‘La piel es periferia’. Autor: José García Obrero. Editorial: Visor. Madrid, 2017

José García Obrero ya había realizado anteriormente dos incursiones en forma de poemarios, pero quizás esta tercera entrega es la que puede darle más consistencia a esta voz que ahora parece vislumbrar un cierto rumbo, una dirección.

Tres partes componen este nuevo poemario, bajo un tono unificado, en la que se cierra esa apertura que viene del parto y que acaba en el fuego, pasando por los ancestros.

Lo visual es imagen, lo inmediato siempre esconde más, tiene más que ofrecer, y a través del lenguaje se escarba en cada centímetro, cada vivencia, eligiendo punto de partida, origen que establece una cierta cronología que en este caso abre con el poema Parto: «Vino después / un giro brusco: / la luz blanca / y el primer golpe / y un ruido / de engranajes / y esta penumbra». La sacudida inicial avisa de varias posibilidades pero una sola dirección. La piel, frontera que diluye los límites y los distorsiona. El roce que propicia no solo el mero contacto, sino que encierra una simbología más profunda, y que no solo se encarna en situaciones o pasajes, sino también en espacios físicos, tangibles que no ocultan el misterio que se plantea con la existencia: «Hemos comprado esta casa para colocar fuera / lo que nunca sabremos poner a cubierto».

Fluye ese juego de equilibrios, esa dualidad entre lo físico (fuera) y lo espiritual (dentro), en la que dejan de estar tan claras las fronteras como se pudiera pensar a priori, en un itinerario que surge y acapara, que arrastra, y en el que el yo está dispuesto a que esa corriente lo lleve, lo zarandee un poco, integrándose en el nosotros o en el tú, como queriendo desviar o proyectar la atención hacia fuera pero haciendo que todas las experiencias reviertan de nuevo en el punto de partida: «Entra: inunda mi interior / con el bullicio alegre de los bares del centro / cuando vara el deseo en mitad de la noche».

Se suceden las preguntas, preguntas sin respuestas pero que son muy necesarias porque generan la duda en voz alta, la excusa para seguir el viaje y porque van trazando ese nuevo recorrido por el que hacer fluir el cauce de lo escrito hacia nuevos sentidos. A ello añadimos ese distanciamiento dentro del poema que lo dota de mayor solvencia cuando la voz logra mantener el equilibrio entre lo descriptivo y lo emocional, cuando se aleja para acercarnos hacia el centro de la acción, de lo que se pretende sugerir, provocar, casi siempre desde el presente, asimilando el pasado. Cierto que el poema gana cuando se desprende de cierto peso y no se le fuerza hacia espacios o situaciones que no auguran una resolución fácil, pero eso forma parte de ese aprendizaje, de esa lucha por mantener el equilibrio en el poema, y García Obrero no evita esa contacto.

Sin preguntas no hay viaje, todo se desmorona. Pero son necesarias para ir construyendo el ser, el trayecto continuamente se nutre de imágenes, de la multiplicidad de metáforas que tratan de evocar y sugerir, de ir componiendo ese paisaje de paisajes cuyo sustento se basa en el movimiento: el ser se está buscando, y parece ir hallándose -aunque no se explicite ni falta que hace- en cada señal que llega de fuera, en cada estímulo que recibe de fuera, y a través del lenguaje se establece ese diálogo, esa posibilidad de interpretación que nos lleva a recorrer esta piel desde la periferia hasta el centro de las emociones.