Anneo Séneca, el Viejo, padre del filósofo homónimo, que vivió más de noventa años, frecuentó las escuelas de artes y de oratoria en Roma; apasionado por tales disciplinas, entre otras obras perdidas, escribió las Controversias y suasorias, páginas de aguda crítica literaria, género que él parece inaugurar, como su hijo hará con el género del ensayo, en las que, junto a su amor por las artes retóricas, encontraremos sabrosas noticias de la vida intelectual romana, entre otras, la de la existencia del primer poeta hispano-latino del que se tiene noticia gracias a este libro: el poeta Sextilio Ena, curiosamente también cordobés, y del que gracias a Séneca se ha conservado un único verso, que traducido dice: «Murió Cicerón, y quedó muda la lengua latina».

Brillante personalidad, a sus excepcionales dotes de persuasión y convencimiento Córdoba, la pompeyana Córdoba, sublevada contra un gobernador inepto, le debe también haberse evitado una segunda represión, tras su primer incendio y general matanza por César, por su inteligente intermediación en Roma.

Lucio Anneo Séneca es el gran filósofo estoico y uno de los máximos escritores latinos. Tanto por su estilo enjuto, de prosa vibrante y moderna, llena de antítesis y períodos breves, frente a la majestuosa amplitud ciceroniana, como por su lúcida actitud ante los vaivenes de la vida y la naturaleza humana, Séneca es, y ha sido, uno de los autores clásicos más leídos y de mayor vigencia a lo largo de los siglos. Culminando sus enciclopédicos tratados sobre las más diversas cuestiones filosóficas, científicas y naturales, con la abarcadora amplitud intelectual de un Goethe, sus famosas Epístolas a Lucilio constituyen todo un monumento de sabiduría moral y pulso literario, de imprescriptible vigencia. Como luego su discípulo renacentista Michel de Montaigne, Séneca se nos mostrará como un auténtico maestro de vida y acción política, así como un ejemplo de clarividencia ante los excesos del poder, iluminadores espíritus ambos del alma humana, llenos de benévola generosidad y piedad por los hombres: «lo que importa -nos dice- es aprender a dominarse a sí mismo y hacer el bien; nada más pueden pedir los dioses a los hombres». En su carta 147 -nos recuerda Monterroso-, «es el primero que sienta las bases de la dignidad humana. Es el primer pensador que habla de los esclavos como seres humanos, que nacen y mueren como nosotros y respiran el mismo aire que nosotros».

Séneca es, asimismo, el mayor autor dramático latino en sus nueve tragedias, entre ellas Hércules furibundo, Medea, Edipo, Tiestes, Agamenón..., siguiendo los modelos helénicos. Con estas nueve obras personales Séneca se convierte en el transmisor al posterior teatro europeo de las ideas y formas de la tragedia griega, sobre todo del teatro de Eurípides, al que llega a exceder en barroquismo y fuerza retórica. La filosofía senequiana inspira la ideología de estas obras, impregnadas, en su reflexión sobre el poder y la maldad humana, la venganza o el capricho de la fortuna, de hondos conceptos metafísicos y morales.

Sus efectos truculentos y espectaculares conmueven al lector o espectador de este teatro, caracterizado por una elevada intensidad poética y el gran virtuosismo de sus coros, llenos de imágenes y de un intenso sentimiento de la naturaleza, sin olvidar el impresionante coro de la Medea, en el que parece profetizarse el descubrimiento de un nuevo continente: «Llegará un día con el paso del tiempo/en que el Océano abrirá las barreras del mundo,/y se alzará de las olas, ingente, otra tierra;/Tetis nos revelará un nuevo mundo, y ya Thule/no será entonces la última de las tierras que conozcan los hombres».

GRAN INFLUENCIA

La influencia de estas obras fue inmensa, mucho más, por supuesto, que la del por entonces poco conocido teatro clásico griego, tanto sobre la escena del Renacimiento italiano como sobre la Europa moderna. Muy representadas y adaptadas en Inglaterra, incorporaron su terrorífico patetismo al teatro de Shakespeare y sus contemporáneos, hasta el punto que el famoso verso blanco inglés en el que está escrito la mayoría del teatro isabelino, según T. S. Eliot, «se concibió para reproducir el metro de Séneca, como su más apropiado equivalente». Igualmente ejerció gran influencia sobre la escena clásica francesa de Corneille y Racine, donde fue muy bien acogido por su tono intensamente patético y sus frecuentes monólogos moralizantes, muy adecuados al tipo de tragedia representada en la corte de Luis XIV.

El tema medular del teatro de Séneca es el de la oposición al tirano por parte del sapiens, del hombre sabio y estoico, curtido en el sufrimiento y fortalecido por la virtud -reflejo todo ello de la terrible época que le tocó vivir al poeta-. Ese mundo de venganzas, de crueldad y furor, sacudido por sanguinarios crímenes familiares, aflorará también en el gran poema épico-religioso Las Trágicas, de Agrippa D’Aubigné, la terrible epopeya sobre los conflictos y matanzas de las guerras de religión en Francia.

