Una fecha mítica como Mayo del 68 sigue siendo una referencia temporal importante, no exclusivamente en Francia, y transcurrido casi medio siglo conviene esta mención para fijar algunos aspectos de la narrativa francesa del último tercio del siglo XX. La tradición literaria, que se basaba en el análisis y en la introspección para especificar las características de su literatura, se vio influenciada durante todo el siglo por las vanguardias y aquellas otras formas narrativas que desconfiaban de la razón de las cosas y de la lógica. No deberíamos olvidar la reflexión lingüística que algunos autores hacen en sus textos, característica que aún hoy en día practican, trabajando el lenguaje en sus límites, como ha sucedido a lo largo de estas décadas, ejemplos de Michel Butor y Nathalie Sarraute, que practican una escritura en la que prevalece la dimensión textual sobre la intriga y sus personajes, o Robbe-Grillet que, sin embargo, otorga a sus textos una defensa del potencial descriptivo en los objetos que ocupan la realidad circundante. La crítica los considera los padres del denominado Nouveau Roman, y seguidos por Jean Ricardou, Claude Simon, Marguerite Yourcenar y, sobre todo, Marguerite Duras, quizá la autora más radical de quienes venimos apuntando, por considerarse la exponente de esa denominada "escritura femenina", que no se aleja mucho de algunos de los presupuestos esgrimidos a partir del 68, como una de las características, más combativas, de ese convenido movimiento feminista.

Marguerite Yourcenar consigue uno de sus grandes éxitos de público con Memorias de Adriano (1951), aunque literariamente su labor es reconocida a partir de 1968, por su novela, Opus Nigrum , que recibe el Premio Fémina, al que siguió el Grand Prix Nacional des Lettres, en 1974 y el Grand Prix de l'Academie Française, en 1977, por el conjunto de su obra. Yourcenar recurre al género de las memorias, o de la autobiografía, como ficciones en primera persona que le permiten plasmar de forma más intimista los temas que recurrentemente configuran su escritura: la búsqueda del conocimiento, de la verdad, de la autenticidad que, en su imperfección, conducen al ser humano a enjuiciarse como individuo destinado a morir, o a condenar la decadencia inherente al transcurrir histórico. Opuesta puede considerarse la escritura de Duras, sobre todos sus primeras novelas, Los imprudentes (1943) y La vida tranquila (1944), narraciones próximas al existencialismo, al que más tarde renunciará a favor de un lenguaje más depurado, hecho a base de ausencias y silencios, como ocurre en Días enteros en los árboles (1953), La plaza (1955) y, sobre todo, Moderato Cantabile (1958).

Pero, ¿quién era realmente Marguerite Duras?, escribe Laure Adler, su mejor biógrafa hasta el momento, después de dedicar quince años de su vida a rastrear buena parte del pasado de la autora de El amante y de una de las más sólidas carreras literarias que incluyen la novela, el teatro, el cine y la política, como lo hace en el magistral volumen Marguerite Duras (Anagrama, 2000), donde trataba de conseguir el retrato sutil y fiel de una escritora definida como apasionada y excesiva en muchos de sus aspectos, además de haber ofrecido a lo largo de su vida una de las obras más singulares e inquietantes de la narrativa francesa.

La vida de Marguerite Duras fue la de una mujer profundamente comprometida con su tiempo, reto que asumió en sus principales luchas, tanto literarias como cívicas. Llevó, por otra parte, una doble vida: una tal y como la vivió en una dilatada existencia entre Indochina y Francia, y otra contada en lo mejor de su producción narrativa. Según su biógrafa sufrió mucho en el transcurso de su infancia y de su adolescencia; tormentos que, tal vez, expliquen esa excepcional capacidad suya para sublevarse hasta el final de sus días. Jamás dejó de ser una mujer indignada, apasionada de la libertad, tanto política como sexual, una abogada enfervorizada del placer, militante comunista, una joven colaboradora de la Resistencia y jubilosa exponente de la Liberación de París, incluso más tarde intervendría en los debates promovidos por los episodios de la guerra con Argelia, atenta espectadora de Mayo del 68, además de baluarte de la causa feminista, y de todas sus reivindicaciones, motivo último por el que se le considera como la escritora del amor.

LA MADRE, LA NIÑA AMANTE

Marguerite Duras fue la tercera de tres hermanos, nacida en Saigón, Indochina, el 4 de abril de 1914. Su padre era profesor de matemáticas y su madre maestra. Marguerite Germaine, que es como se llamó la niña, tiene seis meses cuando su madre cae gravemente enferma y los médicos la repatrían urgentemente a Francia. Durante este tiempo es cuidada por un sirviente vietnamita. La familia Donnadieu vive en la escuela de Gia Dinh, sin lujos, ni estucos, ni budas somnolientos, es una casa clásica de funcionario de principios del siglo XX. La autora solía afirmar que le habría encantado recordar su infancia con nostalgia y arrobo. Durante años la familia iniciaría todo un peregrinaje por distintos lugares asiáticos: un primer traslado hasta la ciudad de Hanoi, donde el padre se convierte en director de la enseñanza primaria y más tarde a Phnom Penh, una ciudad de la que Marguerite conservará recuerdos de angustia, de espera y desesperación. Su estancia aquí permanecerá vinculada a la desgracia y a la muerte. Cuando la niña cumple siete años, Henri Donnadieu, el padre, morirá solo en Francia; ocurría el 4 de diciembre de 1921. El resto será un ir de una familia tocada por la sombra de la neurosis de una madre empeñada en vivir en las colonias y sacar adelante a sus hijos; se entrega a la educación de la adolescente Marguerite que por entonces tendrá quince años e ingresa en el Liceo Chasseloup-Laubat de Saigón. Durante su estancia en el internado ocurrirán algunos de los episodios sexuales vividos que trasladaría después a sus novelas. En el verano de 1931 la familia embarca rumbo a Marsella y tras las vacaciones escolares deciden instalarse en París, aunque volverán de nuevo a Saigón hasta que Marguerite regresa a Francia, definitivamente el 28 de octubre de 1933 para continuar sus estudios en la capital del Sena. A partir de este momento su vida oscilará en torno a los difíciles años de la Resistencia junto a su marido Robert Antelme, porque colaborarán activamente contra los nazis y entrarán en contacto con personajes tan influyentes como Mitterrand o Jacques Benet. Posteriormente, en el ocaso de sus días, revivirá parte de su pasado en Trouville, frente al mar, y en Neauphle, mejor ejemplo de la soledad en la que se sumió la autora de Moderato Cantabile (1958) o El arrebato de Lol V. Stein (1963).

