Juana Vázquez Marín es extremeña, arraigada a la tierra y su paisaje, aunque vive en Madrid desde hace muchos años. Doctora en Filología Hispánica, licenciada en Periodismo y catedrática de Literatura, como poeta ha escrito Signo de sombra, En el confín del nombre, Gramática de luna, Escombros de los días, Tiempo de caramelos y El incendio de las horas. Como novelista destacan dos novelas, Con olor a naftalina y Tú serás Virginia Woolf. Ha cultivado también el ensayo, con obras como El Quijote en clave de mujer/mujeres o El Madrid cotidiano del siglo XVIII, y ha colaborado en numerosas revistas literarias y suplementos culturales. Este año ha salido publicado La espiga y el viento, una antología poética de su obra.

-Ha cultivado diferentes géneros, el ensayo, la novela, la poesía, ¿en cuál de ellos se siente más cómoda? ¿Dónde ha sido más transparente, ha dado más de sí misma?

-Si de sentirse cómoda se trata, en todos por igual. Si me preguntaras ¿dónde soy más yo?, te respondería que, sin duda, en la poesía. Y, claro está, en ella es donde he dado más de mí. Pues me siento poeta, empecé a escribir versos con 5 o 6 añitos. Aunque la investigación también me gusta mucho. De hecho yo iba para investigadora, pero una nota de boletín, que suspendía la entrada de colaboradores en el CSI, frustró en parte esa vocación.

-En los poemas del libro En el confín del nombre hay desorientación vital y una idea clave: el absurdo de la vida, ¿cómo surgió este libro?

-Pasaba una mala racha, estaba desilusionada con mi trabajo de profesora, no me sentía realizada, y me afloraron las eternas preguntas de ¿qué es la vida?, ¿a dónde vamos?, ¿qué hacemos aquí...? En fin, mi mirada sobre el día a día se hizo negativa, lo más probable porque me sentía frustrada dando clases en institutos. Luego pasé a la Universidad y ya fue otra cosa.

-En el libro Nos+otros, como su propio título indica, da la sensación de que se vuelca en los otros: seres anónimos, míseros, desheredados, y que tiene algo de remordimiento por estar mirándose siempre el ombligo. De ahí ese poema de Mujer ensimismada: «Me arranqué la mirada de hembra dolorida que inquiere sus contornos, su identidad, su signo... para entrar en la niebla y el enigma del otro...»

-Una vez terminado En el confín del nombre, donde las preguntas que me hacía, aunque eran sobre todo el género humano, yo las había centrado en mí en todos los aspectos de mi recorrido vital, quedé un poco saturada del yo, ya que es obvio que ese libro es un poemario «yoísta», y quise darle una vuelta de tuerca al caos existencial y preguntarme por la pobreza, por la miseria, por la mendicidad... En realidad me vino dado de dentro, pues yo «vomito» los poemas, no escribo con el piloto encendido del raciocinio. Pero como en el otro están mis temas eternos: Dios «que no está», la tristeza, el malestar social, el enigma de por qué marginados no y marginados sí. El tiempo que dura la herida de sus vidas y «las flores» de las nuestras. En fin, es un poemario socialbiológico, pues al final todos terminados igualmente en un puñado de polvo.

-Gramática de luna es un poemario onírico. «Yo no sé dónde estoy ni qué hago aquí/ ni siquiera sé si este es mi mundo o el otro, el inaccesible». El tema esencial son los sueños. ¿Cómo surgió?

-Es un libro singular, casi de escritura automática, que fue escrito en cuatro días. No en muchos más han sido escritos los restantes. De todas formas, este es el que desconozco casi todo de él, debe venir de donde se asienta la identidad del yo. Su proceso fue, podríamos decir, entre paréntesis, una escritura en trance. Yo estaba terminando de escribir un artículo para El País, y lo tenía que entregar ya. De pronto me asaltaron unas imágenes alucinantes entre espirituales, enigmáticas, místicas, surrealistas... no sé como describirlas. Yo hacía todo lo posible por alejarlas, pero ante la imposibilidad de hacerlo dejé el artículo, puse una excusa y durante cuatro o cinco días estuve casi 12 horas en el ordenador. Era como si alguien me dictara los poemas, su extensión y también el final del libro.

-En Escombro de los días surge la mujer que vive la realidad a través de lo cotidiano en muchos aspectos. Aparecen aeropuertos, las dosis homeopáticas medicinales para ir llevando la vida, el amor, o más bien el desamor... ¿Tuviste la sensación de desdoblarte en este libro, como si fueses Juana Vázquez la soñadora y la mujer que contempla el mundo real? Pues la Juana Vázquez transcendente tampoco desaparece.

-Es el único libro que está dividido en secciones temáticas: Escombros de la melancolía, Escombros del amor y Escombros de la poesía. Pero no lo es tanto. La melancolía de la vida diaria, como el desamor al igual que escombros de la poesía, están unidos por la tristeza, por el desamparo existencial, por el misterio, por el tiempo, temas que van en todos mis poemarios. Sin embargo, es cierto que en ese quise bajar de la metafísica y lo trascendental de la mayoría de mis poemas al terreno de lo cotidiano. Puede decirse también al revés: elevar buena parte de lo que sucede en el día a día al plano poético. Estaba un poco cansada de no pisar tierra. Quizá sería necesario un añadido, destacar que es en el único libro de poemas que se habla de amor.

-En tu libro Tiempo de caramelos hablas de tus padres, de tu infancia, ¿cómo surgió el deseo de escribir este libro?

-Lo escribí como consecuencia de unos meses que estuve visitando a un psicoanalista. Cuando me preguntó por mi vida académica y laboral, y le conté mis especialidades, profesiones, escrituras de libros, etc., me respondió que había algo en mi vida que me impulsaba a querer subir todos los días un escalón más. Y así llegó a mi padre, que por creerme una niña muy inteligente me ponía muchos deberes y yo, por recibir su cariño, los hacía, aunque me agobiaba. Me dijo que de ahí me venía ese afán de superación y de agobio, cuando no lo lograba. Quise contar esa situación de mi niñez, y de ahí salió el libro. Libro que luego me he arrepentido de escribir, pues la mayoría de los poemas van orientados a subrayar la austeridad de mi padre con una niña, cuando le debo todo lo bueno que hay en mi vida.

-En El incendio de las horas, presiento que hay un encuentro de pronto con la despedida de la juventud: El tiempo ya no pasa, pesa. ¿Es tu libro más sincero?

-Pues sí, junto con Tiempo de caramelos son los dos libros más sinceros que he escrito, en ellos me vierto por entero, y, concretamente en El incendio de las horas, cuento los problemas que trae el tiempo cuando la juventud se ha ido. Y también aludo mucho a una especie de depresión que pasé, al encontrarme cara a cara con una adulta, camino de la vejez. Dios mío, me preguntaba, ¿cómo ha sido?

-¿Cree que ha logrado a través de la poesía, el ensayo o la novela ser más feliz?

-Sin duda que lo he sido, no podría vivir sin escribir. El ponerme ante un poema, o una novela, me sube el ánimo. Entro en otros mundos.