Bajo el común epígrafe Recuerdos de Antonio Gala se revelan memorias nada comunes de un escritor signado por el don de la palabra.

Nunca he negado mi singular aprecio por la obra del cordobés de adopción que va pregonando esta ciudad con el ardor de su inteligencia y la calidez de su acento. Por ello no alcanzo a comprender cómo aún no ha sido nombrado hijo adoptivo ni se le han entregado las llaves de la ciudad de la que es embajador por antonomasia. Evoco aún sus palabras en Málaga, cuando al recoger el título de Hijo Adoptivo y la Medalla de la Ciudad afirmó que, junto a Córdoba, es uno de los lugares que más quiere. No tenía por qué haber introducido en el discurso malacitano la referencia cordobesa, pero su corazón se impuso a su razón y la voz se le quebró un instante. Antonio espera siempre, en el claustro profano que permite acceder a su universo, allí donde fulguran las luces de las sombras.