A Séneca le podemos atribuir la originalísima y personal creación de un nuevo y moderno género literario, el del ensayo. En el esplendor de la Francia del Renacimiento, Lucio Anneo tendrá uno de sus más nobles discípulos en Michel de Montaigne. Y junto a Plutarco, leído en francés, será el escritor más citado y venerado por el gran ensayista de Burdeos; hasta el punto que Francisco de Quevedo -hijo estoico del filósofo y uno de los primeros lectores españoles del francés, al que llamaba «el grave señor de la Montaña», hispanizándolo-, afirma elogiosamente de los Essais, que es «libro tan grande que quien por verle dejara de ver a Séneca y a Plutarco, leerá a Plutarco y a Séneca».

La universalidad de Séneca es incontestable. Ya en los precarios inicios de la Edad Media tanto su pensamiento como sus solemnes coros trágicos van a iluminar una obra de tan elevado aliento como la Consolación de la Filosofía, de Boecio. Y su huella continuará en otros géneros y otros siglos. Así, el estilo de su prosa concisa y tajante, de ritmo brusco y epigramático, sentenciosa y de gran densidad conceptual, de alta nobleza ética, servirá también de ejemplo para el estilo de la prosa de la época barroca en ciertos sermones y en la moderna pintura de caracteres: Francis Bacon, Gracián, La Bruyère, Pascal y John Milton escribirán en este tipo de prosa.

Filósofo, moralista y autor trágico, bajo el mandato de Claudio, Séneca vive ocho largos años de amargo exilio y soledad en la salvaje isla de Córcega, destierro que él nos comunica con sereno patetismo en el siguiente epigrama, que traducimos para la presente ocasión: «Esta bárbara Córcega llena de acantilados/aparece desierta y yerma en todas partes:/en otoño sin frutos, ni mieses en verano./Sin retoños que alegren su húmeda primavera,/no crece hierba alguna en su infecundo suelo/ni los dones de Palas nos brinda el gris invierno,/ni pan, ni agua, ni fuego para la última hoguera./Sólo dos cosas, tristes, hay en ella: el destierro/y el que en ella lo sufre, el desterrado».

A él igualmente se le atribuye una noble y heridora mención a su patria nativa, tan lejana: «Oh Córdoba, destrenza tus cabellos,/reviste tu semblante de tristeza/y envía a mis cenizas/el don precioso de tus lágrimas./(...) Pues yo, tu primogénito,/fijo estoy a esta roca, oh Córdoba, destrenza/tu larga cabellera y felicítate/porque Naturaleza te puso en el confín/último de los mares,/y mucho has de tardar en conocer mis penas».

UNA FAMILIA EXCEPCIONAL

Estirpe excepcional, (hasta las mujeres e incluso las cónyuges de esta familia fueron extraordinarias -los otros dos hermanos de Lucio Anneo igualmente fueron grandes hombres-), el trágico tema de las guerras civiles obsesionará a los miembros de este linaje hasta el punto de que su sobrino Lucano lo hará actualísimo argumento de su magno y muy moderno poema épico Farsalia. Este original poema sobre las guerras entre César y Pompeyo, en donde se canta con increíble precocidad poética la ya perdida libertad de los no muy lejanos tiempos de la República, atrajo la atención de los mejores espíritus y traductores, entre ellos la más reciente del también poeta cordobés Mariano Roldán, espléndida empresa recreadora en rotundos alejandrinos blancos y un lenguaje cultista de sintaxis latinizante, que es de justicia recordar aquí.

La gran fuerza trágica y el patetismo de Lucano, junto a la plenitud expresiva de su lenguaje, se aúnan a su noble intención ética en una especie de particular sello de familia. Gran poeta épico, muy admirado por Leopardi, que curiosamente lo consideraba superior a Virgilio, como su tío Lucio Anneo gusta también de decantar su filosofía sentenciosamente en versos lapidarios, en los que su genial madurez para tan verde edad llegó a acuñar pensamientos dignos de ser esculpidos o figurar en letras de bronce, en clásicas sentencias como «En una guerra civil, hasta la victoria es una derrota», o «Las espadas se forjaron para que nadie sea esclavo», grabado en los aceros de los sables franceses de los soldados de la Revolución.

Este digno vástago de tal tronco, Marco Anneo Lucano, nació también en Córdoba en el 39, y fue trágicamente segado en plena juventud, a los veintiséis años, por orden de Nerón, tanto por la acusación de cómplice en la conjuración de Pisón contra el tirano como por los enfermizos celos literarios del césar. Su personalísimo poema épico, cuyo argumento no se remonta a tiempos legendarios, como los anteriores, sino al inmediato pasado histórico de Roma, sin intervención alguna de divinidades mitológicas en el desarrollo de la acción, no va a exaltar a ningún héroe triunfante o vencedor, como suele ser tradicional en el género, sino precisamente a un vencido. Su robusta e impetuosa elocuencia, llena de pasión y amor por la libertad, su vibrante grandeza épica y moral, están al servicio de la radiante apoteosis glorificadora del vencido Pompeyo.

Admirable Séneca, y admirable también este riguroso estudio biográfico monumental que este aún joven y doctísimo profesor cordobés del siglo XXI, Alberto Monterroso, ha dedicado a la más egregia figura de las tantas nacidas en este suelo, tan fecundo en ellas a lo largo de su historia, así como a su decisivo círculo familiar.

‘Séneca.

La sabiduría del Imperio’. Autor: Alberto Monterroso. Editorial: Almuzara. Córdoba, 2018.