En los años 80 la poesía española se dividía entre dos poéticas: la de la experiencia, derivada de la nueva sentimentalidad, y la de la diferencia, que no era una sino todas las propuestas posibles: diferencia en la pluralidad. Ahora, mediada la segunda década del siglo XXI, lo que la poesía se juega es el propio escenario, su manera de trasmitirse. El protagonismo se reparte entre la editada en forma de libro y la que corre por internet y por las calles. La lectura de poesía ya no es un acto solitario, dicen las redes y los medios. Pero los libros se siguen editando, las librerías resisten, y las pequeñas editoriales crecen frente a las tradicionales. Ni la edición en papel ni la edición on line han ganado la batalla. Se empeñan en convivir, y aunque los jóvenes empiezan en la red, cuando se ven en forma de libro adquieren mayor entidad y mayor presencia.

Lo más característico de la poesía actual es que la autoría femenina se iguala en número, interés crítico y lectores a la de autoría masculina, a pesar de las dificultades: los premios más cualificados los ganan mayoritariamente poetas varones, los jurados no son paritarios, los textos de literatura en Secundaria sólo citan a una autora del siglo XVIII y ninguna poeta ni dramaturga en el XX. Pero la poesía, especialmente la femenina, se reinventa en la era de internet para volver a sus inicios, cuando se recitaba en las plazas o se cantaba ante auditorios nobles y rurales. Y así sucede en los festivales de poesía: Voix Vives de Toledo, FIP de Granada, Poesía para náufragos en Cuenca, Cosmopoética en Córdoba... La poesía se lee, se pone en escena, se recrea en espectáculo visual, musical y dramático. Y a la vez se publica en los blogs, en vídeo, se cuelga en muros y se proyecta en pantallas. La poesía está en todas partes y puede escucharse o leerse en el campo, en un bar o en el metro: en el móvil, a un golpe de click.

Por lo cual, y a pesar de la «norma» que eterniza nombres de la antigua escuela junto a suplementos culturales y mercados de las viejas editoriales, hoy no existe ya una poética predominante: las corrientes coexisten. Cada poeta busca su propia voz y en ella se centra, evoluciona o profundiza. La sociedad poética ha dicho adiós al patriarcado y al canon impuesto. Las y los poetas creen en un canon cambiante, revisable, crítico y democrático.

Las antologías contribuyen a esa necesaria reformulación y revisión del canon. De entre las editadas este año, La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-2015), de Vicente Luis Mora en editorial Vaso Roto, es la que más ampliamente se extiende en la introducción. Muestra las claves para dilucidar cuándo es valioso un poeta o cómo construir un canon no universalista, para afirmar que la poesía valiosa siempre tiene cierto grado de complejidad, mientras que la más premiada y la que triunfa en las redes «puede leerse y entenderse en su totalidad con el electroencefalograma plano». Los poetas incluidos en esta antología, afirma Mora, «han sabido luchar contra su formación», ya que ni la enseñanza secundaria ni la universidad, salvo excepciones, les facilitaron los instrumentos para conocer las diversas tradiciones poéticas, ensayísticas y críticas.

Re-generación, antología de poesía española (2000-2015), de José Luis Morante (ed. Valparaíso), da voz a 24 poetas nacidos entre 1980 (Fernando Valverde) y 1992 (Elvira Sastre), también con introducción y estudios personalizados.

Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX (1886-1960), editorial Visor, incluye a poetas de las dos orillas, de Delmira Agustini a Ana Istarú. Las antólogas y seleccionadoras fueron la gaditana Raquel Lanseros y la madrileña Ana Merino.

Editada por Bartleby, salió también en este año la antología (Tras)lúcidas. Poesía escrita por mujeres (1980-2016), en edición de Marta López Vilar, que incluye a 29 poetas.

Y por especial y curiosa, la editada en Andalucía, 70 menos uno. Antología emocional de poetas andaluces (etclibros, Fundación Unicaja), de Antonio Enrique, que la coordinó con el apoyo de los editores Rafael Ballesteros y Juan Ceyles. Cada poeta, de Pablo García Baena o Julia Uceda a los más jóvenes Julio César Jiménez y Raquel Lanseros, responden a la pregunta ¿Por cuál poema le gustaría ser recordado?, seguido de otras dos, ¿por qué lo has elegido? y ¿cuáles fueron sus circunstancias? Libro este raro, diverso, no consultado, plural en sus estéticas, donde cada poeta se atiene a su verdad y responde al cuándo y el cómo del poema.

