Hasta la literatura es más cabal que la política. Tal como anda todo, cualquier acción humana lo es. Por muy audaces que fueran Madame Bovary o Ana Karenina, su arrojo se arredra ante la tamaña vanidad de algunos que no dudan en burlarse, como chavales alocados, de la justicia; ni dan puntada sin hilo para descreditar al gobierno legítimo. Por muy mesurado y prudente, uno se indigna contemplando el irrisorio espectáculo de la pedantería que visionamos y toleramos al amparo de las leyes. Es una pena que el bovarismo del expresidente catalán no lo haya abocado al suicidio político, como debiera haber acaecido a todas luces, y se siga empeñando infantilmente en ser líder de una idea que lleva a Cataluña al más oscuro desbazadero. Ojalá las elecciones pongan en su lugar a quienes no han traído más que desorden en una comunidad autónoma, crisol de solidaridad y coherencia.