Dentro de ese saco sin fondo que para don Pío Baroja era la definición de novela, existe un subtipo que llamamos novela iniciática. Se trata de un texto en el que un personaje, el protagonista, se va haciendo, se va construyendo al relacionarse con otros y también con elementos no humanos como un lugar, un animal, una idea, en realidad con cualquier elemento que sirve para el proceso complejo de la formación de la personalidad. Entre otros ingredientes, El Valle de los Riscos de Carlos Guillermo Navarro, editada por Guadalturia, es un texto de iniciación. Navarro es un buen ejemplo del escritor esforzado, del escritor que tiene una dilatada trayectoria con resultados más que notables pero que no ha cedido a la oportunidad, a la moda; su entrega al texto es total. Los libros del autor de Utrera exigen una correspondencia por parte del lector, debe esforzarse, debe saber que se enfrenta a buena literatura y no a la tan repetida estructura de sujeto, verbo y predicado, con pocos complementos porque eso es complicado. Le garantizo que leer una novela como la que analizo produce mucho más placer que la banalidad dominante. La estructura de los bloques pasa de una narración en primera persona a contar en tercera persona, para concluir de nuevo en primera persona. El protagonista es Javier Tena, el iniciado, que cuenta y del que se cuenta a modo de narración omnisciente.

La novela comienza con la vuelta de Tena, en el declive de su edad, al lugar, al Paraíso donde pasó unos veranos, los fundamentales en su desarrollo emocional, en la forja de su personalidad más íntima porque va unida al nacer del sexo y del amor. El Valle de los Riscos es un locus amoenus, un lugar perfecto, de una extraordinaria belleza natural, de una naturaleza armónica en la que el sujeto se entrega al orden sencillo del paso de las estaciones. El núcleo narrativo es la familia Robledo, de uno de cuyos miembros, Ángel, el protagonista es amigo, aunque con el tiempo el foco de ambos se va alejando para centrarse en otros miembros de la familia. He afirmado que esta novela es de iniciación y también lo es de degradación, en un doble sentido: de los personajes y del mismo valle. Este paralelismo está perfectamente estructurado. En contra de la tradición de la familia noble que se deshace con el paso del tiempo y la impericia de sus miembros, los Olmedos son ejemplo de una burguesía laboriosa: el patriarca creó una fábrica de vinos con mucho éxito. En la novela planea una cierta maldición genética. Varios miembros de la familia, quitando los hijos menores, tienen las constantes del juego, de la bebida y del puterío. Por estas tres vías se van los recursos y llega un momento en el que las deudas se van comiendo todo lo que se les pone por delante.

Una novela compleja como esta tiene muchos registros. Si buscamos una línea narrativa fundamental la encontramos en la palabra venganza. Un personaje clave es Samuel Casado, un empleado, un hombre listo e indocto. Una de las hijas de don Arturo, María del Rosario, que iba para monja, queda embazada de él y, como era típico de la época, la llevan a Londres para que aborte; el causante es expulsado del valle pero volverá rico y poderoso, dispuesto a una venganza sin límites.

Otro aspecto importante es la realidad diaria de la España de la dictadura, en la que los poderosos campan por sus respetos; para ello, el narrador crea otros núcleos que destacan por su intensidad, hasta el extremo de que se convierten en historias completas que se narran con interrupciones, lo que no las convierte en novelas dentro de otra novela en la formulación tradicional. Es el caso de la presencia de los pobres y la historia de la chica de los palmitos. Javier la encuentra de casualidad; es una joven de gran belleza. La vuelve a encontrar en su casa, la sorprende robando unos chorizos y una pata de cerdo, ella y su padre pasan hambre, una palabra clave. Los encarcelan y Javier le pide a su padre que interceda, lo que no puede imaginar es cómo encontrará a la joven. Esta historia sirve de muestra para denunciar que una desgracia en la casa del pobre no merece la pena ser investigada. La caridad de la época se ofrece en la visita del protagonista a la casa de la familia de la chica de los palmitos. La madre es una figura que adquiere rasgos imponentes de dignidad cuando rechaza el dinero y los alimentos. La venganza de Samuel Casado se ceba en Raquel, otra hija de don Arturo. Samuel irá adquiriendo los pagarés y se hará dueño del patrimonio de los Olmedo. Se casa con esta joven llena de vida y belleza y la va destruyendo sin piedad. El aspecto más hermoso y lírico de la novela es el sentimiento del protagonista por Amparito. No es que el muchacho sea un santo pero este amor permanece en el tiempo y cierra la evocación. Ruina del valle, urbanizado, ruina de la edad y leve perfume del recuerdo feliz.