Son raras las veces que hundimos nuestros ojos entre los cálidos versos de un poemario y hallamos una luz no usada que emociona, una autenticidad que nos conmueve y nos despoja de ausencias y de miedos. Algunos libros de versos son estancias que nos acogen y sirven de refugio para calmar el frío, el desamparo, la violácea orfandad que dejan las desdichas y el estremecimiento de las pérdidas. Hay poemarios como éste que vamos a comentar donde uno halla un consuelo insoslayable. Muchos de los poemas que contiene son, de alguna manera, remansos cristalinos donde apaciguar las sombras y los abismos, los desequilibrios que el mundo nos entrega. La poesía en estos tiempos inhóspitos y aciagos, donde el capitalismo más obsceno ha estercolado el ámbito social con su babaza turbia y maloliente, ha de tener más que nunca un compromiso no solamente estético y armónico, sino también ético y moral. Y en A puerta cerrada, el nuevo poemario de Luis García Montero, uno halla ese tono afable y solidario que acaba alfombrando de yedra nuestro espíritu, tan exhausto de hallar olvidos y mentiras, bárbaras injusticias y corrupciones. Desde su mismo título, acertado, el autor anticipa lo que el lector verá en el fondo de un libro de versos confortantes, lleno de estancias azules que conmueven: poemas que cierran puertas y ventanas al lobo de la ignominia y el desahucio, la desigualdad, la precariedad y el miedo.

La soledad acecha en cualquier parte, lo mismo que el desencanto o el hastío; no obstante, la luz aquí vence a las sombras, y en la negrura lisa del abismo, donde la realidad se vuelve piedra, la voz de García Montero nos explica que, después de todo, «el tiempo no es un río./No suena en el murmullo de una fuente,/ni pasa como arena entre las manos» (Pág. 27). El tiempo sutil de este libro es el disparo de la dignidad y la justicia a un viejo lobo que cruza los bosques de la melancolía sembrando en el aire un perfume de posguerra y lúgubres marchas de cuero y represión: «Miro en aquel pupitre/a ese niño que fui. Estaban las preguntas/en un folio marcado con yugos y sotanas» (Pág. 35). La palabra se torna vainilla, reverbera, se transmuta en collalba que ágil cruza un monte umbrío devolviendo la luz a los chopos y los espinos, a los zarzales violetas del ocaso, antes que el día dé paso a un cielo negro. La poesía de García Montero es horizonte. En este poemario lúcido, esencial, cargado de rebeldía solidaria, la palabra se eleva en el aire y se hace dardo, transparente venablo que se hunde en la materia de una sociedad rasgada por las uñas de la desposesión y el desamparo, de la precariedad y el abandono, como puede verse en los versos inspiradísimos del poema titulado «Ventanas cerradas», donde se nos dice: «Hablan de amanecer y cae ceniza./Buscan una mirada y encuentran la ceguera/ de quien perdió los ojos al pronunciar el mundo./Si nada queda dentro de los sueños,/dejar que las palabras respiren en la calle» (Pág. 42). Aquí halla el lector versos que abren un vuelo limpio como lentas cometas en un cielo tormentoso, palabras sutiles, ágiles, bruñidas, que aletean sin premura buscando alguna grieta de sol sumergido en un viejo paredón para posar la fe de su mensaje, su clave de luz en un mundo desahuciado. Durante más de tres décadas fructíferas, Luis García Montero (Granada, 1958) ha venido ofreciendo regularmente a sus lectores poemarios de una belleza incontestable, algunos reconocidos en su momento con premios importantes como el Adonais, el Loewe, Nacional de la Crítica y Nacional de Literatura, consiguiendo así que su obra poética hoy por hoy sea una de las más señeras y prestigiosas de nuestro país e Hispanoamérica, donde recibió, concretamente en México, el Premio Poetas del Mundo Latino en el 2010. Su poesía, impregnada de un hipnótico lirismo y un compromiso ético admirable, fue reunida hace ahora 2 años en Poesía 1980-2015 (Editorial Tusquets). Luis García Montero es un escritor sagaz, comprometido, dueño de un mundo poético genuino que, a través de los años, ha creado escuela.

TRAYECTORIA

De su dilatada obra literaria, en la que se incluye, además de la poética, su enjundiosa labor narrativa y ensayística, podemos citar poemarios esenciales e imprescindibles como, por ejemplo, El jardín extranjero (1982), Habitaciones separadas (1994) o Vista cansada (2008), pero también sus ensayos Gigante y extraño: las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (2001) o Inquietudes bárbaras (2009), y sus tres novelas Mañana será lo que Dios quiera (2009), No me cuentes tu vida (2012) y Alguien dice tu nombre (2013). En todos los libros citados resplande, como antes hemos dicho, además de un compromiso de raíz humanista, un aliento solidario y, a la vez, la belleza de un resplandor estético que se adhiere a los ojos de quien se acerca a ellos. Justo antes del libro que estamos comentando, Luis García Montero dio a la luz otro hermoso título, Balada en la muerte de la poesía (2016), donde se vislumbraba ya una vital desesperanza y un febril desaliento que aquí, en su nueva obra, se acrisolan y se hacen visibles en poemas lacerantes como los titulados «Aparición del lobo» (Pág. 25), «Final de año» (Pág. 31), «La selva fría» (Pág. 67) y «El lobo se despide» (Pág. 105). Pero no solo destella en este libro ese tono rebelde, fieramente humano, sino que también dentro de sus páginas existen poemas de una peculiar ternura y de un aliento romántico indeleble que seduce al lector desde el primer verso, como podemos ver nítidamente, por poner un ejemplo, en el poema titulado «Alameda», del que extraemos este armónico fragmento: «...porque los ojos son/una alameda de provincias/y las calles del barrio/ vuelven a dibujarse/con una espera de color rojizo/igual que los castaños de noviembre» (Pág. 55).

En la pieza citada brilla un rutilante aliento de otoñal mansedumbre, de delicadeza ocrácea, que seduce al lector y le traslada a esos espacios donde solo caben el sol de la niñez y el adolescente musgo del silencio que se queda temblando intacto en los pasillos de un tiempo cubierto de una peculiar penumbra. En la línea de este poema hay algún otro en el libro que reseñamos, algunos versos de una nitidez mágica, envolvente, como los que conforman la pieza titulada «Mi cuaderno y tus gafas» (Pág. 85) o, sobre todo, estos otros rutilantes del poema titulado «Abrazo», en los que titila un resplandor feliz de amanecer de junio en las esquinas: «...esa voz que se baja de la acera/para ceder el paso,/mientras los ojos miran los cuidados,/ las tazas de café,/lo que viene de frente, las manzanas». (Pág. 83). Poesía horizontal esta de García Montero, esencial y humanista, armónica y rebelde, que abraza al lector sumergiéndolo en un lago de ideas cristalinas y versos que conmueven. El autor granadino ha conseguido resumir en A puerta cerrada lo mejor de la poesía, la esencialidad, la hondura, la emoción del lirismo más cálido, sin renunciar, no obstante, al destello sublime de su mensaje ético.

‘A puerta cerrada’. Autor: Luis García Montero. Editorial: Visor. Madrid, 2017