Los días se han acelerado tanto que cuando una se los encuentra andan ya mediados y no hay manera de alcanzarlos. Se te escurren como una sabandija entre las manos. No se sabe por qué los relojes y los tiempos corren que se las pelan, tanto que las semanas de hoy son, más que semanas, mariposas. Y los meses, más que meses, semejan viajes de ida, cuando acuerdas han volado tres en uno y desembarcas en año nuevo.

No ganas para tiempo, porque además es que nadie te vende tiempo. Los meses de antaño, esos sí que eran meses, con sus treinta días bien contados y cada uno con sus veinticuatro enteritas horas y de balde.

Ahora le pones la naftalina al edredón, guardas las enagüillas, sacas la ropa de verano, te sientas a hacer un crucigrama, miras por la ventana, y resulta que las hojas de los árboles están todas marrones.

Y tú sin darte cuenta, creyendo tontamente que faltaba un año para todo.