Cuando tuve la suerte de leer El expreso de Tokio, en el 2014, en mi posterior análisis destaqué que Seicho Matsumoto es un magnífico autor de novela negra, y ahora con La chica de Kyushu, también editada por Libros del Asteroide, con excelente traducción de Marina Bornas, no solo me reafirmo en mi primer juicio sino que lo elevo de grado; no es excelente, es genial.

El autor japonés empezó a publicar con más de cuarenta años, sin embargo tuvo una carrera muy prolífica en lo que llamamos ficción en sentido estricto y también en novelas históricas. También hay que destacar su labor como periodista. Algunas de sus obras han sido adaptadas al cine.

Una joven, casi una niña por su aspecto, pero de una madurez extraordinaria se encuentra en un momento muy difícil. Su hermano, maestro de primaria, muy trabajador y responsable, muy querido por sus alumnos, ha sido acusado de asesinato y la pena de muerte pende sobre su cabeza. La joven, Kiriko Yanagida, con escasos recursos, viaja a Tokio desde la isla de Kyushu para entrevistarse con el mejor penalista del país, Kinzo Otsuka. Va con la esperanza de que acepte la defensa aunque no tiene dinero para pagar a tan ilustre jurista. Con un sentido ingenuo y romántico de la justicia se presenta en el bufete y se lleva una inmensa decepción.

Kinzo ganó su justa fama, allá en los lejanos inicio de su carrera, con casos muy difíciles sin que le importara el dinero de sus clientes, pero ya es demasiado importante. No tiene tiempo y aconseja a la muchacha que vuelva a su ciudad y que se encargue de la defensa un abogado de oficio.

Antes de seguir quiero destacar dos rasgos de Matsumoto. El primero es la enorme facilidad de su estilo para desarrollar una trama compleja. El lector se engolfa en la acción y ya puede ponerse el sol que seguirá con la lectura. En este caso el pobre hermano de Kiriko perdió una cantidad de dinero destinada a una actividad escolar y llevado de su sentido de la responsabilidad pidió un préstamo a una usurera. No podía cumplir los plazos y la anciana lo increpaba en la calle, lo amenazaba. Una noche en la que han quedado para negociar la devolución la mujer es asesinada y el joven encuentra el cadáver. Al principio niega y después se desdice para acabar en la versión primera. Su situación es dramática. No voy a descubrir nada más, solo que la acción se complica pero no lo parece. La investigación se desarrolla de un modo tan racional, tan ordenado, que consigue el efecto sorpresa precisamente por esta aparente naturalidad.

El segundo rasgo es el análisis de los personajes, la profundidad de la observación psicológica. Al fin y a la postre, una magia del lenguaje, todo es lenguaje. Las llamadas de Kiriko al letrado son conmovedoras y en ellas es clara la rabia, la impotencia porque solo los ricos se pueden permitir tener los mejores abogados y, en consecuencia, tienen más posibilidades de salvarse de la muerte. Este desgarrador alegato está presente en todas las páginas, bien de forma explícita, bien de forma implícita.

Un periodista siente piedad por esta muchacha que vaga por las calles de la gran ciudad, con la angustia destrozándola. La imagen de la joven bajo la lluvia en una terrible soledad es muy efectiva y perfectamente adecuada a su estado de ánimo. La investigación del asesinato sigue su curso y el ilustre Kinzo estudia el sumario y con su magníficas dotes llega a demostrar que el maestro no es el asesino pero...

Kiriko se muda a Tokio y se pone a trabajar de camarera en un bar donde los caballeros van a tomar una copa después del trabajo. Es muy interesante saber cómo funcionan estos establecimientos que no son diferentes de los de por aquí, algo más ceremoniosos sin duda. Una de las compañeras tiene un novio o amante y con él entran nuevos personajes en el escenario. La conexión de estos con el asesinato, tan lejana, se produce con esa naturalidad, con esa pericia a la que ya me he referido.

Los vectores de la historia dan un giro inesperado. Otro asesinato y entra en escena una dama, Michiko, amante del gran abogado, que puede ser acusada. La historia se repite y ahora es Kinzo quien sufre como Kiriko. Tiene que salvar a esa mujer de la que está locamente enamorado y por juegos del azar y de la pericia de Matsumoto ahora es Kiriko quien puede salvarla. Kinzo intenta convencerla de todas las maneras posibles. La escena de la humillación del otrora todopoderoso abogado, de rodillas, es memorable. Llorando delante de una pobre joven que es mármol, hielo, odio y venganza.

Kiriko es una heroína clásica, una heroína de tragedia griega y de tragedia japonesa. Está dispuesta a sacrificar lo que, en un sentido tradicional, es muy valioso y no duda en inmolarse con tal de destruir a Kinzo en lo personal y en lo profesional. Léase y hace tiempo que no uso el imperativo.