Parafraseando al gran Dylan Thomas en la introducción a su poesía reunida, José Luis Rey presenta un canon personal "en alabanza de la poesía y por amor a los poetas que me han acompañado siempre", compuesto por noventa y siete semblanzas entre las que incluye un par dedicadas a sendos narradores --Dickens y Calvino-- cuyas obras trascienden el argumento porque también "son" y no sólo "cuentan", y un poema anónimo que, a mi entender, ejemplifica la independencia de la poesía con respecto al autor, bajo el título de Los eruditos tienen miedo : respuesta irónica a quienes confían exclusivamente en la razón y el verbo; aquellos eruditos de una vela que acumulan saber pero carecen de imaginación (sin olvidarse de esos poetas "lógicos" cuyos textos verbosos son mera exhibición de datos y teorías sin vuelo).

Entre el poema autónomo gongorino y el fracaso verbal mallarmeano, la poesía subsiste como soplo esencial que da vida al lenguaje y lo trasciende, asegura Rey. Pero, ¿qué tienen en común autores tan dispares como Eliot y Neruda, Simic y Quevedo? Que, en sus mejores versos, la poesía prevalece sobre el lenguaje. La poesía es espíritu y el poema, esqueleto fosilizado. Partiendo de esa tesis, José Luis Rey se centra, principalmente, en glosar un poema por escritor, enriqueciendo cada comentario con experiencias íntimas de lectura, anécdotas y citas de otros autores a modo de diálogo o respuestas, a través de un discurso original y lírico que discurre entre el poema en prosa y el ensayo. De entre todos los nombres seleccionados, destaca el de Juan Ramón Jiménez, con el que se abre y cierra este singular canon y cuya presencia atraviesa el libro por "la calidad constantemente sostenida, cuando no incrementada, de su producción a lo largo de toda una vida larga y prolífica". Además, el poeta de Moguer "es la prueba fehaciente de que escribir mucho y bien es mejor que escribir poco, aunque sea poco y bien", opinión recurrente en la poética de José Luis, unida al rechazo del realismo desnudo que no sublima lo cotidiano.

Junto al de Juan Ramón, hay otros nombres clave que vertebran un libro que, en su ordenamiento, rechaza el corsé del volumen orgánico, demostrando al lector que el concepto y el tono se anteponen a absurdos esquemas neoclásicos y etiquetas academicistas como "generación", "estilo" o "época", para dar cohesión a una obra. Así puede entenderse que comparezcan sucesivamente Auden y Jaime Siles, o William Blake y Pablo Neruda (el de las Residencias), sin que el lector aprecie cambios abruptos o desniveles. Estos autores clave son, a mi juicio, Wallace Stevens, Mallarmé, Góngora y Rimbaud. De Stevens se desprende no solo el título del ensayo, sino también la idea de que la imaginación precede a lo real. "Si (Mallarmé) quiso demostrar que la poesía no es posible en cuanto no alcanzará nunca un orden comparable al físico de la realidad", atacando la base del mundo autónomo iniciado por Góngora, "para (Stevens) lo que no existe es la misma realidad sin la asistencia del mundo primero y pleno de la imaginación". Quizá por ello Arthur Rimbaud, quien tuvo el don de ver pero partió del plomo de la realidad para lograr el oro de la poesía mediante la acción alquímica del verbo, sea un poeta adecuado para iniciarse en la adolescencia, junto con Dylan Thomas o Bécquer, primer vate moderno de nuestras letras más allá de las rimas que aún hoy decoran las costillas de muchas carpetas escolares.

La poesía como espíritu que trasciende el lenguaje supone una lectura diferente de obras cuyo asunto no es fácil soslayar a veces. Ocurre con un célebre soneto de Quevedo, o con los dolorosos versos de Ungaretti. En estos y otros poemas reseñados, quizá pueda achacársele a José Luis un desdén arriesgado del argumento. Por otro lado, es cierto que tampoco la estética debería despreciarse ni supeditarse al tema desarrollado; pero el Blas de Otero más social, por ejemplo, también vale su peso por lo que cuenta, y no por ello queda al margen de su tesis. No obstante, su visión del hecho poético aporta novedad, perspectivas distintas y nuevos valores incluso a poemas clásicos cuya interpretación unidireccional comienza a desgastarse, como inscripciones sobre una losa antigua que debemos pulir para que brille: la tradición.

'Los eruditos tienen miedo (Espíritu y lenguaje en poesía)'. Autor: José Luis Rey. Editorial: La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015