A veces un título perdura en el tiempo más que su autor. Seguramente pocos recuerdan el nombre de Edward Bulwer-Lytton, pero mi generación leyó con placer Los últimos días de Pompeya , publicada en 1834, un gran éxito editorial que fue llevado al cine. La fama del londinense, educado exquisitamente en el Trinity de Cambridge, fue muy grande en su tiempo, al mismo nivel de Dickens y de Thackeray; del primero fue amigo y hasta padrino de su último hijo.

Le editorial Impedimenta, que tantas satisfacciones nos da, acaba de publicar La casa y el cerebro , relato corto que lleva por subtítulo Un relato victoriano de fantasmas y que se considera una obra maestra del género de apariciones. Por formación no suelo referirme a la vida del autor pero fue un personaje extraordinario que tuvo éxito en todos los géneros literarios y hasta le propusieron ser rey de Grecia.

La portada del libro es muy sugerente. La luna, entre nubes, ilumina una típica calle inglesa, casas de ladrillo, una iglesia al fondo, un barrio de alto nivel, nada que ver con la cochambre donde sobreviven los miserables que trabajan en las fábricas hasta la extenuación. Es el Londres que crece sin parar, el de la reina Victoria. En una de estas casas va a discurrir la historia. Se trata de una casa encantada, una casa con fantasmas, con aparecidos. Lovecraft, que sabía bastante de misterio y de terror, calificó la historia como uno de los relatos mejor escritos en este tipo de textos; Hearn llegó más lejos y la considera la más perfecta en lengua inglesa.

Una casa es un espacio cerrado, un ámbito doméstico, donde se desarrollan la vida y la muerte, la alegría y las penas. El narrador, personaje arriesgado y valeroso, se interesa por una que se alquila y en la que los inquilinos no duran más de dos o tres días y ya es mucho. Se pone en contacto con el propietario, que la había heredado, y decide descubrir el misterio. Acompañado de un criado y del mejor de sus perros se prepara para la prueba. Antes de la noche el ambiente es un punto amenazador pero será en el reino de las sombras donde sucederán cosas terribles y extraordinarias. El criado salió corriendo y no volvió la vista atrás.

La parte más importante es la noche en la que el terror se desató. Se trata de unas páginas en las que la densidad narrativa alcanza una altura insuperable. Es verdadero miedo el que transmiten las acciones y da igual que estemos en el siglo XXI, el texto mantiene toda su fuerza. El protagonista se encuentra en una habitación y empiezan los fenómenos, como el movimiento de muebles y la tenue materialización de unas formas que parecen humanas, esbozos de niebla con matices violáceos. Una mano seca, un niño que da compasión por su estado de desnutrición y por los signos de violencia que presenta su cuerpecito, un caballero vestido a la antigua, una mujer y, sobre todo, el ambiente de pesadilla. Todo sin efectismos fáciles, con prosa contenida, con elegancia en el miedo.

El perro se arrebuja en una esquina pero aparece muerto por la mañana, no de terror, ha sido quebrado, roto. ¿Qué maldad ha provocado semejante acción? Los ojos, los ojos de una de las apariciones son la clave. Todo el espanto se esconde detrás de esa mirada amenazadora y letal. El protagonista sobrevive gracias a su presencia de ánimo, a su valor, al ejercicio mental de no dejarse vencer por el miedo.

El caballero aconseja al propietario que derribe esa habitación y al hacerlo se encuentran con otra cámara en la que van a hallar una serie de objetos que ayudan a una mejor comprensión del pánico, de la pesadilla; esta es la palabra clave. Se trata del mejor relato en el que se narra la angustia y la impotencia.

En esa cámara ha aparecido el retrato de un hombre que reconocen como un personaje famoso en Francia, ocultista y mago. El relato tiene una segunda parte. El protagonista se encuentra con este personaje y mantienen un diálogo estremecedor sobre el poder de la mente, sobre la capacidad de dominar el tiempo, de retrasar el envejecimiento, sobre la inmortalidad del cuerpo. Razón y encantamiento se oponen y se complementan con fuerza dramática que nace, en mi criterio, de la capacidad sintética y de la sobriedad de elementos. Me parece magnífica la visión del paisaje del hielo en el que el barco encallará, el silencio y la muerte que, a la larga, no se hurtará.

Léase.