La editorial reino de Cordelia ha publicado un clásico, la obra más famosa del marqués de Sade, Los 120 días de Sodoma , la obra cumbre de la pornografía literaria de su momento y uno de los textos, sin calificativos, más importantes de todos los tiempos. Se trata de una magnífica edición con traducción y prólogo de la Baronesa de Convit y adaptada e ilustrada por el más que premiado y reconocido Miguel Angel Martín.

Es más que conocido el antecedente, El Decamerón de Bocaccio. Un grupo de personas se reúne en el castillo de Silling, están aislados del mundo, para contar historias y practicar todas las fantasías sexuales que se puedan imaginar; con especial intención en el dolor y el sufrimiento. El libro ha sido fuente de inspiración de muchas creaciones como el famoso filme Saló de Pasolini. El estilo de Martín, más de 140 ilustraciones a dos tintas, es un texto gráfico paralelo en calidad y de sugerencias extraordinarias.

Uno de los tópicos sobre la cultura francesa que se mantiene con el tiempo es el de la "racionalidad", el de la lógica aplicada a todas las cosas; este supuesto equilibrio que se manifiesta de manera eminente en los jardines, en las perspectivas, en lo artificioso y controlado como es el caso del diccionario de la Academia Francesa, que no recoge casi nada del léxico común. En el ámbito literario esta racionalidad se aplicó, entre otros géneros, al erotismo en la narrativa breve del siglo XVIII. Los relatos de esta tipología alcanzaron un alto nivel de calidad y en ellos hay que buscar algunas de las claves de la obra del "divino Marqués".

Apliquemos esta racionalidad al sexo más desaforado, a la busca del placer extremo, ese al que la vida del otro le importa un bledo. La rentabilidad del texto que me ocupa nace de la contradicción entre las reglas y la violencia, del control aparente de los deseos radicales. Cuando destruyen el puente del castillo y el grupo se queda aislado el lector intuye que la muerte es el destino de los niños y de los adolescentes, de los dominados, de los que son meras marionetas en manos de los señores que, caprichosos, tienen el poder omnímodo de vida y muerte sobre estos desgraciados que no pueden huir de su destino infausto.

Sade es un terrorista, dinamita los principios del orden social establecido desde la base y los sustituye por la libertad de los poderosos porque Sade no es un revolucionario social, él está muy cómodo en la parte superior de la pirámide social y, desde allí, explota, viola y asesina si su capricho así lo desea. Suele suceder con casi todos los libros excepcionales que la leyenda los rodea. Sade afirma que lo escribió en 37 días, mientras estaba preso en la cárcel de La Bastilla. La crítica ha explicado a partir de esta afirmación la descompensación de partes. En la primera parte hay ciento cincuenta relatos, en las tres partes restantes llega a los seiscientos pero como esbozos, como enunciados que no desarrolla.

El autor tiene una clara intención didáctica, construye una moral del desafuero, reivindica el placer como forma suprema del ser y del estar en el mundo, es una religión que se podría calificar de demoniaca por algún moralista. Uno de los personajes, Durcet, afirma a pregunta de Curval: "Encuentro en el mal un atractivo bastante punzante para despertar en mí todas las sensaciones del placer y me entrego a él sólo por él, y sin otro interés que él en sí mismo". Se ha afirmado muchas veces que el espíritu carnavalesco es el mundo al revés. Hay mucho de canavalesco en este libro donde se "enseña" la maldad como fuente de todo mal que es todo lo mejor.

Sade quería escribir "el relato más impuro que jamás se haya hecho desde que el mundo existe" y lo logró plenamente. Es muy interesante el valor de enunciado de la mayoría del texto, son unidades narrativas que no sabremos nunca de manera exacta cómo se hubieran podido desarrollar. La disciplina es absoluta; por ejemplo, las defecaciones tienen mucha importancia en los juegos del grupo pero dentro del esquema racional al que me he referido: "El amigo del mes revisaba con cuidado todos los orinales de las habitaciones y, si encontraba uno lleno, el sujeto era inmediatamente apuntado en el libro de castigos". El clima narrativo es ascendente y esto exacerba la violencia y la crueldad hasta una verdadera hecatombe, hasta un sacrificio sangriento: "Azota a una chica nueve días seguidos, con cien golpes el primer día, siempre doblando la cantidad hasta el noveno incluido".