Lo primero que sentimos al concluir la lectura de la última novela del jiennense Salvador Compán, El hoy es malo pero el mañana es mío (Ediciones Destino), es su complejidad y riqueza estructural, así como la conformación de un mundo perfectamente orquestado que suena como una sinfonía lingüística de primera mano. Las secuelas de la guerra civil en un perdedor, Vidal Lamarca, concitan un primer elemento de interés pero también la novela de aprendizaje en torno al narrador Pablo Suances, la historia de amor y adulterio entre Lamarca y Rosa Teba, la relación de Lamarca y el falangista Lanza, que nos permite adentrarnos en una posguerra soez, y la singladura de dos mundos (los años sesenta junto con la guerra y la posguerra). Pero, al mismo tiempo, encontramos la novela en construcción, el poder de la metanovela, en este caso a través de la serie de dibujos que Lamarca va creando para conformar una novela gráfica. Y, junto a todo ello, la ciudad de Daza como un territorio vital y personal de Compán, en donde se aúnan la sílaba final de Úbeda y la final de Baeza, en una ciudad bipolar que posee una singular eficacia y nos advierte de una tradición ya consolidada en autores como Díez, Mendoza, Marsé, Umbral, Longares, Muñoz Molina, Soler...

La estructura temporalmente en un prólogo, que establece el marco espacio-temporal y de personajes (junto a la simbología de Antonio Machado del que toma el título y que determina un relevante designio: «Como a Machado, será el coraje ético el que lo arrancará de su letargo», p. 24) y cinco apartados, en torno a los años 1964, 1936, 1964, 1939-1940 y 1940-1969. Estos nos advierten de las continuas analepsis y prolepsis, y el camino de ida y vuelta en la construcción de personajes y situaciones, que son continuamente interrumpidas para ir creciendo posteriormente llenas de interés, como actos que presagian la memoria histórica (también la personal) y como magma que determina y conforma el futuro. Siendo el compromiso y la ética singulares elementos axiológicos de esta sinfonía.

La temática de los perdedores y su estatus vital en una época de presidio social (Vidal Lamarca es un esclavo de esa posguerra a través de la figura del falangista Sebastián Lanza) es un frente que abre el autor desde un origen de delación y traición del que parte. La acumulación de situaciones y vivencias se enlazan a través de una urdimbre bien trazada en la que el asesinato, como elemento que conmueve a la intriga, está muy presente provocando la agitación del lector. Desde el comienzo Rosa Teba (la madre de Raúl Colón y mujer de Pedro Colón, director de un banco en Daza) siente que su existencia ha perdido la razón de ser hasta que se despierta con el encuentro de Lamarca. El joven Pablo Suances, como todos los adolescentes, transmite una visión de descubrimiento, no ya solo vital sino también histórico, y su punto de vista tiene la emoción de lo juvenil.

Al mismo tiempo, no es ajeno a la cimentación de una imagen del espacio de Daza tanto como al de una época: los años sesenta. Y cuyas confidencias con su amigo Raúl transigen con el descubrimiento de la sexualidad y a la vida en esa especie de bildungsroman que amplifican.

Junto a ello, ya desde las primeras tintas de Lamarca, observamos que se configura una novela gráfica donde asoma una pistola y un disparo sobre Lanza y el juego narrativo entre la realidad, la ficción y el dibujo. Lanza, uno de los vencedores del conflicto, que había prometido al padre de Lamarca (que le perdonó la vida) sacar a Vidal de la cárcel, siempre y cuando éste delatase al dibujante Bluff, es un personaje fundamental, y Lamarca, sometido a él, un no hombre, humillado, servil y subalterno.

El mundo del arte y las reflexiones sobre el mismo (no olvidemos la condición de artista de Vidal Lamarca) y encuentros con otros artistas como el pintor Rafael Zabaleta, con el que mantendrá relación, le permiten a Compán adentrarse en un mundo que también él domina en su condición de pintor y le servirá al escritor para hablar de la mentira del franquismo, el revisionismo histórico y la inmersión en el concepto de culpa, al tiempo que Lamarca construye su novela gráfica. Lamarca es un antihéroe obsesionado con su pasado y con su historia personal, muy consciente de todo lo que ha perdido en la maldita posguerra y con la necesidad de construirse a partir de los 60 su propia conciencia como individuo si antes era un ser sin atributos.

Compán ahonda en la dinámica de sus disoluciones, en la degradación de los que perdieron e incide en un ámbito humanizador, porque son vidas que se van construyendo (en el caso de los jóvenes) o destruyendo (en el caso de Lamarca) a lo largo de los años mientras el amor parece ser el bálsamo donde puedan concentrarse y definirse para crecer, desde un antiheroísmo lleno de culpabilidades hasta la resolución del conflicto vital y las úlceras de la memoria.