Dos autoras, relativamente coetáneas, fueron durante finales de los años setenta y principios de los ochenta del pasado siglo referente literario obligado de la intelectualidad progresista europea: Anaïs Nin y Djuna Barnes. Estadounidenses ambas (aunque nacida francesa Anaïs de origen cubano), su literatura trasgredía los cánones establecidos en una época rígida como pocas pero con deseos aperturistas merced a los vientos provenientes de París y de la Bohemia de la Belle Epoque. Estamos en plena efervescencia literaria, Joyce ya había publicado Ulises cuando Barnes hizo lo propio con El bosque de la noche, y Henry Miller, amante de Anaïs Nin, se convertirá en pieza clave para entender el devenir literario de su musa. Pero centrándonos en Anaïs, su vida literaria, tan apasionante como los Diarios que ha editado Siruela, la lleva además a relacionarse con Lawrence Durrel, autor del Cuarteto de Alejandría. Son años intensos reflejados en siete volúmenes, desde 1931, sus primeros años en Francia, hasta 1974, cuando finalmente obtiene el público reconocimiento como escritora. Estos Diarios Amorosos, hablan de amor, incesto, locura, pasión, soledad, prejuicios, inocencia, confusión, autocrítica, emoción y, sobre todo, de literatura, mucha literatura.

Se puede llegar a la poesía a partir de la música que se hagan de sus poemas, como es el caso que nos ocupa de Mario Benedetti y de Daniel Viglietti. Uruguayos ambos, sufrieron diferente suerte (cuando me refiero a suerte estoy hablando de éxito) aunque ambos fueron testigos del desmembramiento de un continente, el latinoamericano, y de un país, el uruguayo, el suyo. Treinta años atrás, Mario habría de entrevistar a Daniel, fue una larga, muy larga entrevista que daría para un libro, Daniel Viglietti, desalambrando, que ahora se nos actualiza y presenta más vivo que nunca. Mas vivo porque aquellos que rondamos los cincuenta recordaremos los poemas de Viglietti, A desalambrar, Canción para mi América, Canción del hombre nuevo y sobre todo Cruz de luz, que tantas veces hemos cantado, con la que tantas veces hemos llorado. Y qué decir de Calcedo. Es Gonzalo Calcedo, un autor de relatos avalado, además de por la gran variedad de libros de relatos que tiene en su haber, por haber ganado en dos ocasiones el Premio NH (una al mejor libro inédito de relatos y otra al mejor relato presentado en solitario) y por haberse alzado en solitario con el Premio Alfonso Grosso al mejor libro de cuentos. Decir esto de un autor delimita un poco el terreno de juego en el que nos estamos moviendo, ya que si bien el relato corto como género goza de un inmejorable prestigio, dicho prestigio no suele verse correspondido por una decidida apuesta editorial. Tropo puede decirse que es de las pocas que lo hace, junto a alguna otra que no mentaré por respeto, y a ellas les debemos la reivindicación del mismo. Ahora, dicha editorial acaba de reeditar Liturgia de los ahogados (Premio Alfonso Grosso 1997) y Otras geografías, Premio NH 1996) y lo hace en un solo volumen, Siameses, porque, en palabras del propio Calcedo, fueron dos libros delgados, menudos, hoy son siameses. Son relatos con reminiscencias de Carver, Ford, Melville, Cheever..., relatos de iniciación de quien sin duda es con permiso del granadino Ángel Olgoso uno de nuestros mejores cultivadores del relato corto.