Relámpago de palabras que florecen

Si la poesía tiene algún defecto imperdonable, este es el culto exagerado a la juventud, que trae como contrapartida la desconfianza hacia autores que publican sus primeras obras superada la treintena, aunque sean de una calidad excepcional.

Este es el caso de José Antonio Jiménez Navarro, poeta nacido en Cuenca, aunque residente en Barcelona, que se alzó en 2015 con el Premio Gerardo Diego de Poesía con Salvando las distancias, obra que destila, desde los primeros versos, un profundo respeto y amor por la poesía. Para intentarlo de algún modo, poema que abre el libro —y cuyos versos lo cierran de manera circular—, es una declaración de intenciones y resume su poética: «Con los canteros y picapedreros del idioma de la sublevación...», dice.

El poeta es humilde y conocedor de las limitaciones de la condición humana, pero tiene la obligación moral de presentar batalla en el doloroso campo que es la existencia. La poesía de José Antonio Jiménez buceará, con una dosis modulada de melancolía, en sus orígenes, en la infancia, un mundo ya devorado por la pérdida y que ha marcado a fuego su identidad.

También a ese universo rural dedicará la segunda parte del libro, Postales, aunque en este caso usando un tono más evocador y aparentemente impersonal en el que inyecta su carga simbólica, remitiéndonos así a cierto eco machadiano («En la fiesta de lo que no se ve / la mirada cava sin cesar»).

En Los aromas carnales, la tercera parte, la voz se sitúa en el presente para hacer balance de pérdidas, pero, sobre todo, para cantar a lo que el tiempo no puede arrebatarnos.

Finalmente, Conversaciones, la última parte, se compone de poemas notablemente más largos y metapoéticos, en los que da rienda suelta a un diálogo con otros autores, en unos versos que buscan desembocar en la razón de ser de su propia escritura.

José Antonio Jiménez, en definitiva, llega «sucio de paz y amor» con un mensaje que los lectores que aman la poesía celebrarán recibir.