‘En el blanco infinito.

Juan Ramón Jiménez’. Autor: José Luis Rey. Editorial: Huerga & Fierro. Madrid, 2017

El poeta, ensayista y traductor de poesía inglesa (recordemos su edición en Visor de Emily Dickinson. Poesías completas) José Luis Rey acaba de dar a la luz un entrañable y muy original libro titulado En el blanco infinito. Juan Ramón Jiménez. Amparado en su sabiduría, conocimiento de la literatura y perspicaz destreza literaria, ha conseguido un texto ensayístico con el que el lector va a profundizar, tanto en Juan Ramón como en su admirador consumado que es José Luis Rey, por las razones que expondremos. Sin duda, Rey da una orientación muy acertada a su ensayo cuando en el prólogo que él mismo firma lo redirecciona a su propia personalidad literaria mediante la formulación en sus páginas de sus creencias y prioridades lírico-temáticas y, por ende, crítico-ensayísticas. Y parte para ello de un principio fundamental que descansa en la premisa de que «lo importante es buscar a Dios, a la Diosa, a la poesía misma, a través de la niebla del entender no entendiendo del todo». Esa búsqueda de la auténtica poesía es lo que lleva a cabo ahora José Luis Rey, indagando su esencia en el grandísimo poeta, imprescindible poeta, que es Juan Ramón Jiménez. Todo cuanto emerge, se trasluce, brilla y ensalza en este ensayo de 170 páginas bien nutridas, que trasmina a partir de una idea matriz: «La poesía es mi fe y mi religión. Durante muchos años he leído y releído la obra de Juan Ramón, y he acabado por amar, más que su maestría en el lenguaje, su alta labor espiritual [...]». Tras esto, todo, todo cuanto el poeta y ensayista entienda sobre el andaluz universal se ilumina en el conjunto de comentarios que constituyen este libro presentados como «una mezcla de ensayo y poema en prosa» -según lo define el autor-, y, sobre todo, como lo que es, «la visión personal de un poeta de hoy sobre su maestro de ayer y de siempre». En este sentido es comprensible que más adelante, en la página 34, sentencie que es a Juan Ramón a quien «todo poeta verdadero ha de aspirar a compartir o, al menos, tener como ejemplo [...]».

Lo que consigue José Luis al enlazar una cuarentena de comentarios críticos es sumar en el volumen un conjunto de personales reflexiones y admirados puntos de vista de un verdadero, constante y convencido lector que no quiere llamar a su ensayo «libro erudito ni científico sobre Juan Ramón», sino «glosas más o menos bienintencionadas, más o menos ardientes. Glosas de amor a la obra de Juan Ramón Jiménez los textos que siguen», adelanta este prólogo. José Luis Rey retroalimenta aquí su amor por la poesía, que él afirma que es su religión, y se acerca a la obra lírica de Juan Ramón Jiménez explicándola a través de sus razonamientos e intuiciones que elevan al poeta de Moguer al cielo de la admiración y al Parnaso de la devoción constante, pues se quiere dejar sentado que «la poesía de Juan Ramón llega límpida hasta hoy y seguirá fluyendo limpia y siendo oída mañana» (pág. 98). De este modo, el libro se abre con el texto «Cuando él era el niñodios», que es una prosa muy bien planteada porque alude a la niñez y a la madurez de Juan Ramón, a esos dos términos, antitéticos en el tiempo y en las convicciones poéticas, que delimitan toda una vida en la que estuvo presente «toda la gracia de la poesía para dejar testimonio», según conclusión final del ensayista. Este, pensando en Juan Ramón, piensa y se explica a él mismo, tan igual al maestro, pues uno y otro -podemos parafrasear- son el «hombre que ardía y se entregaba sin desmayo a la causa de su vida: la poesía» (pág. 15). Aquí respiran Juan Ramón y José Luis, ambos tan idénticos, tan ensimismados en la obra. Y esto es así porque José Luis Rey va vinculando su comprensión del poeta onubense a la memoria de sus propias convicciones líricas, recordándolo, por ejemplo, presente «en mis tardes andaluzas de campo y lo saludé sin banderas». Igualmente lo encumbra teniendo en cuenta la naturaleza en la que uno y otro se curtieron como poetas, porque «la dicha de haber sido joven en la belleza nos acompañará siempre», según escribe en la tercera prosa, «Tristeza dulce del campo».

Rey es incisivo, profundo, razonador a la vez que racionalista y sensual en estos breves y explícitos episodios que llegan, normalmente, a las cuatro páginas mediante las que nos arroja encima toda su sensibilidad de lector de la poesía moderna en la que inscribe a Juan Ramón, y junto a él, rodeándolo para aprender de él, a los poetas del 27 a quienes menciona, por ejemplo, en «El tío de las vistas».

