Guillermo Cabrera Infante era un joven diplomático cubano destinado como agregado cultural en Bruselas cuando en 1964 ganaba el Biblioteca Breve de Novela por Vista del amanecer en el Trópico. De vuelta a Cuba para asistir al funeral de su madre, la Seguridad del Estado le espera, aunque el narrador ignora por qué motivo se ha convertido en un contrarrevolucionario. Retenido en la isla, la única forma de salir del país era atender a una petición de su editor español, Carlos Barral, que reclamaba su presencia en la ciudad condal para corregir las pruebas del libro.

A su llegada a Barcelona, el escritor encuentra que la censura española ha prohibido su novela, y Barral le confiesa que el único recurso posible es reescribir el libro, cambiarle el título y presentarlo otra vez al censor. Cabrera Infante trabaja intensamente, e intenta que Vista de amanecer en el Trópico acabe siendo un libro diferente que, en una nueva versión, se titulará Tres tristes tigres, aunque el cubano en un fervoroso y apasionado trabajo se viera obligado a reescribir 300 de sus más de 450 páginas.

‘Tres tristes tigres’

La crítica especializada ha reconocido en Tres tristes tigres (1967) una obra cuyo lenguaje desempeña un papel importante, sobre todo el hablado porque, desde sus comienzos, Cabrera Infante definió uno de sus propósitos primordiales, «convertir el lenguaje oral en un lenguaje literario válido», trasladarlo desde un plano artístico a uno eminentemente literario. Este, sin duda, es el mayor logro de esta primera novela cubana, y tendrá una importancia innegable para el futuro de la narrativa hispanoamericana cuando junto a otras propuestas se cumpla ese proceso de autoliberación de algunas de las trabas del viejo realismo, y un hecho que ampliaba las fronteras de la realidad, o ponía en tela de juicio la existencia de la autenticidad misma. Los autores necesitaban encontrar nuevas técnicas, otras formas de narrar que alejaran al autor de un narrador omnisciente, confiado en su visión de un mundo comprensible desde un punto de vista racional.

Tres tristes tigres ofrece un compendio de varios registros de la lengua hablada en La Habana, en un determinado momento de los años 50, que explota la lengua coloquial y recurre a los recursos del humor que para Cabrera Infante consiste en no tomar nada en serio, y que él mismo emplea con bastante profusión en su texto. La deuda del narrador cubano con algunas novelas precedentes es innegable: El juguete rabioso, de Arlt, y Rayuela, de Cortázar, y se repite en obras como Cien años de soledad, de García Márquez; Pantaleón y las visitadoras, de Vargas Llosa, o Palinuro de México, de del Paso. «Su prosa -declaraba Mario Vargas Llosa- es una de las creaciones más personales e insólitas de nuestra lengua, una prosa exhibicionista, lujosa, musical e intrusa, que no puede contar nada sin contarse a la vez a sí misma, interponiendo sus disfuerzos y cabriolas, sus desconcertantes ocurrencias, a cada paso, entre lo contado y el lector, de modo que éste, a menudo, mareado, escindido, absorbido por el frenesí del espectáculo verbal, olvida el resto, como si la riqueza de la pura forma volviera pretexto, accidente prescindible el contenido».

La novela ensaya una serie de conversaciones entre gentes de La Habana que pertenecen al mundo marginal de la vida nocturna: personalidades de la televisión, cantantes, músicos de jazz, hijos e hijas de ricos, fotógrafos, personajes de la vida nocturna. Hablan la jerga jazzística, el afrocubano, el petit bourgeois, y alguna una visión característica de otras muchas hablas. En su centro hay un grupo de intelectuales, y todo ello no pasaría de ser un juego si no nos diera una imagen de lo que efectivamente era la cultura cubana en 1959, la cultura bastarda de una isla dependiente de los norteameri-canos, donde el Spanglish ya era otro de sus idiomas, y esa constante comercialización norteamericana que aportaba una cultura del consumidor que se sobreponía a todas las demás aspiraciones. Cabrera Infante incluso se permite parodiar a algunos de los «literatos» — Carpentier, Lezama Lima y Guillén— cuyo estilo culto y exquisito parece absurdamente fuera de lugar si se compara con la degradada realidad vivida en la ciudad, o en el resto de la isla. Uno de los personajes principales, Arsenio Cué, es muy aficionado a hacer retruécanos y a jugar con las palabras; de su actitud, la cultura europea percibe la mascarada de un cubano degradado.

Cabrera Infante intenta que su novela ilustre el subdesarrollo literario, la visión de una isla consumista que honra de boquilla a grandes nombres de la historia y de la cultura universal, pero se resumen en simples nombres, y nunca forma parte sustancial de las vidas de las gentes, aun cuando se trate de intelectuales. Una cultura que parece o viene impuesta por la hegemonía económica de los Estados Unidos, porque la otra resulta un débil intento de resistir a esa supremacía. La lengua cubana no existe, y por lo tanto no existe tampoco una tradición, se perciben exclusivamente las influencias extranjeras y las abundantes jergas. La brillante novela de Cabrera Infante ilustra una actitud que los novelistas contemporáneos han heredado de los modernistas, la sensación de que existe un abismo cultural entre ellos y su público; y en la misma proporción sugiere que no hay cultura cubana si se exceptúa un reflejo grotesco de la civilización europea y norteamericana, actitud que solo conducirá a la desesperación. Lo curioso: el humorismo de Cabrera Infante, que rara vez echa mano de situaciones cómicas, ni le interesa la sátira; se trata de humorismo casi exclusivamente verbal puesto que lo esencial para el narrador cubano es «la alteración de la realidad hablada» que alcanza su punto máximo en el personaje de Bustrófedon, capaz de forjar geniales trabalenguas y retruécanos lingüísticos, es un coleccionista de graffitis y partidario de la conversación como única forma literaria.

Sus personajes no son esos hombres y mujeres, ni siquiera muestra las desventuras de aquellos que el escritor escogió para contar una historia, o convertirlos en un mito. Sus héroes son la nostalgia, la literatura, la ciudad, la música y la noche y, a veces, esa forma de arte muy importante durante toda su vida y que, de alguna forma, parece reunirlas en una sola visión, sobre la que siempre escribió el cubano: el cine. La noche habanera, tanto la insular como la urbana, protagonizan esta novela y parece que todas las noches quieren fundirse o se funden en la sola, esa larga noche del libro, que al final comienza a vislumbrarse como esa vista del amanecer, lenta y reveladora. Cabrera Infante desgrana en estas páginas varios de sus amores, de sus obsesiones, de sus temas: Cuba, el inglés, la literatura, la jerga de la ciudad, las habaneras, el cine de día, la música total, y también la nostalgia y el calor de la noche.

La edición definitiva

Esta edición, que conmemora el 50º aniversario de la publicación de Tres tristes tigres, incluye un texto del autor inédito en España que explica el proceso administrativo que sufrió la obra, postergando su publicación desde que recibiera el Premio Biblioteca Breve en 1964 hasta febrero de 1967, acompañado del expediente de la censura. Cabrera Infante escribió «Lo que este libro debe al censor» como prólogo a la primera edición íntegra, sin censura, de Tres tristes tigres, que se publicó en Venezuela en 1990 por la editorial Ayacucho, y posteriormente fue restituida en la edición de la editorial Seix-Barral que aparecería definitivamente en 1994.

La edición incluye documentos oficiales en los que la censura informa sobre Vista del amanecer en el trópico en 1964, y sobre Tres tristes tigres en 1967.

‘Tres tristes tigres’. Autor: Guillermo Cabrera Infante. Editorial: Seix Barral.