Hace años leí, a veces a carcajadas, una novela de David Lodge, el profesor británico de crítica literaria y magnífico prosista de humor. La novela tiene por título El mundo es un pañuelo y el tema principal es la vida de los profesores universitarios, mi fauna, en un campus que se llama aeropuerto y sala de conferencias y congresos por todo el mundo. Ahora, sin carcajadas, los años te hacen más melancólico, leo La república, de Joost de Vries, publicada por Anagrama.

Una novela, decía Pío Baroja, es un saco donde cabe todo. La definición es imprecisa pero muy gráfica. En una novela caben muchas cosas y en esta sucede exactamente eso; lo importante es si esas cosas tienen calidad literaria, la tienen sin duda alguna. Hay momentos impagables por su humor y su ironía.

Antes de seguir tengo que explicarle al lector que el crítico tiene un bagaje, en el sentido más amplio, al que no puede renunciar por mucho que evite que le influya demasiado. El que escribe es profesor de universidad por encima de todo y el mundo representado en esta suerte de memorias es su mundo. Reconozco personajes, formas, miserias, celos, tácticas, mentiras; todo los ingredientes que hacen al pastel académico nauseabundo y atrayente al mismo tiempo.

Lo primero es tener un maestro; en este caso se trata de Josep Brik, típico profesor estrella de nuestro tiempo, un desmitificador, un hombre enorme y glotón que despierta la adhesión absoluta de sus elegidos, despistado hasta el máximo, caprichoso a más no poder, repito, un maestro cuya especialidad son los estudios hitlerianos, nada me sorprende. En mi docencia por Europa y América, sobre todo en USA, he encontrado ¿ramas del saber? de lo más pintorescas y que permiten a los que las cultivan vivir mejor que bien; en consecuencia, que en muchas universidades del mundo haya departamentos dedicados a Hitler y su mundo es hasta normal dentro de la línea de ironía que recorre todo el texto.

Friso de Vos es su discípulo directo y más querido, su secretario, su criado y, lógicamente, su heredero académico. Es un joven egoísta, muy egoísta, que tiene una novia, delicada y bella, Pippa. Ambos vivían a la sombra intelectual de Brik, ese as de la interdisciplinariedad, que pasa del cine a la literatura y la filosofía con rapidez pasmosa y, afirmo, con la superficialidad que caracteriza nuestra querida institución universitaria. Una galería de profesores que me ha encantado y una serie de situaciones que también me ha encantado.

¡Qué duda cabe que ir a Chile para entrevistar a personas que se llaman Hitler es una investigación fundamental para el progreso de la ciencia! Allá va Friso y coge una infección que lo pone a las puertas de la muerte. La estructura de la novela es ágil y permite acciones simultáneas muy rápidas; por ejemplo, la ruptura de la relación entre Friso y Pippa que hace llorar al maestro. Por cierto, el maestro se cae desde una ventana y se mata, queda vacante el trono. El pobre de Friso está en Chile recuperándose de la infección. Se celebra un gran acto de homenaje en Nueva York y allí aparece un joven muy parecido a Friso, Philip de Vries, que se presenta como el heredero intelectual del difunto. ¡Típicos odios y celos académicos!

Se va a celebrar en Viena un congreso con el significativo título de End of History, que se dedica como es lógico al gran pensador desaparecido. En la capital imperial ocurrirán una serie de peripecias muy estimulantes. Friso, que tiene ciertas tendencias depresivas, se acuesta con una joven bellísima que lo graba, quién sabe para qué. Aparecen unos señores de una fundación de artes muy interesados en una maqueta que presuntamente estaba en el búnker de la cancillería en Berlín y que encontró un soldado ruso. La maqueta se fue subastando hasta llegar a manos del difunto profesor, al que parece la robaron de su casa. ¿Es verdadera o falsa? ¿Para qué la quieren estos señores?

Siguiendo la pista, Friso llega a un anticuario que tiene un verdadero templo nazi. También aparece un Frente de Liberación del Brazo Derecho que reivindica el saludo a la romana. Esta parte es puro placer de contar, puro gusto de que las acciones sucedan y el remolino se hace montaña rusa y locura. Friso y Philip entablan una batalla como debe ser, batalla a muerte.

La recepción en el palacio de Schönbrunn, ese Versalles de los Habsburgo, es una galería de personajes y de diálogos de una frescura y de una mala leche verdaderamente edificante. Ese es mi ambiente, mi fauna, insisto.

La acción principal se desdobla como con el episodio de repartir la ceniza del omnipresente Brik, que no descansa ni después de muerto; de hecho, volverá a aparecer en las últimas páginas de la novela. No puedo desvelar el final pero una bicicleta, no muy nueva por cierto, es caballo del amor. ¡Vaya cursilada por mi parte!