La tarde de Granada seguía siendo mágica.

Era la huerta de San Vicente, y después de los poemas de Pablo García Baena leídos en varias voces, irrumpieron las poéticas de Ángeles Mora, Carolyn Forché y Jericho Brown.

Los versos de Forché miran los conflictos de nuestro mundo, la actualidad plagada de enfrentamientos y dolor. Jericho Brown, de cuarenta y un años, nos trasmitió su ritmo sincopado, como de rapero que sabe de silencios y palabras. Una violencia contenida, más que expuesta adivinada, nos caía bajo el sol y la lluvia de flor de las acacias. Mientras Ángeles Mora y Carolyn transforman lo personal en colectivo, Jericho se centra en lo ritual y lo cercano, y abandona a oyentes o lectoras en mitad de la blasfemia. La joven poesía estadounidense brilla en foros y festivales, es el juego de la vida y la muerte, de lo racial y de la supervivencia desde los márgenes de las ciudades.