La pintura de Pepe Amate es una grieta blanca en un pensamiento. El color añil rueda como el sonido de la nieve cayendo en los árboles. Fuego, barro, hiel, la lengua del viento degustando el plomo del álamo herido, la virginidad de la luna de abril rota entre las zarzas.

El universo pictórico de Amate está lleno de líneas y vértices de luz. Nadie como él ha sabido dibujar la textura gloriosa de un bosque escarchado con la mano violeta de la lejanía. Es un artista plástico esencial.

La pintura de Pepe es tierna y melancólica como un tallo de humo erguido en el silencio de un valle escondido. Sombras que proyectan su oscuro infinito encima de una hoguera. Su rojo es el lienzo del amanecer. Pinceladas purpúreas sobre la emoción.

Pepe Amate consigue pintar la levedad de un pájaro herido sangrando en un poema. Su pintura es zafiro, ciervo de alas blancas tendido en las grietas de la eternidad.