‘Nadie y la luz’. Màrius Sampere. Editorial: Pretextos. Valencia, 2017.

Nadie y la luz, del poeta catalán Màrius Sampere, fallecido la semana pasada, es un título expresivo que convoca al misterio, no es un libro de amor ni de exaltación del yo, es un poemario metafísico, como toda su obra escrita en catalán. Está dividido en cuatro apartados: «Pequeño jardín con demonio», «Otros seres», «Fisuras» y «Nadie y la luz». El poemario mantiene un discurso apartado de toda tradición barcelonesa en castellano y catalán por su extrema originalidad. El primer poema, «Dimensiones de la jaula», permite entrar a esta poesía con cierta cautela. Jaula mundo, jaula nacimiento, jaula muerte, y nos instala con un juego de palabras acerca de las palabras árbol y durmiente. Dicho hermetismo ofrece algo de luz y desestabiliza las sombras previsibles del territorio poético tradicional.

Si la trascendencia es preguntarte por lo que hay aquí y allá, muchos poetas nos hablaron de ello. Sabemos que estamos aquí, en este mundo, en esta ciudad, pero no cómo hemos llegado. Trascender es espacial, atraviesa el límite que nos separa, el límite no solo de las palabras, es el límite de la existencia. Por eso Màrius Sampere es un poeta trascendente. Para muchos esta poesía apenas alcanzaría grados de comprensión lógica ya que las asociaciones se fundamentan en instancias muy alejadas unas de las otras. Generalmente asociamos por semejanza o por todo lo contrario, pero en las del poeta catalán solo existe el salto, el caos. Màrius fue también músico y compositor de ahí quizás esa facilidad para tomar las fuerzas sonoras del cosmos que siempre agitan la música y una brizna de incertidumbre en estado puro nos llega. Música y poesía cuyo ritmo no está apoyado en los acentos sino en el vaivén de las imágenes.

El demonio y la mujer aparecen con frecuencia, el demonio es también dios, y la mujer es demonio a veces, el anclaje bíblico no da lugar a más desarrollos conceptuales, porque el poema se escapa también de sus propias palabras. Es como si en un bote de cristal introdujésemos varias frases y al agitarlo y volcarlo el azar se encargara de ordenarlas, pero no en una dimensión onírica ni tampoco surrealista, nada más lejos, podría ser cubista.

Nihilista, también, pero el nihilismo no genera poesía, si la aplicamos a la misma veremos que el sentido del humor y la ironía bordean también los planteamientos metafísicos del poema. Un nihilismo anti-trágico, repleto de secuencias vitales percibidas a través de todos los sentidos. No solo mirar, saber: brevemente nacimos para ser más breves que nosotros (oscurece) envuelto en un sujeto que se multiplica y toma posesión de los objetos nombrados, la capacidad de salir del texto para mostrar imágenes, que nos recuerda algunas pinturas de Remedios Varo. Alternamos pensamiento e imagen, a la vez que exponer la gran ironía de no saber para qué hemos nacido, ni por qué estamos aquí, por eso nos descoloca, aprehendemos la realidad y no hay cosa que se le escape al poeta en esa lucidez de mostrar el caos como ya he dicho. No son poemas religiosos aunque tantas veces dio sea interpelado o nombrado, dios forma parte también del universo creado, es algo más, el poema «¿Azar el mundo?» es genial. En una entrevista dijo que el hombre es ángel y demonio a la vez. Me pregunto ¿y la mujer? O solo es madre la mujer, tan recurrente en su poesía la figura materna, «No soy responsable de mí», dijo en una entrevista, incluso cuando aún no había nacido instalándose en una especie de eterno retorno. Enigmas que me recolocan en el lugar más interesante de la poesía, y es en la dimensión mágica, misteriosa, pero con inteligencia, una inteligencia muy sutil, privilegiada.

Cada día me alegro más de los insólitos caminos que puede recorrer la poesía y este es uno de ellos. Los contrastes son la oposición de la realidad con la divinidad, dijo Màrius Sampere en cierta ocasión, ahora solo queda traducir su obra.