‘Regiones devastadas’. Autor: Guillermo Carnero. Edita: Fundación Lara. Sevilla, 2017

Guillermo Carnero acaba de publicar un nuevo libro, Regiones devastadas, editado por la siempre exquisita colección Vandalia de la Fundación Lara. En el prólogo, el poeta valenciano indica que estos poemas breves fueron surgiendo al hilo del poderoso ciclo de sus cuatro libros últimos, ciclo en el que destacan Verano inglés y Cuatro noches romanas, principio y fin del mismo respectivamente.

Regiones devastadas, digámoslo ya, es sencillamente magnífico. Se trata de un libro que se alza en pie de igualdad junto a los mejores libros de Carnero. Poemas, sí, más breves, pero de sobrada personalidad y enjundia. Aquí comparece el mejor Carnero, el que ya desde Dibujo de la muerte lamentaba la fugacidad de la vida y el imposible y ficticio amparo del arte. Un Carnero que tiene como principales maestros a Góngora y Mallarmé: Regiones devastadas es un anhelo, como en el primero, de construir la gran obra autónoma, y una confirmación, como en el segundo, de que ninguna obra va a salvarnos. Poemas plenos de rigor metapoético y de reflexión sobre la propia vida y el tiempo. Aquí podemos leer maravillas como Ancianidad hermosa de Rodin: «¿Cuál es la edad del viento? Confiere al horizonte/ curvatura de cuerpo reclinado,/ adelgaza la roca maleable,/ arrebata las aguas del mar cóncavo/ y las deja en la playa como se arropa a un niño (...), la belleza invisible y sin edad del viento».

El mundo del arte, como es habitual en el autor, está muy presente como símbolo del amparo imposible y deseado por los hombres durante siglos: Scripta manent se titula un poema. Y bien es cierto que lo bien escrito permanece y que, como quiso quien perdió la memoria junto al Néckar, lo que permanece lo fundan los poetas. A estas alturas de su obra Carnero ha escrito un libro fundador, un libro traspasado por una suave dicción y una cultura hecha vida, pues eso es la cultura y eso ha sido y será el culturalismo. Algún día, si las modas de la poesía facilona adolescente no perduran, los estudiosos de la poesía española mirarán hacia atrás y verán qué grande fue la generación del 70. En ella ha ocupado siempre Carnero un lugar privilegiado. En el futuro, cuando los lectores quieran contemplar la villa de un magistrado que habitó en la Macedonia de nuestra poesía, no habrán de ver «las ruinas que deje este poema». Verán edificios deslumbrantes, un promontorio en Sunion que es «vértice de simétrica blancura». Y pensarán que valió la pena. Hoy bástenos con leer y reconocer en este libro cómo la poesía devasta las regiones del lenguaje para alumbrarlas de modo definitivo. Uno de los mejores libros, en suma, de Guillermo Carnero.