La poesía se ha despojado de adornos superfluos, en especial de los adjetivos. En menor medida, también prescinde de puntuación y de mayúsculas, algo que no es nuevo, pero que actualmente se ha extendido como usual en algunos libros de cada poeta. En cuanto al verso, convive el de arte menor con el versículo o el poema en prosa, y el ritmo es cada vez más personal. Como si la poesía buscara una total libertad, lo que empezó huyendo de la rima siguió luego borrando cada uno de los demás elementos clásicos, y ahora un poema puede parecer más una canción, un cuento o un aforismo. Emoción e imagen no son ya pilares fundamentales de la poesía, importa más el despojamiento y la visión conceptual. En cuanto a corrientes estéticas, la poesía de la experiencia carece casi de representatividad, igual que la culturalista, porque quienes la escribían la reformularon en sus últimos libros.

Uno de los vectores que señalan escrituras y tendencias son los Premios Nacionales, que en el siglo XXI fueron Guillermo Carnero (2000), José Ángel Valente, Carlos Marzal, Julia Uceda (2003), Chantal Maillard, Corredor-Matheos, Caballero Bonald, Olvido García Valdés (2007), Joan Margarit, Juan Carlos Mestre, José María Millares, Paca Aguirre (2011), Antonio Carvajal, Manuel Álvarez Torneiro, Antonio Hernández, Luis Alberto de Cuenca y Ángeles Mora (2016). María Victoria Atencia fue Premio Reina Sofía en 2014 y en 2007 Clara Janés Premio de las Letras Teresa de Ávila.

En 2016 publicaron: Dionisia García, La apuesta, contemplación de escucha vitalista, disponibilidad y aceptación ante el ser y el devenir del mundo; Concha García, Las proximidades, por el que gana luminosidad dentro de su estética personal. Julio Martínez Mesanza, Gloria, con el que da un giro a su creación, y de la épica del ciclo Europa se traslada a una ascética que canta creación, naturaleza y artes plásticas junto a valores morales.

Aurora Luque, Los limones absortos. Poemas mediterráneos. Antología italiano-española; en 2015, Personal & Político; y en 2014 Fabricación de las islas (poesía y metapoesía). Personal&Político, a modo de cuaderno de viajes o postales de vida, reflexiona e ironiza al hilo de autores, mitos y símbolos siempre cercanos. Ioana Gruia, Carrusel, viaje a través de las relaciones y la escritura. Y Joaquín Pérez Azaústre, Ella estaba detrás del laberinto, antología con inéditos. La poesía, el amor, su ciudad, el cine, amistad y viajes son su temática, trabada por una mitología propia y por la emoción.

Yaiza Martínez, La nada que parpadea: lenguaje cifrado que engloba lo clásico, lo mitológico, lo profético, lo sagrado, con lectura a varios niveles y atención puesta en la deshumanización y el sacrificio de los inocentes. Marta López Luaces, en Después de la oscuridad, mitología, teología y ciencia repartidas en «Agua, tierra, aire, fuego y quark». Chus Pato, en Carne de leviatán, invoca la memoria, el cuerpo y el deseo con un léxico despojado e informe: la lengua de las bestias antes de la creación.

María Ángeles Pérez López, con Fiebre y compasión de los metales, se adentra en la piedra y el cuchillo, el dolor y la aguja, el yunque y la palabra, en la clara exigencia del lenguaje. José Luis Rey, La fruta de los mudos: mitología de las lecturas de infancia, de los libros sagrados, la naturaleza, el cine... se dan cita aquí por quien maneja el lenguaje y las imágenes con el arte de un ilusionista.

Carmen Camacho, el libro de aforismos Zona franca. Javier Sánchez Menéndez, Confuso laberinto, y en 2015 Mediodía en Kensington Park, poemas en prosa, en forma de diario. Neblina de misterio y paréntesis, mientras el lenguaje se troca reflexión y metapoesía, contemplación del ser y el no-ser. Francisco Onieva, con Vértices, indaga en una nueva masculinidad, la de ser padre, y a través de ella redescubre el mundo, en una poesía que es meditación y alumbramiento, celebración desde la desnudez de la palabra.

