Manuel Moyano (Córdoba, 1963) se mueve entre el cuento y la novela fantástica, géneros que compagina con el ensayo y la crítica literaria. Entre sus obras destacan El amigo de Kafka, El experimento Wolberg, Teatro de ceniza, La coartada del diablo y El imperio de Yegorov, con las que ha obtenido premios como el Tigre Juan, Tristana o Celsius. Dotado de un estilo preciso y envolvente que te atrapa desde el primer instante, su última novela, El abismo verde, narra las sorprendentes aventuras de un cura en un pueblo perdido de la Amazonía.

-«Dios somete a pruebas implacables a sus emisarios; por eso acabé apartándome de él». El inicio de su nueva novela, El abismo verde, es espectacular, bíblico, atractivo... y exigente. Después hay que escribir una obra acorde a las expectativas.

-La primera frase en una novela me parece fundamental. Es la que marca el tono. Por tanto, no suelo empezar una novela, ni un cuento, sino tengo una frase que me resulte convincente, que me estimule lo suficiente para seguir adelante. Por otro lado, esa primera frase de El abismo verde refleja una técnica que suelo utilizar a menudo, la analepsis. Implica que, cuando el narrador empieza a contar los hechos, estos ya han transcurrido; por tanto, escribe desde la perspectiva de quien, al poner la primera palabra, ya sabe cómo concluirá la historia, y eso es algo que debe percibir el lector.

-El protagonista de El abismo verde es un cura aventurero que prefiere las novelas de London, Stevenson o Verne a la Biblia, a la que considera «tan soporífera como deprimente». Un cura que inicia su misión en la selva guiado por una frase de Stevenson: «Todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino bajo mis pies». Una invitación a dejarse llevar por la historia y una promesa de aventuras extraordinarias.

-Ese misionero no tiene muy claro por qué está en la Amazonía evangelizando gente, pero sí es consciente de su ansia de aventuras, azuzada sin duda por la lectura de los clásicos que mencionas. En cierta forma es una trasposición de mí mismo, pero también de mucha gente. En nuestra sociedad actual, donde todo está tan regulado y controlado (a menudo para bien, no nos engañemos), sigue latiendo parte de ese espíritu primitivo que nos invita a echarnos al monte. Creo que en todos nosotros subyace una nostalgia de lo salvaje.

-¿Cómo surgió esta historia? ¿A través de alguna lectura o algún viaje? Hay datos que pueden ser reales, como las ruinas de una ciudad perdida en medio de la selva, pero hay también un mundo salvaje poblado de seres extraordinarios que ha debido usted crear.

-Sí, esos seres extraordinarios han salido de mi imaginación, y no creo haber visto nada parecido en la literatura o en el cine, aunque todo puede ser. En cualquier caso, constituyeron el punto de partida para armar la historia. Y al hacerlo me propuse recuperar las viejas narraciones de aventuras, desde Stevenson hasta los tebeos de Tintín. Todo ello exigía la ambientación en un lugar alejado de la civilización. La imagen de una ciudad en ruinas perdida en mitad de la selva me resultaba simplemente muy atractiva.

--En numerosas ocasiones se sirve de la mitología y la Biblia para generar un ambiente apocalíptico, un mundo en el que el instinto se impone a la conciencia.

-No me atrevo a decir que ésta sea una novela de tesis, porque me parece una expresión algo pedante, pero lo que señalas es precisamente el leitmotiv de la historia: la contraposición entre lo instintivo y lo aprendido, entre lo natural y lo artificial. Creo que en todos nosotros existe un debate interno entre ambos extremos.

-¿Qué es para usted la novela de aventuras y cuáles son sus autores favoritos?

-Si pienso en novela de aventuras pienso en los años en que leía de una forma totalmente entregada y desinhibida, quiero decir que no pensaba en el estilo del autor ni en otros aspectos que uno mira con la edad. Más que leerlos, uno vivía aquellos libros. Pienso por supuesto en Verne, al que hoy casi nadie lee. Mi primo José Luis Moreno y yo intercambiábamos sus novelas como si fueran cromos. Y luego están Stevenson, Kipling y, sobre todo, H. G. Wells. Hay muchos otros. Creo que uno de los lastres de la literatura española (no ahora, sino desde sus inicios) es que contiene muy poca aventura y, desde luego, muy poca fantasía. Alguien ha decidido que preferimos el realismo cotidiano.

-Por encima de la historia, hay un estilo extraordinario que la narra y nos impulsa a vivirla. ¿Qué significa para usted el estilo? ¿Cuánto le preocupa?

-El estilo me preocupa tanto como la historia en sí. Creo que la literatura consiste en ambas cosas: contar algo y contarlo de una manera determinada. Si despreciamos el estilo, caemos en la mera redacción. El estilo es lo que convierte la literatura en arte, y a eso hay que aspirar cuando se escribe.

-Usted empezó escribiendo cuentos e incluso un magnífico e intenso libro de microrrelatos, Teatro de ceniza. ¿Qué papel juega el cuento en la literatura española actual? ¿Ha ocupado su espacio o sigue considerándose una obra menor?

-Algunos consideramos el cuento un género como mínimo igual de relevante que la novela; de hecho, no hacemos distinciones de importancia en función del género. Pero somos pocos, me temo. El gran público ni se acerca a los cuentos, del mismo modo en que todo el mundo ve películas, pero sólo los cineastas suelen ver cortometrajes.

-¿Cómo ve el futuro del libro en edición de papel? ¿Teme su desaparición?

-Es difícil saberlo. Desde luego, la inmensa mayoría de nuestra generación jamás traicionará al papel, porque nos criamos con él. Pero las nuevas hornadas ya se han criado ante pantallas digitales y leer en ellas les parecerá lo más natural. ¿Qué ocurrirá dentro de dos o tres generaciones, dentro de diez? Apostaría a que predominará lo digital, que el papel terminará convertido en un anacronismo. Pero tampoco es un drama: no importa el soporte, sino el contenido.

-¿Qué está escribiendo actualmente? ¿Nos puede adelantar algo?

-Tengo varios libros en boxes, entre ellos la novela de corte fantástico La hipótesis Saint-Germain, que acaba de ganar el premio Carolina Coronado, y una novela infantil, Aventuras del piloto Rufus. No tengo claro qué escribiré a continuación. Me atraen géneros en boga como la autoficción y la novela de no-ficción. Hay que medirse con todo.