Eloy Tizón es autor de tres libros de relatos: Técnicas de iluminación, Parpadeos y Velocidad de los jardines, reeditada hace unos meses. Su obra ha sido traducida a diferentes idiomas, y forma parte de numerosas antologías. Además, ha sido incluido entre los mejores narradores europeos en la antología Best European Fiction (2013), prologada por Jhon Bamville.

-¿Qué persigue demostrar ese prólogo de su libro ‘Velocidad de los Jardines’?

-Cuando escribo no pretendo demostrar nada -no hago literatura de tesis-, sino más bien compartir con los lectores que quieran acompañarme en este viaje una serie de inquietudes, zozobras, imágenes, músicas que me rondan la cabeza. Y, por supuesto, si puede ser, también quisiera ofrecerles algo de hermosura. En este caso concreto, el prólogo titulado «Zoótropo», que abre la reedición conmemorativa de Velocidad de los jardines en Páginas de Espuma, aspira a servir de acercamiento y contextualización de la génesis del libro, además de aportar una visión subjetiva del momento social en que se escribe, junto con reflexiones sobre la propia escritura. Puede decirse que me fijo en las condiciones materiales y también en las espirituales de donde emergió. Para el lector que no sepa nada de mí, y sienta alguna curiosidad, «Zoótropo» puede servirle como punto de partida y orientación. Para los lectores que ya me conocen, tal vez les muestre algún recoveco nuevo con sorpresas que les permitan asomarse a mi cocina literaria.

-Se dice que en este libro se halla la verdadera estética tizoniana. ¿Me podría hablar de ella? ¿cuál es su clave?

-No debería ser yo quien explicara esas claves. Esa es una tarea crítica que no me corresponde a mí hacer. En todo caso, sí te puedo decir que uno de mis principales propósitos al escribir es evitar «dárselo todo masticado al lector», como hacen muchos bestseleros, porque eso lo considero un desprecio hacia la inteligencia del lector. Yo trabajo al revés; me dirijo a los lectores participativos, dispuestos a leer entre líneas. Esos son los que me interesan. En mis libros no todo está explicado, hay zonas de penumbra, huecos. Me gusta dejar esos espacios vacíos y sin cerrar, para que el propio lector sea quien se lleve la historia a su terreno y la complete por su cuenta, si así lo desea. Mis libros los escribimos a medias, entre el lector y yo.

-¿Es un libro poético?

Sí, totalmente. Es un libro muy volcado hacia la poesía y el brillo del lenguaje. Lo que más puede llamar la atención de él es su capacidad metafórica. Ten en cuenta que yo comencé en la literatura de adolescente perpetrando poemas a escondidas (esos poemas que uno luego rompe y de los que se arrepiente) como parte de mi evolución y aprendizaje. No me considero poeta (no llego a tanto), pero sí un gran degustador de poesía. Velocidad de los jardines nació justo en la encrucijada entre la poesía y la narrativa. Es el momento en que salto de una a otra. Esa es su fotografía. Está en medio de las dos, en equilibrio. A veces pienso que eso le da al libro su sabor particular, dado que lo que importa de él en primer lugar no es tanto lo que se llama contar una historia, sino más bien insinuar y evocar una serie de atmósferas.

-Otra vertiente que me parece descubrir, es que hay mucha ficción, apenas toca la realidad común.

-Sí, son cuentos bastante alejados de la sociología o el costumbrismo. Hay escasas referencias concretas a sucesos de actualidad, aunque algunas sí hay. Es un libro muy saturado de literatura, un tanto atemporal. Con todo, me parece que también hay en él una mirada hacia lo cotidiano, pero no de manera realista (el realismo ramplón me produce urticaria), sino procurando añadir cierta trascendencia a lo cotidiano. Descubrir la belleza de lo banal me parece que es un propósito noble dentro de la creación artística.

-La existencia humana, en los relatos, parece estar al borde del abismo.

-Hay mucha soledad. Los personajes del libro están y se sienten bastante aislados, como náufragos en su isla, quizá porque yo también me sentía así durante los años en que lo escribía. Les traspasé a ellos parte de mis demonios, deseos y pesadillas, y así pude librarme de ellos en parte o, por lo menos, amortiguarlos. Escribir me produce un gran consuelo.

-Sin duda, el tema de la tragedia, el miedo, y principalmente de la muerte son los temas claves, raro para un jovencito que lo escribe a los 25 años.

-No me parece tan extraño. Creo que en general se piensa más en la muerte cuando somos jóvenes que cuando somos viejos. Se tiene una idea distorsionada de la juventud como un periodo de irresponsabilidad etílica, fiesta continuada y jolgorio con los amigos. Puede ser que haya algo de eso, para qué negarlo, pero también existe en muchos jóvenes (en mí la había, y en otros que conozco ahora también), preocupación por el porvenir, susto ante la brevedad de la vida y un sentido de la responsabilidad bastante peliagudo.

-Descubro en muchos relatos un mundo onírico. ¿Está de acuerdo?

-Sí, los sueños son importantes. Literariamente, aportan a la narrativa otra dimensión misteriosa que tiene que ver con la riqueza de lo irracional, lo oculto, lo que está al otro lado. Si solo nos conformáramos con lo material, la vida sería pobre e insuficiente. Por suerte, tenemos el arte y la literatura, que son sueños en sí mismos. Sueños diurnos, como los calificaba Freud.

-Comulga mucho con el arte, la música, el cine, la TV y la literatura.

-Sí, en general, la cultura es para mí una fuente importante de estímulos a la hora de ponerme a trabajar. La música me inspira, al igual que las artes visuales o el cine. En Velocidad... hay mucho del cinéfilo temprano que se empapaba de ciclos completos, sobre todo del llamado cine de autor: Truffaut, Godard, Fellini, Cassavetes... o Buster Keaton, que por aquel entonces era mi héroe. El cine lo tiene todo: es narración, pero también es fotografía, música, puesta en escena, actuación, palabra. Aprendo mucho del cine.

-El lenguaje es importantísimo: lírico, variado, lleno de metáforas, en algunos aspectos me recuerda a Pierre Michon.

-No he leído mucho a Michon, lo reconozco, que me parece un autor excesivamente abigarrado y barroco para mí gusto. Pero entiendo a qué te refieres: esa fe desmesurada en el idioma, que yo también experimento. Tú eres poeta, creo que compartirás esa idea de que el lenguaje no refleja el mundo, sino que lo crea. Con las palabras modificamos la realidad. Eso entraña una responsabilidad y también un riesgo. El arte debe ofrecer al menos cierto peligro; si no, se queda en mera decoración.

-Este libro tiene una voz propia, singular… ¿Puede marcar una tendencia, debido a lo original del mismo?

-Eso nunca se sabe; el tiempo lo dirá. En el momento en que apareció, en pleno auge de las Historias del Kronen de Mañas y el realismo sucio carveriano, Velocidad de los jardines constituyó una rareza y un título que iba a contracorriente. Ahora, ya calmadas las aguas, su propuesta resulta menos marciana que entonces. Ojalá haya conseguido aportar algo.