Nieves Muriel, Carta de la sirena. Con una aparente sencillez, instaura una feminidad que convive con la naturaleza y da voz a otro modo de relaciones; ecos de los inicios de la poesía, de las cantigas de amigo en otro modo de poetizar. Y Elsa López con Viaje a la nada anuncia las imágenes del frío y la nieve en una poesía despojada que es meditación de sí, el mundo y el tiempo. Santiago de Navascués, nacido en 1993, Otro cielo, canto a la naturaleza, a la vida, a la luz, con su poética de la contemplación y diversas estrofas nos transporta a algún paraíso olvidado.

Ana Rossetti, en Deudas contraídas, se adentra en el tiempo actual, sus miserias e injusticias, en una poética renovada y comprometida. Paco Moral, con El verano de los cazadores de luces, denuncia desigualdades y otras malas artes mientras recupera imágenes para la vida y el amor. Luis García Montero, en Balada en la muerte de la poesía, ensaya poemas en prosa en tono de ensayo y denuncia.

Javier Fernández, Canal, la poesía desde la concisión y el lenguaje depurado. Distanciamiento, círculos que se van agrandando para contar a través de otros, la desgracia que remueve y trastorna la familia. Pablo García Casado había publicado el año anterior García, en su estética de despojamiento.

En 2015 María García Zambrano da a la luz La hija: poesía de transparencia, traza una posible biografía desde la extrañeza y el miedo innombrables, al acecho en la oscuridad y los armarios, ese miedo que sólo sabe aplazar la madre; con el dolor la luz, el hospital, la vida.

Ángeles Mora en Apuntes para una autobiografía crea una poética existencial por la que recupera momentos, rincones de la memoria y en presencia de la ironía. Nuria Ruiz de Viñaspre, La zanja, poesía y metapoesía desde reflexión y mitología. Cinta Montagut, Cenizas, la difícil comunicación entre el paso del tiempo y la cotidianeidad. Y Luisa Antolín, Salir de casa. Con el título En soledad, con ella, Angelina Gatell publica esta antología de emoción y memoria, prologada por Manuel Rico.

En 2014 Cristina Morano publica Cambio climático, el aviso del desastre. Cristina Peri Rossi, La noche y su artificio, amor entre las matanzas de Ciudad Juárez. Lluvias contínuas, de Verónica Aranda, es un libro de haikus, espacio y tiempo en trazos precisos. Antonio Enrique, Al otro lado del mundo, centrado en el paisaje brumoso de Costa da morte, recrea personajes del imaginario colectivo: cementerios, brujas, estatuas, ánimas en pena, percebeiros arrastrados por la cuarta ola, atmósfera de misterio.

Entre el surrealismo y lo metafísico, Beatriz Russo publica Nocturno insecto. Julia Otxoa, Jardín de arena, poesía de pensamiento y de ahondar en el lenguaje, con poemas breves y en prosa, donde jardín y arena se encuentran o suceden. Dulce María Rodríguez, Lo perdido, cada poema es el vuelo de un insecto que no termina: sus fragmentos nos dejan desnudos y temblando. Y María Antonia Ortega, en El emparrado, el sentido de la soledad, la vuelta a la casa de los abuelos, más allá o al otro lado de la casa familiar.

Noni Benegas publicó El ángel de lo súbito, antología esencial fundada en el movimiento, ese «estar entre». Idoia Arbillaga, Los márgenes del agua, el paso del tiempo y la memoria apasionada del agua salada, la erótica del mar. Y Rosa García Rayego, con los versos cortos de Aquí pez, allí roca, evoca el desamor junto al recuerdo de Córdoba. Francisco Ruiz Noguera, La gruta y la luz, claridad y valores clásicos, su lenguaje indaga en la profundidad del propio lenguaje, el presente y la plástica. En 2013, Rosa Lentini publica Tuvimos, rememora personajes del pasado, padre y madre entre el descubrimiento y el humor, la propia biografía, poética entreverada de reflexión y simbolismo.

Olga Novo, poeta en lengua gallega, Los líquidos íntimos. Surrealista, telúrica, en su obra late con fuerza lo agrario y los antiguos quehaceres. Con María do Cebreiro y Luz Pichel enfrentan compromiso, historia, humor y talento literario. Juan Cobos Wilkins, Para qué la poesía, el olvido y simbólicamente la incapacidad para la comunicación, un alguien abandonado por el lenguaje y la música.

En la poesía actual existen tantas poéticas como autores. Nadie se reconoce en tendencias ni maestros, los referentes se sitúan fuera: no hay padre -ni madre- a quien matar.