Cuentan que aquel personaje del que afirmaban que en cada arruga de su cara había un delito, el conde de Romanones, decidió ser miembro de la Real Academia Española. Siguió los protocolos usuales y le dieron su voto verbal la mayoría de los llamados con ironía Inmortales. ¿Quién recuerda a la mayoría de ellos? Nadie. Llegó el día de la elección y el conde mandó a su secretario para que le trajera la fausta nueva. No lo votaron y pronunció la frase que da título a este artículo. La frase se puede aplicar a todas las academias y universidades, teóricas sedes del conocimiento y sus cualidades.

Cuando se busca en cualquier enciclopedia la entrada Charles Dickens aparece, claro está, escritor y en casos menos frecuentes crítico social. Pues Los papeles de Mudfog , editado por Periférica, es un maravilloso ¡Jo, qué tropa! El autor británico es una de las cumbres de la literatura universal, sus libros se siguen reeditando y se venden por miles. Encarnó la Era Victoriana, la describió y la criticó con una ironía y un humor extraordinarios. En la mejor estirpe cervantina, es el mejor elogio que se le puede hacer, creó tipos y situaciones, manejó el tiempo de la narración y desarrolló una obra en la que es difícil elegir un título porque son muchos los que se pueden citar como modelos de buena, de la mejor literatura.

Estamos en el último cuarto del siglo XIX, una época de expansión europea que llamamos colonialismo, una época de enormes avances científicos y tecnológicos, un periodo en el que el progreso se contemplaba como infinito, un tiempo positivo donde todo dependía de los datos empíricos, de lo comprobable; aquello del cirujano ilustre que afirmaba que en su larga vida profesional había visto de todo menos el alma.

La ciencia iba a resolver todos los problemas y se extendieron como la pólvora las sociedades científicas de todas clases. Dickens crea la Sociedad Mudfog para el Avance de Todo. El topónimo se corresponde con una ciudad imaginaria. La palabra es un compuesto de "mud", lodo, y "fog", niebla. Desde la primera página el lector inicia la sonrisa que llegará a carcajada a lo largo del texto. Esta perspectiva es el hilo conductor de una caricatura literaria de mucho calado, perfectamente extrapolable a nuestros días. No se trata de una novela de personajes, es más un reportaje; de hecho, un reportero, un periodista es el que nos cuenta las peripecias de las diversas sesiones y comunicaciones que se presentan en las reuniones de la Sociedad. El estilo de la crónica de prensa es la forma elegida. No hay que olvidar el enorme auge de la prensa escrita en esta época.

Se puede encontrar un referente de esta parodia, la Sociedad Británica para el Avance de la Ciencia. El texto es un combinado y en este caso el autor pone mucha burla y mucho esperpento, en el sentido de don Ramón, para llegar al absurdo; lo hace alterando el orden lógico para saltar libremente por los predios de la imaginación que nace de la realidad aparentemente más seria.

El volumen recoge otros textos. Todos aparecieron en revista cuando aún Dickens firmaba como Boz. Se reunieron después de la muerte del escritor. El carácter fragmentario, tan actual, es un rasgo del libro. Este se inicia con el cambio de carácter y los delirios de grandeza del señor Tulrumble que llegó a alcalde de Mudfog. La escena del desfile parodia admirablemente la del Lord Mayor de Londres.

La Sociedad se reúne dos veces y lo primero que llama la atención es la enorme expectativa que los científicos despiertan en las gentes. Los pueblos en los que se reúnen los sabios se llenan y faltan alojamientos como si en tan lejanos tiempos, de 1837 a 1839, fechas de la publicación, fueran conciertos de grupos famosos. La imagen de los científicos se humaniza y llega hasta el ridículo. La escena del mareo en el barco es antológica. Un tubo metálico, un enigmático tubo, qué contiene, un invento no visto; pues no, se trata de parches para el mareo.

A modo de escenas impresionistas se suceden las crónicas de las comunicaciones. Como muestra vale un botón. Veamos el título de un informe: "Comentarios sobre las industriosas pulgas, con observaciones sobre la importancia de implantar escuelas infantiles entre esa numerosa clase social, sobre cómo dirigir su trabajo hacia fines útiles y prácticos y sobre cómo emplear el excedente de fruta para proporcionarles una manutención cómoda y respetable en la vejez". Ya veo la incredulidad, pues ni les cuento de las medidas que se plantean. Todo lo que se dice de las pulgas es aplicable a los humanos.