La muerte de Francisco Benítez nos ha dejado a sus numerosos amigos en un estado de absorto vacío afectivo. No sólo hemos perdido a uno de los dramaturgos más señeros de su generación, que es la mía, a un narrador excepcional —reléanse sus Cuentos ocultos del Sur— y a un notable poeta, autor de títulos como De la sangre y sus ritos -colección de poemas inspirados en la tauromaquia, o Regreso a Pau, premio de poesía Juan de Mena-, sino que nos ha privado del contacto cordial con una de las personalidades más ontológicamente buenas y generosas que hayamos conocido a lo largo de nuestra vida. Su ausencia nos empobrece a todos, a todos sus amigos del mundo de la literatura y de la escenarios; su presencia en un trato a veces casi diario, en nuestra tertulia del bar Gris, donde durante muchos años teníamos montada la oficina, nos deja un tanto desguarnecidos de su palabra lúcida e imaginativa, de su fabulación sugestiva y brillante, sin alharacas ni afanes de protagonismo, privados de su abarcador conocimiento de la realidad y de ese mundo de los negocios internacionales con el que hubo de tratar en sus constantes viajes y del que él también nos ilustraba.

Desde el triste día en que él nos abandona, me remonto décadas atrás, mediados los setenta, a cuando lo conociera en casa de nuestro común amigo Mario López en Bujalance, cuando él era no sólo ya autor de una obra que alcanzara la resonancia madrileña de su Farsa inmortal del anís Machaquito, sino uno de los más reputados altos ejecutivos del comercio internacional, profesión que le había llevado ya -licenciado en Derecho por la Complutense y dominador de lenguas-, en aquellas calendas, en que tan pocos salíamos al exterior, a recorrer más de medio mundo.

Desde el primer momento, por común educación y raíces familiares -ambos tenemos las nuestras en la comarca del Alto Guadalquivir- y aunque al principio no nos tratásemos con la asiduidad que yo hubiera deseado por sus numerosos estancias en el extranjero, sentímos una mutua identificación personal, una común temperatura intelectual y afectiva. Cuando años despué él ya se reintegró a Córdoba nuestro trato fue diario y juntos colaboramos en diversas empresas por nuestra común pasión por las letras.

Fueron los años en que Paco Benítez logró un gran éxito del teatro popular con su obra La vaquera de la Finojosa, en aquellos tórridos veranos en que todos marchábamos a aquellas desbordantes representaciones en Hinojosa del Duque, con el impresionante escenario de la Catedral de la Sierra y en una cálida comunión de actores y de público, que le llevara a reproducir semejante éxito en la próxima Belalcázar, con su obra El halcón y la columna, dramaturgia sobre la historia medieval de dicha localidad del norte de la provincia, editada luego por la Diputación Provincial. Otra obra fundamental de su producción fueron Los viejos, que se representara en el Gran Teatro de Córdoba con gran éxito. Otro volumen recogería, bajo el común título de Candelabro de muecas, los citados Los viejos, junto a otras obras como Alumbramiento súbito y mágico del infante del amor trenzado y Fuensanta; otras obras vienen asímismo a nuestra memoria como Los invitados o Melodrama verídico de Burri de Carga. En todas ellas, el fino sentido dramático y vis cómica de Francisco Benítez nos dejaban sobre la escena la eclosión objetivada de su alto temperamento creativo y su incuestionable capacidad dramática, junto a la muy renovadora modernidad de su dramaturgia, que de haber seguido radicado en Madrid, centro de todas las actividades de este signo, hubiera encontrado una más amplia difusión. No obstante, con el grupo teatral La Buhardilla alcanzó notorios reconocimientos en su periplo por los teatros del cono Sur americano, por Uruguay, Argentina y Chile, aunque él, por su discreta caballerosidad y corrección, tan difíciles de encontrar ya por estas calendas, no gustara hacer alarde de ello, sino más bien, y muy británica, o elegantemente, desmerecerse un poco ante los ojos de sus amigos, que no obstante bien conocíamos el oro noble y limpio de su cordialísima y sabia personalidad.

Fruto de nuestra entrañable convivencia y amistad fue una obra que firmamos en común, aunque lo mejor y más brillante de ella se debiera al genio dramático de Paco: Góngora, sombra y fulgor de un hombre, que llevara a la escena del Gran Teatro a nuestro gran poeta del Barroco, protagonizado por Ricardo Luna, gracias también al interés que la entonces teniente de alcalde de Cultura de nuestro Ayuntamiento, Angelina Costa, mostró por la misma, hasta el punto de editarla también en libro, volumen que fuera distribuido por este mismo diario CÓRDOBA. Obra que luego fue llevada a la pantalla, bajo el subtítulo de Brillante oscuridad, dirigida por Miguel Ángel Entrenas y protagonizada por Juan Carlos Villanueva y Belén Benítez.

Desde aquí nos sumamos de todo corazón al dolor de su esposa, de sus hijos y hermanos, todos cuantos colaboramos en sus obras por tan triste pérdida, pero todos nosotros sabemos también que cada verano el genio dramático de Francisco Benítez volverá a brillar inmarcesible en las ya tradicionales representaciones de sus obras históricas tanto en Hinojosa del Duque como en Belalcázar. Allí nos esperará siempre nuestro amigo Paco, en las cálidas noches estivales del Norte de la provincia, para darnos un abrazo sobre la escena y deleitarnos con el genio literario de su fértil inspiración dramática. Hasta esa ya próxima representación, adiós, Paco.