Con cierta parquedad de medios, Francisco Onieva crea en este libro una atmósfera propia, donde lo bucólico se reinventa para adecuarse a la época actual. Atmósfera que retrata ante todo una tristeza cercana al existencialismo. Con la presencia del cansancio, el olvido y su misterio por donde trasmigran nieblas, nubes e inviernos, Onieva logra atrapar una (otra) alma de esa comarca, Los Pedroches, de la que ha hecho su tierra adoptiva y laboral.

Los poemas del libro se construyen desde lo descriptivo-narrativo entreverado de diálogos con un tú en el que resuenan diferentes voces. Las ventanas del título, que recorren el poemario, son el velo a través del cual se dibuja el paisaje, y de algún modo evocan esa atmósfera soñada, difusa, de la Comala de Pedro Páramo. Pero son también imagen o imágenes de la fragmentariedad que capta el mundo a través de ellas, tal como Carmen Martín Gaite refería en su ensayo Desde la ventana . Imágenes también reveladoras de la presencia que esos recuadros acristalados tenían para las mujeres y para las escritoras en su representación de la realidad: "levanta una persiana o un visillo, y de sus ojos entumecidos empiezan a salir enloquecidos, rumbo al horizonte, pájaros en bandada que ningún ornitólogo podrá clasificar...".

La presencia de los pájaros, junto con otras como "encina", "granito", "dehesa" o "río Cuzna" hacen reconocible el paisaje, pero la poesía levanta el vuelo, pues las ventanas, protagonistas esenciales, se transmutan en imagen de la vida, y todo el libro no es sino esa imagen anotada, registrada, de los que van pasando, de quienes se hacen materia, compañía y sombra mirando a través de la ventana o cerrando esa ventana, trasunto del transcurrir y trasunto del espejo. "Una ventana es todo el horizonte", escribe Onieva, porque la muerte viene silenciosa, integrada al paisaje y a la vida, como en el poema Nocturno : "La noche dibujaba su círculo de sombra/ bajo tus pies/ cuando dijiste que veías nubes/ y cerraste los ojos". O como la desmemoria: "Los ojos/ en el relámpago sin bordes del espejo".

Por eso, y a pesar de la unidad del libro, los personajes y las voces son inaprehensibles, como soñadas, y ahí está su mayor calidad, la de haber conseguido su propio clima, eso que hace que un texto posea personalidad dentro de la diversidad de sus estampas, como destellos no terminados de configurar. "Un hombre vuelve a casa", leemos en la pagina 27, pero no sabemos si ese hombre es la propia voz poética o un personaje de los que transitan el libro, ese nuevo territorio que Onieva ha sabido trazar, podando y sin adornar, silenciando y sin dilucidar, presentando sin desenlace y fotografiando sin contar.

El tú que salva, en el que se confía, pasa y despeja la tristeza, abre puertas a la luz, pero siempre en esa atmósfera borrosa de cristales empañados por la lluvia o el desconcierto. Entre el autor de Pedro Páramo y el depurado estilo de Gabriel Miró se sitúa esta poesía, que recuerda también el tono de Antonio Gamoneda, con una rítmica libre que rompe de tanto en cuanto la cadencia esperada con un verso eneasílabo. Tampoco al autor le tientan las alharacas de los versos finales, elige más bien el desapego del decir manteniendo a raya el sentimiento, para que sólo sean las palabras quienes hablen, y en eso está cerca de sus compañeros de promoción, como Antonio Luis Ginés o García Casado, y en la estela de la cordobesa Concha García.

"La vida /es aire/ que serpentea/ sin que puedan cerrarse a tiempo las ventanas", leemos en la página 50. Y es que las ventanas son mirada y paisaje, transcurrir y misterio, interior y futuro: envejecer y muerte. "Esta casa es mi cuerpo. / Vive entre sus paredes mi memoria: tus caricias se quedan en lo hondo de las piedras." Diecisiete poemas forman las partes primera y tercera, con otra central titulada, Tres poemas , que son una parada en el camino, la reflexión de lo inminente, el cambio de la naturaleza que invita a la meditación o la metamorfosis.

Como en la obra de Juan Rulfo, quizá para subrayar ese clima de ensueño o de humo, en un poema las jaras invaden la casa, sus flores blancas la llenan casi como una amenaza, pues "traen pegado al tallo una serpiente / que olvida todo". Pero "una ventana es todo el horizonte" o "la navaja recoge en su filo la luz" o "vivir es solamente ir olvidando", y es que de esta poesía se pueden citar versos o frases sin que se deshagan al aislarlos, como si buena parte del poemario estuviera compuesta de aforismos. Entre la contención y el enloquecimiento, entre la lentitud y el terror apenas entrevisto, no dibujado, se sitúa este libro singular, que aspira al retrato de la fragmentariedad y que hace de su clima el misterio de la poesía, del lenguaje que nos vela y nos desvela.

'Las ventanas de invierno'. Autor: Francisco Onieva. Edita: La Oficina. Madrid, 2013