‘El luego de las

prisas’. Autor:

Calixto Torres.Editorial: Ediciones

de Detorres.Córdoba, 2018.

Dice Schopenhauer que el verbo ser es propiedad del poeta. Cuando el verbo ser no aparece en un poema es que estamos ante otra cosa, ni mejor ni peor: sencillamente, otra cosa. Calixto Torres, buen amigo de la poesía, lo sabe, y en el concierto de la voz, el pensamiento y la palabra escrita ha convocado al verbo ser para estar, ha convocado la esencia de las cosas para su conocimiento. Sin embargo, salvo notables excepciones, ha huido de lo tangible, de los sustantivos que deben expresarse tras la unión de dos o más sentidos, por lo inabarcable, lo inmarcesible, por la subjetividad, es decir, aquellos elementos que deben ser expresados mediante el uso de dos o menos sentidos a la vez. Por lo tanto, Torres nos propone regresar a los territorios de la pureza y huir de la falsa cadencia de las cosas tangibles. Se ha embarcado en un nuevo diccionario de las sensaciones, los deseos unitarios, la compleja simbología de lo eterno. Y ha huido, tal vez de ahí pueda venir una de las acepciones del título, de la complejidad para hacerse agua fluyente, sortilegio del concepto pensante a través de hallazgos de su propia intimidad. La vida le corre a Calixto por las venas del pensamiento cotidiano, del que, parece decirnos, nadie es ajeno salvo por voluntad. El libro de Calixto es un libro unitario, sin títulos, prácticamente sin puntuación, con poemas a menudo de aliento breve, incluso aforístico que va corriendo verso a verso en un diagrama lógico (todo el poemario no abandona el territorio del verbo ser), donde se van sucediendo las definiciones de los conceptos empapados en la visión del poeta como ser sufriente y como ser dialogante con «ese hombre que siempre va conmigo» que dijera Machado. Este ser sufriente busca un cambio, una muerte, una transfiguración ayudada por un momento, un pequeño momento valle, que no menor, de contemplación por el amor y la amistad, quizá los únicos valores que permiten al poeta la continuidad escritora entre sus contemporáneos.

Habla el poeta de la huida, los límites, la podredumbre, la voluntad y la duda -ese abismo de lo improbable, ese carnaval de la incertidumbre-. Habla de la soledad y el abandono, de la fatiga, el subsuelo y la voluntad, y del asombro y la resignación -qué belleza el verso donde habla de «la pasividad del horizonte»-. Habla el poeta de la otredad y la calma, del razonamiento y su veredicto, del luego -que da título al poemario- y la fantasía. Y tras esta palabra, quizá como un acicate, un espléndido arrebato de percepción palabra a palabra, gesto a gesto necesario, quizá el momento de celebración y generosidad más elevado de todo el libro: el vacío, los nombres, las puertas, el tiempo, la muerte y la herida: el intento y la prisa. El acierto y la torpeza, la luz y el espejo, la ausencia, la inspiración y la sed.

Y de repente un descanso, un momento de dulzura ante tanto esfuerzo, ante tal elevación. El corazón que debe descansar, que nos alentaba Byron: cinco poemas magníficos que seccionan el libro en dos partes. En estos poemas de amor puro nos habla el poeta de esa materia oxidada que será el recuerdo de los nombres, de esa capacidad del poeta de identificarse en el otro como acto de valentía, del deseo y la agonía del amor amado. Y después esa otra mitad, menor en poemas pero, no por eso, menor en alma. Al poeta le queda el tiempo, ese tiempo que se bifurca entre los luegos y las prisas: la amargura, los lapsus, las excusas, lo que sobra, la tristeza y el recuerdo, el remordimiento y, para acabar, la culpa. Un final en unos pocos poemas en claro diminuendo, poco a poco, bajando la intensidad dramática para llegar al silencio contemplado en el dolor asumido, de la vida como surco andante, donde la vergüenza -como decía Marx- se convierte en un acto revolucionario. Hay una sentencia, quizá de Plutarco, quizá de Persio, donde se dice que «el mejor de los libros siempre es el último». Yo, que vengo siguiendo la poética de Calixto Torres, puedo decir sin titubeos que nos encontramos ante el mejor de sus libros, el más contenido y al tiempo el más intenso, el más humano.