Hay libros que «nacen» con clara voluntad de fondo de armario. Hoy vamos a referirnos a algunos de ellos. Porque si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda de Sleepy Hollow no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La leyenda de Sleepy Hollow no es sino la historia del Jinete sin cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer que les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien, sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción como hermosa en su tradición. Por otra parte, Vampiros reúne los mejores textos cortos relativos a dicho mito desde el siglo XIX hasta finales del XX, textos que abarcan desde Poe hasta Hoffman, Stoker, Benson, Gautier, Tolstoi o Quiroga. Todos tienen algo en común: todos mantienen la tempestuosa belleza del terror. Por Vampiros no pasa el tiempo, como nos deja entrever el propio editor en el prólogo, y es que esta versión de la Editorial Atalanta, tan maravillosa como las anteriores, añade tres nuevos relatos de Matheson (autor de Soy leyenda), Derleth y Aickman. Toda una joya escalofriante a tener en cuenta en cualquier biblioteca. Y voy a terminar este escaparate con un libro y un autor al que le tengo especial cariño. Me refiero, cómo no, a El trino del diablo y otras modulaciones, del injustamente condenado al olvido, quizás por su condición de escritor argentino «del interior», Daniel Moyano. El trino del diablo es una novela corta, coral y muy musical, que precede a una serie de relatos impactantes nacidos de la pluma de un autor de raza. Y es que por encima de su calidad literaria, innegable, está la calidad humana de un auténtico contador de historias, probablemente del último de una estirpe. Tiene razón Mario Benedetti cuando se refiere a Moyano como un escritor capaz de engatusarnos con sus cuentos, a los que a menudo les cambiaba el final. Tiene razón, porque aquí en España, en Oviedo, hemos sido testigos de dicho alarde narrativo. Daniel Moyano probablemente vivió como quiso, y murió cuando el éxito comenzaba a serle afín. Pero permanece su obra, novelas y relatos, que nada tienen que envidiar al mejor Rulfo, Márquez o Hemingway, uno de sus maestros. (Baste leer por ejemplo El Halcón verde y la flauta maravillosa). El trino del diablo permanece en nuestra memoria como un libro impactante y a menudo cruel. Moyano, Daniel, como uno de esos escritores que supieron hacerse amigo de los alumnos de sus talleres de escritura.