En este volumen -tan bien editado por la prestigiosa editorial Huerga & Fierro- se constata que admirar al poeta es indagar en su mundo (lo vemos en Papemor), en sus más íntimas expectativas (poeta que «siempre busca algo; primero la belleza, después la eternidad»); es aspirar a comentarlo a partir de conocidos poemas como aquel en que, con grandiosa pena, afirmó que «Y se quedarán los pájaros cantando». Con qué delicadeza, con qué respeto de admirador tan indeclinable y empático se acerca el poeta de Córdoba al poeta de Huelva para comprenderlo y en límpidos razonamientos explicárnoslo. Porque nosotros somos néofitos lectores, ignorantes y profanos lectores que de verdad necesitamos de la profunda comprensión de un lector sabio, casi omnisciente como es José Luis, para entender al poeta intenso, diverso, aparentemente sencillo pero complejo que es, en su puridad lírica, Juan Ramón. José Luis Rey aclara conceptos, establece paralelismos y llega a las raíces de los poemas que comenta, a pesar de que sostenga -véase en la página 66- que «La poesía es ciencia cuyo enigma jamás puede ser desvelado». Sí, el poema es un enigma, pero el ensayo profundiza en ese enigma hasta hacerlo transparente, comprensible, lógico en su lirismo.

El exégeta, el cavador de la poesía de Juan Ramón es, también en paralelo, descubridor de sí mismo. Rey le busca sentido a la poesía de Juan Ramón porque, al unísono, quiere buscárselo a la suya propia; de ahí derivan tantos paralelismos y similitudes entre ambos poetas, como deducimos una y otra vez, por ejemplo cuando leemos (pág. 95): «Recuerdo que con trece años leí en una terraza de Málaga, viendo los tejados rojizos y el mar azul al fondo [...]» (pág. 95). Repetidamente, el crítico sazona la verdad de su libro con la verdad de sus vivencias.

Pasión hacia Juan Ramón

Al trasluz de lo que expresa el ensayista en estos breves capítulos (citamos ahora el titulado “Yo tengo encerrada en mi casa a la poesía”, págs. 137-139), comprendemos con qué pasión, o mejor arrobamiento, lee José Luis a Juan Ramón. Cómo intuye, interpreta y revive -a menudo a través de su mismo conocimiento y experiencias líricas- el poeta de Puente Genil al autor de Platero y yo, y cuántas veces para hacerlo más comprensible y universal lo relaciona o lo matiza con menciones de otros grandes poetas, como Wordsworth, Rimbaud, Mallarmé, Keats, W. Stevens, Góngora o Dickinson. Al tiempo que José Luis desvela lo que significan los versos, a veces no siempre fáciles, en que se detiene de Juan Ramón, nos habla de los credos de uno y de otro, tan coincidentes: «La poesía es una epifanía de anunciación y recuerdo de un paraíso primero en la noche de nuestra vida» (pág. 144). En estos textos de tres o cuatro páginas José Luis se expresa con una seguridad y un entusiasmo contundentes y vertidos a veces incluso en un solo párrafo de razonamientos que ocupa todo el capítulo, convenciéndonos así de la grandeza de Juan Ramón y, de paso, hasta del impertinente realismo de otros a los que el ensayista rechaza. Al fin comprendemos al grande Juan Ramón siguiendo esos lúcidos comentarios de Rey, que los escribe aprovechándolos para explicarse o desnudarse líricamente a sí mismo. Este libro, por ello, encierra una doble y paralela poética: la del comentado, que se le podría llamar «dios deseado», y la del comentarista, que sería el «dios deseante» porque es quien busca y desea la continua presencia de aquel.

Nadie mejor que José Luis, tan sensitivo y luminoso y trascendente como Juan Ramón, puede ilusionarnos para leerlo y comprobar que aquel lema del moguereño, «Amor y poesía, cada día», es también ilusión del cordobés, que con este libro demuestra que la poesía no es solo creación, sino lectura atenta y sublime explicación o exégesis de la misma poesía. De la lectura, inteligente y emotiva, que hace José Luis surge siempre un retrato de sí mismo.

A este respecto, ¡habrá pasaje más claro que este de la página 133!: «Y, sin embargo, en los poemas de Juan Ramón no veo ninguna foto suya, sino fotos mías: instantes felices y milagrosos de mi adolescencia, cuando comenzaba a leerlo, momentos de mi vida joven después y de mi vida madura que ahora comienza». Por tanto, quien quiera completar su conocimiento de Juan Ramón, y de paso acercarse al pensamiento de José Luis Rey, no tiene más que tomar en consideración este libro de plena actualidad que es En el blanco infinito. Juan Ramón Jiménez, porque al unir en él ensayo y poema, pensamiento y creación, el ensayista medita, profundiza, filosofa intensamente sobre lo que significa la creación, la construcción de un poema, lo que el poema quita y lo que da, lo que un autor debe perseguir en su concreción del mundo y su aspiración al espíritu: «La poesía nos revela el gran amor que subyace en el mundo, un amor que viene del espíritu y a él vuelve» (pág. 158).

Con qué sabiduría, insistimos, José Luis Rey se ha acercado al espíritu lírico de su preferido Juan Ramón. Por eso no miente, no se reprime cuando exclama: «Gracias, vida, porque he sabido entrar en el secreto del espíritu». Y esto para concluir, según su personal experiencia, que «Si la poesía no fuera nuestra fe, si no creyéramos del todo y con todo en nuestro paraíso que vendrá de ella, ¿qué hacemos todos aquí?» (pág. 158). José Luis Rey, sin duda, consigue de modo tajante calibrar y realzar la poesía de Juan Ramón, aunque el ensayista dirá que todo su realce está en ella misma, en su espíritu, pues «ya sabemos que la obra de Juan Ramón es la mejor en la poesía de habla española del siglo XX» (pág. 97).