Irene es una creadora multidisciplinar. Ha estudiado música, pintura, así como escultura. Tiene publicadas las novelas, Fiebre para siempre (Premio Ojo Crítico, 1994), Hija de la noche en llamas, Mordake o la condición infame, El coleccionista de almas perdidas (finalista del Premio Fundación José Manuel Lara), El beso del ángel, El alma de las cosas y Anoche anduve sobre las aguas. El cuento es otra de sus facetas creadoras, apareciendo algunos de ellos en varias antologías. Además, tiene en su haber una abundante obra pictórica. Ondina o la ira del fuego es su última novela.

-¿Cómo nació ‘Ondina o la ira del fuego’?

-Cuando era adolescente leí El hombre de arena, de Hoffmann, con un prólogo de Freud. En esa época también leí Ondina, de Freidrich de la Motte Fouqué. La narradora de esta novela leyó Ondina a la misma edad que yo. Empecé a estudiar piano a los seis años, y una de las primeras piezas que aprendí a tocar fue «Barcarolle», de Los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, que me fascinó. Así que el origen de esta novela está en mi infancia y adolescencia. Es un primer amor.

-¿’Ondina’ es una ópera mítica?

-Ondina es una ópera bendita y maldita al mismo tiempo. Es bendita porque es una ópera maravillosa musicalmente. Se estrenó en el verano de 1816. Fue una obra innovadora y arriesgada, y fue la primera ópera del romanticismo alemán. Ondina es una ópera maldita porque en el verano de 1817 un incendio arrasó el Teatro Real de Berlín donde se interpretaba, finalizando las representaciones de Ondina. No se volvió a programar. Cuando se construyó el nuevo teatro, una de las primeras obras que se representaron fue El cazador furtivo, de Carl Maria von Weber, que se llevó los laureles merecidos por Ondina, y que hasta la fecha ostenta el título de ser la primera ópera romántica. Se cumplen doscientos años de la efemérides del nacimiento y la muerte de la ópera Ondina, y ni siquiera los músicos alemanes la han recordado, a pesar de que influyó profundamente y poderosamente en músicos como Weber y Wagner.

-¿Qué ha querido plasmar en el libro?

-He querido representar una de las fantásticas veladas serafinas fundadas por E.T. A. Hoffmann y otros autores del romanticismo alemán. En aquella época, Hoffmann se reunía con Friedrich de la Motte Fouqué, Adelbert von Chamisso, Salice-Contessa, el actor Devrient, el doctor Koreff y otros amigos para contar historias. Esas tertulias literarias tenían dos reglas doradas. La primera regla era que todos los cuentos debían ser fantásticos. La segunda regla era que después de contar cada cuento, los demás tertulianos debían comentarlos y juzgarlos. Las historias que no eran lo suficientemente fantásticas o no eran buenas literariamente eran destruidas. El Cascanueces, de Hoffmann, estuvo a punto de ser destruido. Torrente Ballester se quejaba de que en España se valora muy poco la imaginación, cuando en los países más cultos, la imaginación es lo más valioso, el motor del mundo.

-¿Es una novela histórica?

-He tenido la buena-mala suerte de que me baso en unos hechos reales y en algunos personajes reales, pero de los que apenas hay información, por lo que he tenido mucha libertad para poder recrear y crear. El incendio que hace de eje de la novela ocurrió realmente. Los cantantes existieron y fueron conocidos en su momento, pero actualmente hay pocos datos sobre ellos. La tertulia que los personajes organizan tras el incendio también está basada en las tertulias reales, que Hoffmann recopiló en sus Cuentos de los hermanos de San Serapión. Hasta ahí la realidad, todo lo demás es hijo de la imaginación.

-¿Por qué utiliza la primera persona? ¿Le ha costado identificarse con la cantante?

-Me encanta utilizar la primera persona. La tercera persona me suele sonar irreal. La voz de Ondina me poseyó, la voz literaria y la voz musical. Me fue fácil sumergirme en la mente de la cantante, porque me había adentrado bastante en su vida, a partir de la cual podía inventar. Además, soy melómana, estudié piano y solfeo durante siete años, y la ópera Ondina me parece tan maravillosa como desconocida.

-En esta historia presenta al Hoffmann musical, que es muy poco conocido.

-Cierto, es bastante desconocido e infravalorado, a pesar de que para Hoffmann la música era la más romántica de todas las artes porque aspira al infinito. Siempre he creído que si Dios existe se parece a la música. Para mí el ritmo es muy importante en literatura. En esta novela está muy presente la música de las palabras y el baile de las pasiones.

-¿Es cierto que hubo una conspiración contra la ópera ‘Ondina’?

-Los seres excepcionales suelen reconocerse por el conjuro de necios que se forma contra ellos. La envidia es una de las pasiones latentes en la novela, en este caso la envidia artística. En la novela, Ondina es un ser de agua, y el fuego de la envidia y la traición inmola la ópera. Carl Maria von Weber no provocó el incendio, pero fue uno de los que más se beneficiaron del sacrificio de Ondina. El arquitecto Schinkel, que había diseñado la escenografía de Ondina, construyó el nuevo teatro, y la mayoría de los cantantes actuaron en El cazador furtivo, incluida Johanna Eunicke. Todos se beneficiaron del incendio, excepto Hoffmann, porque su Ondina fue quemada viva. Ardió en el incendio y arde en el silencio. El silencio es el infierno de la música.

-¿Qué hay de verdad en la historia? Hay personajes inspirados en seres reales, pero también hay pasajes fantásticos.

-Los personajes fantásticos son el territorio en el que se despliegan los cuentos que cuentan los tertulianos, pero en el banquete en sí domina el realismo, por llamarlo de alguna forma. Toda la novela se desarrolla en dos dimensiones: la dimensión temporal del banquete y la dimensión atemporal de los relatos que cuentan los tertulianos.

-¿Qué es lo que le puede interesar al lector de hoy de una historia del siglo XIX?

-A los lectores actuales les puede interesar el despliegue de las pasiones que circulan por toda la historia: la ira, la envidia, la venganza, el amor, el desdén, el deseo, el arrebato, la inspiración, el frenesí. También les puede interesar acercarse a una época llena de generosidad a la hora de bendecir y de maldecir, generosidad a la hora de amar y odiar, a la hora de escribir y de elogiar, a la hora de vivir, y hasta me atrevería a decir que a la hora de morir. En el período del primer romanticismo el despilfarro era una forma de generosidad, la más heroica. Algunos personajes de la novela practican esa clase de generosidad con frecuencia.

-¿Cómo fue el proceso de investigación y qué es lo que más le sorprendió de todo?

-Precisamente, por carecer de información, resultaba fascinante descubrir cada dato nuevo, por pequeño que fuera. Gracias a esa carencia, me pude dejar llevar por la intuición y la inspiración con mayor libertad, para concebir unos personajes y unos actos más interesantes e independientes del peso de la historia. Mientras investigaba lo que más me sorprendía era la inmensa generosidad de Hoffmann, demostrada día a día. Era un hombre que disfrutaba de la noche y de la vida. Tenía siete vidas como los gatos y siete oficios, pero solo tuvo una muerte. ¿O no?