En 1959 Truman Capote empezó a escribir una novela que publicó en 1966, una novela que es famosa por derecho propio, A sangre fría. Es sabido que hizo un gran trabajo de campo para adentrarse en una gruta perversa, la que encerraba los motivos que llevaron a asesinar una familia sin causa aparente.

Esta novela y la que voy a analizar, si es que se las puede llamar novelas, plantean cuestiones teóricas de gran calado. Cuando leí la sinopsis de Se llama usted Michelle Martin, de Nicole Malinconi, editada por Funambulista, me interesó muchísimo y adelantaré que no me ha defraudado en ningún momento. Se trata de un texto brillante, muy bien construido, que maneja la técnica elusiva, no en el sentido del diccionario, sino en el de la técnica textual.

En reciente entrevista, un novelista famoso afirma algo que es una perogrullada. Las novelas son obras de ficción pero toman materia de hechos muy diversos de eso que llamamos realidad. Eso es sabido porque hasta las obras de ficción más radical tienen posibles referentes, más o menos lejanos a la historia que se cuenta. Que hasta lo imaginario exige ser contado con una palabra detrás de otra en una categorización de formas léxicas que construyen la superficie del texto y condicionan su recepción.

En la tranquila, hasta aburrida Bélgica, en 1966, saltó a los medios una noticia que dejó sin reacción a los ciudadanos, el llamado caso Dutroux. El violador, asesino, torturador de muchachas, el ladrón de coches y delincuente de otras causas fue condenado a cadena perpetua. Hoy permanece en una celda mínima de alta seguridad. Su esposa y cómplice, Michelle Martín, fue condenada a treinta años, de los que cumplió diez en prisión. La historia es tan macabra y repugnante que no son admisibles otros calificativos. Se le definió de monstruo. La materia narrativa era suficientemente morbosa para escribir una novela truculenta, espantosa que, con todo, nunca podría transmitir el horror de dos niñas muy pequeñas que fueron condenadas a morir de hambre, entre otros espantos. Malinconi no ha elegido ese camino fácil, ha realizado un ejercicio muy meritorio y muy complicado que puedo resumir en una exploración sobre la palabra, todo un acierto.

A petición de Michelle, Nicole la visita en la cárcel y se inicia una serie de encuentros en los que las dos hablan sobre un posible libro que, al principio, quiere escribir Michelle y que después debe escribir Nicole. No olvidemos el punto de partida. Nicole visita a una persona condenada, maldita y no exagero en la definición. ¿Qué pretende Michelle, qué libro podría escribirse?

La pregunta que surca el texto como un río que hace curvas en forma de juicios y argumentos, afluentes de palabras que se escapan a la interrogación fundamental: ¿Por qué? ¿Cómo pudo colaborar con actos atroces que nunca aparecen en el texto? Nicole nos redime de detalles, a este tipo de elusión me refiero aunque mejor es definirlo como elipsis, como la eliminación intencionada de elementos del discurso.

Aunque hay opiniones según personas, se admite que el velo es más sugestivo que la desnudez total. En este texto la elipsis es magistral, deja abierta la puerta a la imaginación y que cada cual ponga la mesura o la desmesura en el universo eludido.

Michelle no quiere hablar del pasado y Nicole no la fuerza. Quiere un libro sobre su vida en la cárcel, sobre su recuperación y sobre sus ganas de vivir, de estudiar. Las puertas no se pueden cerrar y de alguna manera se recupera el pasado pero con una clara voluntad de exculparse.

La condenada iba con su padre al colegio cuando una placa de hielo hizo patinar y chocar al coche. El padre murió en el acto y desde ese momento la niña queda en manos de una madre despótica, absorbente, que consiguió anular su personalidad hasta el extremo de que esta anulación fue la constante de su vida. De la madre pasó a Marc Dutroux que la golpeaba, la humillaba, la amenazaba. Todo eso parece cierto en la permanente ambigüedad textual, inherente a los mensajes, a casi todos los mensajes.

Nicole se podría haber deslizado hacia la misericordia, hacia la conmiseración, hacia el perdón en definitiva. Nicole no juzga, intenta explicar y explicarse, intenta, este es el mérito, depurar el lenguaje para que diga exactamente lo que se desea, la exactitud por encima de cualquier cosa. La autora es perspicaz y su texto está lleno de matices y, por supuesto, de belleza.