roberto Ruiz de Huydobro. Editorial: Adeshoras. Madrid, 2017.

El territorio de la niñez, o al menos el niño como protagonista, desapareció de la narrativa castellana durante siglos, si bien en el género picaresco este personaje cobraría singular importancia, porque quién no recuerda a un infortunado Lazarillo y el resto de secuelas, femeninas y masculinas, aunque lo cierto es que el personaje no reaparecería literariamente hasta el XIX, con los entrañables personajes, Rosa y Pinín, los huérfanos de ¡Adiós Cordera!, o los niños que alimentan y cuidan al tierno animal de Platero y yo, e instalados ya en pleno siglo XX, y a lo largo de una dura postguerra de luces y sombras, la infancia de Pepe Garcés y Valentina, en Crónica del alba; Daniel el Mochuelo, de El camino; Quico, de El príncipe destronado, y el curioso protagonista de Las industrias y andanzas de Alfanhuí, un niño que vive en un mundo donde todo es posible, o Santi, junto a otros niños vizcaínos durante la guerra, en El otro árbol de Guernica; y las niñas, sus juegos y el descubrimiento del mundo de los adultos en Barrio de Maravillas, personajes que con fuerza protagonizan lo mejor de la narrativa de la posguerra española. Así que ese espacio, o territorio de la infancia nunca resulta fácil visto desde el mundo de la ficción y cuando se vuelve la vista atrás uno no deja de transcribir aquellos episodios que, con paso del tiempo, han marcado los primeros años de nuestra vida y cuando los volcamos en un puñado de cuentos, solo entonces sopesamos los momentos vividos en una ya lejana infancia, o en una posterior adolescencia.

El bilbaíno Roberto Ruiz de Huydobro se incorpora al mundo de la ficción con un volumen de cuentos, Con el viento de cara (2017), un puñado de relatos que traducen su realidad en ese permanente deseo de convertir una existencia en un trayecto más llevadero para dulcificar así parte de una vida.

Unas inquietudes que se interpretan como el triste devenir y el recuerdo de su primer cuento, «Alimañas», la vivencia de un niño de nueve años que descubre el dolor tras la contemplación de una sorprendente pareja de comadrejas, durante un verano y en la casa de campo de sus abuelos, con un evidente triste final, o el valor de la amistad en «Las bicicletas nuevas», un curioso relato donde competir no resulta lo más importante, y quién no ha guardado un secreto como el que esconde «El obús» de consecuencias imprevisibles, y de un dramatismo sin dimensiones calculadas. La primera parte de Con el viento de cara, que Huydobro titula «Los años perennes», muestra esa dulce mirada, ese asombro infantil o ese despertar a toda una suma de heroicidades que solo la mente de un niño es capaz de llevar a cabo, y luego están las situaciones comunes y compartidas con la infancia, sin duda, de muchos de los lectores de estos cuentos; otro aspecto ofrece la segunda parte, «Los años caducos» que, de alguna manera, conforman el desengaño y el descubrimiento de nuevas sensaciones, o la constatación final de una suprema verdad: la realidad vivida mucho más compleja y en constante zozobra porque esos recuerdos ya son parte de una vida pasada, y porque crecer implica en nuestra vida alguna forma de entender la violencia contra quienes impone su autoridad. Cuentos como «La zanja» y «La señora Petra» son dos cuentos entrelazados, esas historias de un pasado que acercan a un adolescente a la madurez, y donde se cuenta el horror de un episodio particular de esos tantos olvidados por la guerra civil y la represión, y que solo con el paso del tiempo la justicia será capaz de restituir; y el resto de relatos, «Un trozo de papel» y «Polos opuestos» se convierten en instantes de maldad o el despertar sexual ante la belleza de una desconocida; «El limpiabotas» deja entrever que cualquier tiempo pasado fue siempre mejor y cuentos como «Los libros más vendidos» y «Marilyn» recogen anécdotas de un ansiado éxito o una ansiada relación sexual con el mito erótico de todos los tiempos.

El volumen lo cierra a modo de epílogo o síntesis final, «La vida en falso», el relato más extenso y, de alguna manera, la historia completa, bastante condensada en sus páginas, y que nos ofrece ese difícil paso de una realidad infantil a esa otra adulta más compleja, cuando el tiempo transcurrido ha puesto las cosas en su sitio, o la perspectiva ha cambiado a los personajes por completo.

Los cuentos de Ruiz de Huydobro se caracterizan por una aparente sencillez narrativa, la concisión y la precisión sintáctica envidiables y el vocabulario empleado resulta magistral.

Los procesos psicológicos internos de sus personajes, en general, están representados por esos otros sucesos externos perceptibles por los sentidos del curioso lector porque entre otras características, el autor expone los hechos y los enmarca en un solo escenario, a modo de crónica, aunque la situación en sí misma sea decisiva: el autor dice o relata lo esencial sobre lo que viven los personajes implicados porque estos, sin duda alguna, trasiegan de lo verosímil a lo sobrehumano, a lo casual de nuestras vidas, y porque el lector necesita un final, y además un final cerrado y convincente, esa frontera que la literatura establece entre la historia contada y la vida misma.