Navarro nacido en San Sebastián, en 1940, además de editor y traductor, Jesús Munárriz es, sobre todo, poeta. En su amplísima obra destacan títulos como Esos tus ojos (1981), Otros labios me sueñan (1992), Corazón independiente (1998) y Museo secreto (2012). En esta entrevista nos habla de su nuevo libro, Los ritmos rojos del siglo en que nací, un cuento triste (Hiperión, 2017), un poemario imprescindible que indaga en la historia del siglo XX.

-Después de su anterior poemario, Nos han robado un ángel, vuelve a incidir aún con más hondura y desaliento en asuntos de ámbito social, como, por ejemplo, la eterna lucha ideológica entre los poderosos y los desheredados, ¿cree que este mundo tiene solución?

-El verso final del libro resume mi punto de vista: «No es fácil el asunto, no, no es fácil». Desde que tenemos noticias de nuestra especie, unos hombres han sometido a otros. Hace millones de años, además, se los comían. Ahora se limitan a aprovecharse de ellos de mil maneras, pero no hemos cambiado mucho.

-En su nuevo poemario, escrito en un tono salmódico y envolvente, a lo largo de diez años, hay un aliento épico que emociona por su autenticidad, ¿cómo lo ha conseguido?

-Me alegro de que lo vea así, yo nunca estoy seguro de haber conseguido lo que me proponía. Lo que sí puedo afirmar es que en el libro no hay nada falso ni fingido; lo que escribo, es porque lo pienso. Eso le da autenticidad, supongo.

-El lector que se adentra en su libro halla la historia esencializada del siglo XX, poetizada con mucho tino. Supongo que le habrá llevado tiempo lograr esa esencialidad.

-Como decía usted antes, pese a su brevedad he tardado diez años en escribirlo. Tenía una idea general que me rondaba por la cabeza y, de pronto, un día se concretaba en un episodio, en un fragmento de la historia, cerrado en sí mismo. No seguía un orden, pero todos formaban parte del mismo proyecto, y una vez ordenados acabaron formando esa síntesis histórico-poética del siglo pasado.

-Dentro de su obra poética, como ocurre en este nuevo libro, existe una ironía sutil que acaba atenuando el duro mensaje de sus versos. ¿Qué efecto causarían éstos, cargados de denuncia, sin la aportación de esa pizca de ironía tan vehemente y, a la vez, sutil?

-La ironía y el humor ayudan a desdramatizar hasta lo más terrible. Todos sabemos las barbaridades que cometieron ciertos dictadores, pero si nos acordamos del bigotillo del uno o de los paseos bajo palio del otro aún podemos esbozar una sonrisa y situarlos en el ridículo que, además de la condena, se merecen.

-Cuando uno lee su libro acaba convencido, si no lo estaba antes, de que el pasado siglo XX, el de las guerras, fue absolutamente nefasto para el hombre. Supongo que usted pensará así.

-Ha sido el siglo con más muertos de la historia, no sólo porque la población mundial ha sido la más numerosa, sino porque las dos guerras mundiales y las muchas otras locales han asesinado a cientos de millones de seres humanos, civiles en su mayor parte. Una masacre continua.

-Una de las cualidades más bellas y hermosas del poemario es su voz poética comprometida, siempre al lado de los débiles y los desheredados, ¿cree que estos tienen alguna posibilidad de heredar la tierra?

-Esa es una aspiración y una esperanza que se mantiene viva y latente desde siempre, es un acicate, una meta soñada, pero desgraciadamente cada vez parece más difícil de lograr.

-Su poesía es hoy más que nunca un arma cargada de futuro, o al menos de crítica social, pero, a la vez, deleita y emociona. ¿Qué papel desempeña la poesía en el mundo de hoy?

-Es difícil saberlo. El poder no hace nada para difundir la poesía, procura acallarla, pero la poesía se abre paso de mil modos y llega al alma de la gente, y ayuda a vivir y a cambiar la vida. No todo es mecánica o economía en la historia.

-Aquí, en su poemario, hay versos tan estremecedores como éstos: «Relumbró aquella chispa en millones de ojos,/ avivó sus anhelos,/ prendió una luz en su tiniebla». ¿En quiénes pensaba a la hora de escribirlos?

-Iskra, La chispa, era el periódico de los socialistas rusos a principios de siglo. Muchos de sus redactores y colaboradores, como Plejánov, Lenin, Vera Zasúlich o Trotski participaron en la revolución de octubre. A su vez, esa «chispa» provenía de un verso de Pushkin, «de una chispa el fuego se reavivará».

-Si todo el poemario tiene un límpido aliento de emoción y ternura solidaria, en la última pieza, Epílogo, describe maravillosamente la verdad de las verdades: siempre habrá pobres y ricos. ¿Qué vigencia tienen aún las doctrinas de Marx y Jesús de Nazareth en una sociedad tan corrupta y globalizada?

-He querido reunir en ese poema final a dos grandes revolucionarios, judíos ambos, aunque con concepciones muy diferentes, que pretendieron e intentaron acabar con la injusticia universal con distintos métodos y que, como comprobamos a diario, no consiguieron acabar con el problema, que probablemente no tenga solución.

-La conclusión que uno saca tras la lectura de su hermoso libro es que, al final, después de tanta lucha, hoy estamos aún peor que antaño. ¿Cómo ve la realidad política y social de nuestro país?

-Bueno, hay muchas cosas en que estamos mejor que nunca: en descubrimientos científicos, en producción de alimentos, en sanidad, en comunicación, en transporte, en nivel de vida, en esperanza de vida... la humanidad ha adelantado muchísimo; otra cosa es quiénes se aprovechan de esos adelantos, cómo se distribuyen, a quiénes llegan. De la España de la Segunda República, cuando la gente calzaba alpargatas y había grandes zonas en que no tenían qué comer, a la de 2017, con deportivas y problemas de sobrepeso, el salto ha sido enorme. Pero en los últimos años, mientras crece la riqueza de los privilegiados, crece a su vez la pobreza de los desposeídos. El país no puede tolerar esa brecha. Hay riqueza para todos, pero hay que distribuirla con equidad, empezando por la educación, que es la base de toda riqueza. Y no hablo sólo de dinero.