La contrapartida de la sibilina manipulación a la que un Estado futuro (o no tanto) somete a sus ciudadanos es la trama que guía la primera novela del escritor y periodista Federico B. Durán (Cádiz, 1977). Tras debutar con un libro de relatos, Guantes negros (Saymon, 2009), el andaluz publica La mirada de Monica Vitti (Almuzara, 2012), en la que aborda el género negro ubicándose temporalmente a mediados del siglo XXI.

Bajo un sugerente título inspirado en el gélido y enigmático semblante de la actriz que fuera musa de Michelangelo Antonioni, Durán ha hilvanado un relato coral sobre cuatro mujeres que devienen antiheroínas en un futuro distópico donde la manipulación genética no solo ha permitido mejorar la raza humana, sino también suplantarla mediante una suerte de androides tan bien acabados que se encuentran desprovistos de aquello que nuestra especie denomina espíritu, substancia o, como señaló Henri Bergson, élan . En este punto en el que la condición humana emerge como arcadia perdida, Durán decide ofrecer a los seres producidos en serie la posibilidad de reflexionar acerca de su naturaleza hasta el punto de ser presas de un inexorable nihilismo.

El proceso en el que se ven inmersas Monica, Adriana, Cynthia y Maria al redescubrir su existencia no será grato para ellas. Tampoco para su entorno afectivo. Un vacío, una grisura interior se apodera de estos cuatro personajes que asisten a la puesta en escena de una sociedad andaluza transformada en un nodo más del rizoma global, donde personajes cuyos nombres y apellidos remiten a lejanas regiones (Francesco Bassa, Hilario Moon...), y en el que el barrio de San Bernardo es el equivalente ibérico a la tailandesa Pattaya.

El resultado es un original texto, donde late el pulso periodístico, y un microcosmos que ha preferido evitar lo superfluo a la hora de describir el mundo del futuro, y fijar determinados elementos que dan cuenta de un porvenir probable más que posible: la tecnología digital lo ha conquistado todo, hasta la propia memoria mediante ficheros intercambiables con otros individuos.

Precisamente, en esa misma memoria que poseen los seres humanos reside el drama de las protagonistas, cuatro mujeres que carecen de origen, que al mirar atrás en busca de sus ancestros encuentran un callejón sin salida. Y donde no existe el pasado, la única vía de escape parece estar fuera del mundo, en la indigencia, el desarraigo. Ni siquiera los vínculos con otros seres parecen dar sentido a sus vidas, como refleja al abordar la condición del personaje de Cynthia respecto a su hija Alba: "La hija que podría ser madre. La madre que nunca pudo ser hija" (pág. 123).

En un contexto salpicado por música electrónica, flamenco, prostitutas, policías y gazpacho, Durán ha puesto el dedo en la llaga de nuestra sociedad, donde hemos trascendido las sociedades disciplinarias del siglo XIX a las que hacía referencia Deleuze, para alcanzar las sociedades de control, donde el sistema se amolda como los anillos de una serpiente a nuestro comportamiento. Es por el modo y los hechos narrados, y por sus ricas referencias, que el escritor andaluz ha firmado una primera novela que evidencia un estilo con alma de cómic, lo que no hace sino añadir complejidad a una obra sólida y personal.