Paseando por la Feria del Libro me encontré con un bienquisto compañero. Lo saludé con cariño, como es mi manera de entender las relaciones humanas, y me ha sobrecogido la amarga sorpresa de un enquistamiento, una herida abierta que sigue supurando cuando ni siquiera podía imaginarme que tal agresión había acaecido. Por eso agradezco infinitamente a las personas que pueda herir sin advertirlo que me confiesen la causa de su enojo. Porque un desacierto desafortunado puede convertirse en una bola de fuego que se expande como la maldad, desoladora, endémica, dando pábulo a las más oscuras perfidias. La maldad engaña a los incautos, envalentona a los insidiosos, corrompe a los débiles y aniquila cualquier razón posible de paz y confianza. La literatura y el cine están plagados de tristes ejemplos aunque al final dichosamente todo se desvela y quien pretende empequeñecer al otro lo que consigue es empequeñecerse.