Escribir desde el placer del autor en busca también de ese otro placer en quien recibe, ello exige la búsqueda de un espacio de gozo. No se persigue alcanzar al otro, sino ese espacio como posibilidad que permite un diálogo, de trazar y definir esa dialéctica del deseo. No todo está decidido aunque la tradición del individuo de nuestro tiempo así parezca marcarlo, el resquicio para continuar, respirar la chispa de lo lúdico como motivo y excusa de encuentro con uno mismo y con el receptor, que la escritura se convierta en un gozo del lenguaje, no solo en un escape.

En Un fotógrafo ciego, Juan de Dios García (Cartagena, 1975) se expone a mostrarnos la búsqueda de ese placer y, sobre todo, de ese resquicio sin el que el trayecto carezca de sentido, y elige para ello una figura emblemática, un personaje cuya vigencia es de actualidad asombrosa: Sísifo. Sísifo en estos tiempos, esta sociedad, este frenesí, en esta Europa más a la deriva de lo imaginable y cuyos valores cuesta visualizar: «Me consuelo con la vieja verdad:/ todo es cuestión de tiempo,/ todo arde y es inútil. Tiempo e inutilidad, dos términos que se entrelazan, que se aproximan, que pesan sobre las espaldas cuando se asocian, bajo el frágil suelo que esconde algo del vacío del hombre occidental».

En ese equilibrismo en el que la existencia es origen y a un tiempo causa, se perfila el sujeto poético con sus interrogantes, sus anhelos y sus temores, pero sin dejar de caminar, sin detenerse porque solo el dolor ciega, la lucidez viene también de la experiencia de lo cotidiano, y de adentrarse en la poesía no desde lo racional.

El texto necesita su sombra, como afirma R. Barthes, lo subversivo de la poesía que acaba por producir esos otros rastros, esas otras zonas de claroscuros como posibilidad, y Juan de Dios García también circula por esta senda que tras el verso corto, relampagueante, nos va dictando el perfil de esa voz, esa silueta cuya carga es la carga de la conciencia.

Quizás esa derrota diaria se convierta no solo en un canto estremecedor hacia todo lo que despierta, sino también en un aprendizaje sólido y continuo en el que la repetición juega un protagonismo esencial: «Es una trampa,/ lo sabemos/ y no nos importa».

El naufragio puede convertirse en la repetición como certeza, como solidificación del paso de los días y las acciones, la carga es tal pero sin esa motivación la existencia sería otra, la ascensión -el trayecto- también sería otro muy distinto, y pese a todo, la opción es no cejar, seguir insistiendo: «Elige:/ ríndete/ todos los días/ o ríndete ya».

Reconocer la verdad es una manera de dominarla, de intentar asumir que ese peso y ese trayecto no son gratuitos, pese a la apariencia, que guardan su propia simbología del hombre moderno: «Cada ser nace con el recorrido/ exacto que tendrá que transitar. Tomar conciencia del instante, saber que la única certeza es la muerte pero dejarla a un lado, vivir la contradicción entre razón y deseo, con el absurdo de la existencia como telón de fondo a cada movimiento, cada acción, y sin cejar en el paso porque la única victoria es no detenerse».

‘Un fotógrafo ciego’. Autor: Juan de Dios García. Edita: Balduque Poesía. Murcia, 2017