Hay premios y premios. En un universo confuso donde los perfiles se difuminan, el montante económico de los galardones sirve de termómetro de la calidad del libro que los gana, gran error. La calidad no tiene nada que ver con la cuantía. El prestigio, concepto diferente al de popularidad, aunque pueden coincidir, no se consigue a golpe de chequera, aunque lo parezca e incluso puede que así sea desgraciadamente. En todo caso me quedo con mi postura. Los premios se prestigian de verdad con las obras que los ganan y no con masivas campañas publicitarias que, eso sí, favorecen mucho las ventas. El prestigio nace de la calidad.

Julian Barnes ha recibido premios muy importantes y los merece porque es un gran escritor del que me declaro admirador incondicional. Estamos ante un gran narrador del que Anagrama acaba de publicar Niveles de vida .

Once novelas de Barnes se han publicado en la editorial catalana, un esfuerzo que nos permite analizar con rigor la evolución estilística del escritor, del que quiero destacar dos cualidades: originalidad estructural y originalidad temática. En esta narración se aprecian ambas de manera eminente. Tres historias independientes, las dos primeras con referentes precisos en la historia, la tercera con la soledad y la muerte como protagonistas. Las tres se imbrican, se cruzan, no por el nexo de causa-efecto, sino por un lazo más misterioso y estrecho, por la lógica de la narración, por el lenguaje.

"Juntas dos cosas que no se habían juntado antes", ¿qué puede suceder?, ¿puede cambiar el mundo?, ¿puede que nada cambie? Siempre hay cambio, mayor o menor. La primera parte se titula El pecado de la altura y se inicia con un dato histórico e incuestionable. El coronel Fred Burnaby despegó en globo el 23 de mayo de 1882 de la fábrica de gas de Dover. A este, siguen dos más: el vuelo de Sarah Bernhardt con su amante Georges Clairin y el de Tournachon. Estos datos nos llevarían a un manual de historia de los vuelos aerostáticos y podrían ser germen de una historia en sentido tradicional; pero no, Barnes es fiel a sí mismo y se sube al alambre de la frontera entre ensayo y novela, da un paso de acción y dos de reflexión, utiliza una cita como esta de la Bernhardt: "mi naturaleza soñadora me transportaba continuamente a las regiones más altas".

Se trata de la clásica afirmación de trascendencia que el autor contrasta con lo cotidiano, con los sueños y las frustraciones, con los éxitos y los fracasos de unos seres singulares, soñadores, visionarios. En la misma página en la que aparece la cita anterior se nos cuenta cómo los lugareños ayudaban, entre sorprendidos y divertidos, al aterrizaje. Es el caso de Burnaby, que cena opíparamente con los campesinos, que duerme en su casa y se marcha muy contento después de dejarles media corona. Dos niveles, dos cosas que nunca se habían unido y que se encuentran como por casualidad. Casi eruditas, sin concesiones, son estas páginas que, de manera misteriosa, mantienen un intenso interés. El hombre reta a Dios conquistando el cielo, tocando la región reservada a los elegidos, invadiendo la metafísica desde la física y el detalle de lo pequeño, de lo mínimo ante tanta inmensidad.

La segunda parte se titula En lo llano y se cruzan la Bernhardt y Burnaby en este juego de rompecabezas del que me seduce la perfección de la estructura y que participa de la biografía, de la novela realista y del ensayo, seguramente este es el secreto, el mestizaje de los géneros que lleva a esa originalidad a la que me he referido antes y que Barnes maneja con absoluta maestría. Esta vuelta de tuerca se realiza sin experimentalismos innecesarios. La historia de amor y desengaño es una más pero es también única, conseguir esta singularización es muy difícil.

La tercera parte se nomina La pérdida de profundidad . Es un cierre perfecto, la historia que lleva de la reflexión a la emoción es la mejor. Insisto en que la triada es relativamente independiente y los territorios que quedan fuera de la relación de causa-efecto, los más atractivos.

Los temas son pocos y eternos en lo finito; el afán de trascender se estrella con la muerte. Existe esa trágica disfunción entre el tiempo vivido, el del calendario y el tiempo interno de cada uno que suele ser, siquiera idealmente, más dilatado en su virtualidad. El choque entre ambas perspectivas es choque de trenes. En una pareja fallece uno de los dos y qué queda. Con un profundo lirismo, con referencias a gustos como la ópera. Son páginas que hay que leer.