‘Boabdil. El príncipe del día y de la noche’, de Antonio Enrique, y ‘La vuelta al día’, de Hipólito G. Navarro

Para el lector entendido y el especialista en cuestiones literarias no ha habido nunca dudas de que el granadino Antonio Enrique es un escritor inmenso, por su profundidad, originalidad e inmejorable estilo que se manifiestan tanto en el plano de la creación (recientes son Al otro lado del mundo o Rey Tiniebla ) como del ensayo (quién no admira, por ejemplo, su Canon heterodoxo). Por estas razones, que recientemente haya conseguido el Premio Andalucía de la Crítica en su modalidad de Narrativa nada extraña, sino más bien lo refrenda como gran escritor al abordar un interesante asunto histórico-literario en su novela Boabdil. El príncipe del día y de la noche (Granada, Dauro, 2016), que se ha impuesto sobre las otras obras finalistas de Antonio Soler, Felipe Benítez Reyes, Juan Jacinto Muñoz Rangel y Rafael Mir Jordano. En la de Antonio Enrique, el jurado del mencionado premio ha reconocido que en su texto «hay tres novelas hilvanadas con sutil brillantez». Y haberse acercado nuevamente a este referente histórico, que cuenta entre otros con el magno antecedente del Premio Planeta de Gala El manuscrito carmesí, no le habrá sido en absoluto fácil. Pero hay que contar con el indeclinable afán de superación, con su constancia en el trabajo y con la siempre mantenida ilusión en la perfección literaria que caracterizan al autor.

Boabdil. El príncipe del día y de la noche es un grandioso texto de 430 páginas que sobresale por su documentación fehaciente, su estructura a la vez original y recurrente, su lenguaje ensimismado en la emoción y el léxico tan justamente contextualizado por la precisión de los arabismos, y al fin el estilo ágil y hábilmente anclado a las situaciones narradas. Es ese estilo que el autor encauza hacia la sorpresa, la expresividad y efectividad narrativas el que sorprende ya en la primera línea cuando el azadón («Zas, zas, el azadón. Hiende la tierra húmeda»), con sus golpes secos, horada la maleza para desenterrar los cadáveres de todos los sultanes predecesores de Boabdil en su preponderancia en el al-Andalus y su ocupación de la Alhambra. De este modo, en una primera parte -que el jurado entiende como una de esas tres historias que podrían desglosarse en la novela mayor- Boabdil se constituye en el narrador en primera persona de esta sección inicial Los hijos de la luna nueva, que recopila, repasa y reaviva la genealogía de los veinticuatro sultanes nazarinos que comienza con la vida del sultan Alhamar, fundador de la Casa de Nazar. Es aquí y para todo el resto de la novela donde se yergue la profundidad de la documentación manejada con rigor por el novelista, que pone ante los lectores una verdadera crónica del ámbito andaluz en el largo periodo de la dominación musulmana.

El narrador Boabdil, que trata a sus antecesores con absoluta comprensión y respeto, aun sin compartir sus defectos y ahondando en sus miserias, ya en una segunda y definitiva parte (El olor de la luna. La verdadera historia del último sultán) cede la palabra al eunuco Eleazar al-Sabaj, verdadero hallazgo de humilde voz discursiva, que va a ir añadiendo nuevos puntos de vista al argumento para descubrirnos las interioridades del palacio de la Alhambra, abundando en las intimidades del mundo paralelo del harén y enlazando sus vivencias con las de la madre de Boabdil Aixa la Horra y su favorita esposa Miryam Omalfata. Eleazar, con su observación autorizada por su dilatada edad, desde el comienzo de su narración eleva hasta lo inmejorable la calidad literaria ya difícilmente superable y, en esta segunda parte, desde su desencantada y solitaria vejez, representa al personaje desvalido que permite a Antonio Enrique narrar a pleno pulmón y con la incontestable grandeza de alma de un escritor excelso. Eleazar es el eunuco que, a pesar del dicho, no es ciego en Granada, lo que le permite ensalzar toda la belleza circundante, sino un castrado que sin virilidad lleva su tragedia con una dignidad admirable. Sus descripciones, su acercamiento y puesta en valor del mundo femenino, sus reflexiones sobre el tiempo y la decrepitud, constituyen, junto a otros pasajes del mismo tono en la novela, aciertos narrativos de la mayor importancia.

Añadamos, ya casi sin espacio, la relevancia de la madre de Boabdil. Por este y los anteriores caminos, la novela da una idea histórica y personal muy original y psicológica del famoso último sultán granadino, para cuya aproximación literaria Antonio Enrique se ha volcado emotiva e interiormente y se ha atrevido incluso a presentar a unos Reyes Católicos despiadados, indecentes e insensibles. Ambición, traición, tiempo, decrepitud, sexo, tragedia, muerte y desposesión son los grandes temas que surgen y marcan esta grandiosa novela del más genuino y maduro Antonio Enrique.

Del también agraciado en estos premios en la modalidad paralela de relato breve, Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961), se ha dicho que es el rey del cuento, y con su libro La vuelta al día (Madrid, Páginas de Espuma, 2016) no hace más que consolidar su trayectoria ascendente, en la que por cierto cuenta con la circunstancia de haber conseguido el Premio de la Crítica andaluza en 2001 por su novela Las medusas de Niza. Con este título de La vuelta al día se ha impuesto sobre los correspondientes de Miguel A. Zapata, la también onubense Ángeles Mora, el cordobés Francisco Onieva y el libro iniciático de Javier Bozalongo.

Es La vuelta al día su séptimo libro de relatos y es en sí un conjunto extenso, de temática heterogénea y de estilo también muy diverso; una obra que delata a un autor dueño en realidad del auténtico arte del relato. Desde luego él sabe hacer de cualquier circunstancia, vivencia o anécdota un relato caracterizado por muy diversos rasgos: como el transcurrir de lo anodino donde a veces no sucede nada, solo se objetiva la narración; o la elección de un asunto con visos históricos pero que en el fondo tiene más de invención que de historia. Al haber declarado el autor (en entrevista publicada en Cuadernos del Sur del 11-2-2017, pág. 3) que «yo escribo los cuentos que me salen al paso, sin planificación» y que «hay muchas vivencias camufladas en él; cada día tomo más de mi biografía para acometer cuentos. Me gustaría pensar que el humor continúa en mi escritura, en mí, para protegerme del mundo y de su solemnidad», nos ha dado algunas de las claves para comprender esta su más reciente publicación.

Compuesto por cinco apartados (el de La vuelta al día da título general al conjunto), en otro introductorio se explica la gestación y ciertos avatares de los relatos componentes, insólitas piezas de verdadera invención y a la vez de inversión de la biografía como si fuera experiencia de otros.