‘Grillos y luna’. Autora: Susana Benet. Edita: La isla de Siltolá. Sevilla, 2018.

Hace ya tiempo que el haiku abandonó el estigma de ser considerado un género poético menor y exótico para pasar a recibir la atención que merece por parte de poetas y críticos. Muchos son los autores actuales que lo han cultivado, aunque pocos con la exigencia, dedicación y acierto de Susana Benet. La trayectoria de Benet (Valencia, 1950) es una de las más interesantes en el ámbito del haiku en nuestro país. A un celebrado estreno, Faro del bosque (2006), le han seguido casi una decena de títulos, la inclusión en numerosas antologías y la obtención de un reconocimiento tan importante como es el I Premio de Haiku Ciudad de Medellín. No ha de extrañar que sea ella, con Grillos y luna, la poeta con la que La isla de Siltolá se lanza a inaugurar una colección dedicada al haiku. La editorial sevillana redobla así el compromiso contraído con otras manifestaciones literarias breves -ya tiene una línea dedicada al aforismo-, y Benet, por su parte, vuelve a mostrar la insondable profundidad a la que puede asomarnos con tres versos; los infinitos universos que son capaces de encerrar diecisiete precisas sílabas. El lector familiarizado con la obra de Benet va a encontrar en Grillos y luna ese fogonazo cegador que nunca, ni siquiera en un poema, deja indiferente; y, quien se acerque por vez primera, tendrá la sensación de sumergirse en una mirada capaz de destilar la esencia de cuanto observa. Porque los haikus de Susana Benet, como buena acuarelista, tienen la capacidad de dibujar, no sólo su mundo, también las historias que este contiene, con tan solo tres trazos: «No está el colegio./Sólo ha quedado en pie/la buganvilla». Otras veces participan de la extrañeza de un pensamiento poético que va iluminando sin prisa: «Un tiempo nuevo./Tu imagen envejece/en mi memoria». O nos abandona a la sensación de habernos depositado un mensaje revelador: «Por su belleza/coge un niño la flor/y la deshoja». Benet es experta en el arte de reflejar lo complejo, extenso y profundo, ofreciéndonos apenas la diminuta tesela del espejo: la sombra escurridiza de una imagen. Conviene subrayar que, si bien hay una lógica inclinación por lo espiritual, en sus textos destaca el gusto por lo cotidiano, donde la observación de la naturaleza es importante, pero también lo urbano («Noche desierta./Solitario el semáforo/cambia de luces».) o una acertada contradicción de ambas realidades para dar rienda suelta al milagro («Viento en los árboles./En el salón cerrado/un mueble cruje».). El crítico José L. García Martín afirmaba en uno de sus escritos, a colación de la obra de Benet, que es tan difícil encontrar un buen lector de haiku como un buen escritor. Susana Benet ha cumplido con su parte.