En septiembre de este año el poeta chileno Nicanor Parra cumplirá 100 años. Durante mi juventud, cuando comencé a leer su obra, descubrí que fusionaba dos elementos fundamentales de la vida y el desarrollo del ser humano. Esas esencias no eran más que el objetivo y la meta para la consecución de la armonía. Se trata de la ética y la estética.

Un poeta sin estética nunca escribirá versos auténticos. Pero aunque posea la codiciada estética, si hay ausencia de ética en sus planteamientos, nunca logrará el equilibrio.

La consecución o el logro de ambos nos acercan a la calma después de la tormenta que indicaba Leopardi. Valle-Inclán también nos dejó su glosa: El alma estética deviene centro cuando ama sin mudanza.

La unión de ética y estética no es más que el amor a la sabiduría, la filosofía al fin y al cabo, y la filosofía es amor. Pero un amor que se intuye y no se posee. Hay que cultivarlo, hay que agrandarlo, encontrar el amor con la ética para alcanzar la estética. Y allí, en ese centro indudable, mantenerlo en armonía, en el equilibrio de la consolación.

Pero la poesía, al igual que ocurre con la filosofía, se encuentra en el centro más cerca de la angustia que del consuelo. Y esa angustia es la verdadera creación.

Etica y estética pueden ser manifestaciones del bien, si seguimos a Platón en algunas de sus definiciones.

El centro indudable, aquel camino que se observa manteniendo el equilibrio entre la ética y la estética, se consigue cuando descubrimos la cara oculta del bien, y lo hacemos con angustia.

La paz es el premio, el final del camino, la meta codiciada.

Tendremos que continuar leyendo a Nicanor Parra para aprender de su sabiduría.