Con el sello de la prestigiosa editorial Hachette, en 1978, apareció Me acuerdo, de Georges Perec. Ahora, con la pulcritud y belleza marca de la casa, nos llega en Impedimenta la traducción del texto de la mano de Mercedes Cebrián, experta en el autor francés.

Perec nos ofrece 480 textos muy breves que son la expresión de sus recuerdos y que recopiló de 1973 a 1977. En 1976 publicó los primeros 163. El escritor afirma que el punto de partida de su obra fue el libro del mismo título del norteamericano Joe Brainard. El pintor de Arkansas decidió condensar en frases, muchas de ellas en tono aforístico, recuerdos de todo tipo. Se ha afirmado que estamos ante un texto de futuro, en el margen del significado. Me parece excesiva la afirmación y explicaré mi criterio.

El libro que analizo nace en un contexto preciso. Perec es un personaje poliédrico, abordable desde múltiples perspectivas, lo que coloquialmente podemos definir como un inquieto espíritu artístico, como un explorador vanguardista; basta citar a dos de sus amigos: Barthes y Queneau. Su veintena de obras refleja la pluralidad de sus preocupaciones literarias, de la misma manera que lo refleja su pertenencia al grupo Oulipo desde 1967 hasta su muerte, a los 46 años.

No soy dado a establecer un nexo de causa y efecto entre la vida y la obra; es un gran error, pero sí es pertinente considerar, siquiera como marco, los datos externos al texto. Perec tuvo desde siempre debilidad por los juegos del lenguaje, por las creaciones léxicas, por las variaciones del significado, por la manipulación de los códigos canónicos de comunicación, por los recursos retóricos. Este es un caldo de cultivo estupendo para su propósito. No olvidemos que fue bibliotecario y que tenía grandes conocimientos de teoría literaria; a todo ello hay que añadir la influencia de las vanguardias: el nouveau roman y los hallazgos de la patafísica.

Me parece importante destacar que el título completo del libro es Me acuerdo. Las cosas comunes I y señalo que uno de los libros de Perec con más éxito es La vida instrucciones de uso; en ambos casos encontramos un punto de partida realista, una aceptación del sentido aristotélico de lo externo, de los referentes que se acuñan en el lenguaje con todos los matices que se quieran señalar; de hecho, su última obra inconclusa era un homenaje a Sthendhal y se titula 53 días, los mismos en los que, según la tradición, Stendhal empleó en escribir La cartuja de Parma.

Sabemos que la infancia del escritor fue traumática y que quizás la recuperación de la memoria fuera un ejercicio al que se dedicó, pero no olvidemos que el recuerdo es la nueva vivencia transformada del ayer. Algún crítico ha comparado este libro con la prosa de Proust; me imagino que lo hace de manera irónica porque la única forma de hacerlo es por oposición; si Proust se demora, ralentiza, casi para, el movimiento de la acción, Perec reduce al máximo, a la esencia, a la casi nada expresiva porque se trata de un ejercicio de estilo y no de acción narrativa. Hablaba de la retórica más arriba.

Dos claves de los textos son su confesa intrascendencia, son recuerdos «de cosas comunes» y el rasgo más importante: la apertura de un horizonte de significación por falta consciente de referencia. Este salto en el vacío es esa marginalidad que se reclama, esa modernidad que no tiene nada que ver con la vaguedad del enunciado. «412: Me acuerdo de Jacques Godett y de Georges Briquet». La frase no puede ser más clara y precisa. Algo se predica de dos personas de las que no sabemos nada; al menos, los lectores de lengua española, salvo alguna excepción. ¿Quiénes son? ¿Qué recuerdos evocan? Ninguno, pero ese es el valor emblemático del sin sentido. Es un texto autobiográfico y el que posee las claves es quien enuncia a modo de letanía: «Me acuerdo».

Abundan los nombres propios y los lugares y el libro es una tela llena de agujeros de significado, donde vale más lo no dicho que lo expressado, un ejercicio de estilo. En algún caso el autor nos aclara: «173: Me acuerdo de Jacqueline Auriol, la mujer más rápida del mundo». Otras veces, el enunciado es de lo que se llama cultura general. «174: Me acuerdo del Mayo del 68».

Tampoco falta la ambigüedad. «476: Me acuerdo de las personas desplazadas». ¿Tiene hoy el mismo significado ese sintagma que cuando Perec lo escribió? Posiblemente sí, pero la frase está sometida a la variación que el tiempo establece. «365: Me acuerdo de los anuncios pintados en las fachadas de las casas». Este es clarísimo pero encierra una trampa maravillosa: que cada uno se los imagine. Un juego extraordinario, una magia verbal minimalista.