LOS LIBROS

"Si alguien dice que no le gustan sus propios libros, suponiéndose que se dé ese caso, ha de ser porque no ha superado la atracción de la humillación (...) Me gustan mis libros. Me interesan. Las personas de mis libros son las de mi vida". Tras unas primeras obras que la autora posteriormente repudió, con Los imprudentes (1943) y La vida tranquila (1944) iniciará el relato de sus vivencias en Indochina, y uno de sus primeros grandes éxitos, Un dique contra el Pacífico (1959), se convierte en un texto de denuncia del capitalismo o la degradación del proceso de un sistema colonial; también es la novela de la madre, una madre derrotada por la vida, quebrada y rota frente a los elementos. Duras pone en evidencia, a lo largo de su dilatada obra, la imposibilidad de ofrecer una palabra que surge como esa irrefrenable necesidad de decir lo indecible, perceptible en temas como la "separación", "las relaciones amorosas y sexuales" o "el imposible diálogo entre los seres en su vida cotidiana". Temas perceptibles en El vicecónsul (1966) o Destruir, dijo ella (1969).

El deseo y la sensualidad como estrategias que provocan malentendidos y desencuentros llevan a una reflexión sobre el lenguaje literario practicado, en una eterna búsqueda de lo esencial, y que daría lugar a escritos muchos más breves como El amor (1971) o el texto y la película India Song (1974), hasta llegar al celebérrimo El amante (1984), fruto de su intensa relación con el joven Yann Andréa, a quien conoce en un momento difícil de su vida, envuelta en el mundo del alcohol que, según la autora, le permite viajar hasta regiones que ella nunca había alcanzado; le proporciona la idea de poder recomponerse, hasta llegar a afirmar "no tengo historia, no tengo vida". Bebe para escribir. A esto lo llama el estado peligroso. No puede prescindir de escribir ni de la idea de beber porque escribir la pone en un estado de peligro extremo. Es en 1972 cuando conocerá al último amor de su vida, al homosexual Andréa, pero esta relación no cobrará fuerza hasta 1980 después de que el joven escritor le escribiera, a esta dama de las letras francesas, cartas y más cartas que ella nunca contestará. El amante deberá leerse como la historia de su vida, se tomó como una autobiografía, pero ella misma reiteró que se trataba de una ficción, y sólo aceptó acordarse posteriormente de esa muchacha de catorce años que un día a bordo de un trasbordador en Indochina, en un gran automóvil negro... El amante es un taller de experimentación pensado para provocar la imaginación del lector, quizá por esto su éxito haya sido mayor y sobre todo porque el lector se convierte en el personaje principal, alguien que, mientras lee, rescribe la historia una y otra vez. Finalmente conseguirá, en 1984, el prestigioso Goncourt por esta obrita de tan sólo 142 páginas.

El dolor (1986) evidencia una tarea de seducción que Marguerite Duras logra ahora a través del lenguaje y por tanto implica aún más al lector, tarea que no ha cesado en ningún momento de ejercer sobre él. En Neauphle recuperó no sólo la vida sino un cuaderno escolar repleto de notas, junto a un álbum familiar de fotos que le hizo volver a los paisajes de la infancia y de la adolescencia. Marguerite es ya un espectro que se afana en escribir y fruto de esa insaciable sed por revivir los fantasmas del pasado será su siguiente obra, El amante de la China del Norte (1991), aparecida cinco años antes de su muerte, acaecida, como se sabe, el 3 de marzo de 1996 en París. Cuanto más transcurría el tiempo y presentía su muerte más cercana, la mujer, la escritora, lograba una identificación total con las diferentes versiones que de sí misma había inventado en sus libros. "No digo nada a nadie (...) --llegó a escribir--. Soy el pudor, el mayor de los silencios. No digo nada. No expreso nada".

Y no dijo nada porque todo había ido desvelándose paulatinamente y en la mayoría de sus libros: su dolor, su sexualidad, su placer y también el abismo, ese peligroso sentimiento que encierra cualquier vida, más aún la de esta mujer, antaño una joven de aspecto tan escurridizo como bello, que un día decidió cambiar su apellido, Donnadieu, por el de Duras, ese lugar donde había nacido su padre, para convertirse en la dama de Francia, en la Duras por definición, cuyo mundo se completa ahora con la excelente biografía fruto de una hermosa amistad que durante años mantuviera con Laura Adler, quien tras pacientes investigaciones se ha pasado una docena de años explorando las zonas más oscuras de una difícil personalidad.