Un diario desde la mirada de lo poético es una opción nueva, distinta, y enriquecedora si se aborda con seriedad, para descubrir cómo una autora se desenvuelve en otro terreno, otra parcela de la escritura como es este caso, en la que fluyen en un solo cuerpo lo intuitivo, lo psicoanalítico, la fantasía o la observación. Concha García ya tiene experiencia con este tipo de diarios, y nos dejó alguna muestra certera al respecto (La lejanía. Cuaderno de Montevideo ). Ahora vuelve con esta nueva entrega en La isla de Siltolá.

Tiempo de sembrar o de irse o de recapitular sobre todo eso que acontece, esos espacios que nos dan cobijo y algo más, trazando una línea invisible que nos acerca a lo emocional y lo sensorial, así la voz, ese yo, orquesta un itinerario no tanto geográfico --que sí, tiene su importancia-- como existencial, de posicionamiento del ser frente a los objetos, decantándose por lo placentero pero también con la pregunta de por qué determinadas cosas, situaciones y personas sí son de nuestro agrado, nos complacen y otras nos producen solo rechazo, incluso yendo más allá, cuestionándose el motivo de una u otra elección en cada caso, que bien pudiera responder a lo impulsivo, lo que fluye desde dentro sin consultarnos lo más mínimo sino solo manifestándose y plegándonos ante esa voluntad cuyo origen se nos veta.

El concepto de duración es tratado en este viaje bajo la huella de Henri Bergson. No solo el hombre se percibe a sí mismo como duración sino que también la realidad entera es duración. Surgen los distintos estados de conciencia que, como apunta Bergson, pueden guardar una cierta distinción entre ellos, aunque el enfoque varía si elegimos la perspectiva --quizás más acorde con esta situación-- de la inmediatez en los datos de la conciencia, nos proporciona una sucesión continua que enlaza el presente con el pasado. De esa forma las vivencias y existencias no se descomponen, sino que hay entre ellas una cierta armonía, como puede comprobarse en el transcurrir de las escenas y los momentos, momentos que son brechas, que abren --no cierran-- una ventana para que el lector pueda también cruzar ese umbral y ser partícipe y cómplice de ese sentir.

Ciertos lugares comunes --que dejan de serlo desde el momento en el que la voz los señala y los adhesiona a su existencia-- se abren ante nosotros porque ese yo intenta entrar en ellos, en lo que siente al tenerlos delante, al vivirlos. Se trata, pues, de escarbar en y desde el lenguaje, de ahondar en él por ver qué se puede extraer en esa indagación, que cota se alcanza con la palabra en ese terreno de lo insondable. El ser frente a los espacios, el ojo que entra y se adentra y viene con el sentimiento bajo el brazo, reflejando impresiones que se vuelven reflexiones en voz alta que eligen distintos ángulos para plantear alguna cuestión pero no como un trozo de algo mayor, sino con su propia autonomía y capacidad de provocar o suscitar.

¿Qué se puede echar de menos? ¿Lo que se vio, se tuvo o se intuyó? ¿Quién escribe? En todas estas cuestiones que surgen durante esta travesía, en esa sucesión de destellos --que no respuestas-- también surge la certeza de lo relevante del lugar donde se inicia esa ruptura con la realidad, donde se apertura hacia la búsqueda de esa identidad y esa conciencia plena, intensa y contagiosa, de estar viviendo un instante irrepetible.

'Los antiguos domicilios'. Autora: Concha García. Edita: La isla de Siltolá. Sevilla, 2015