Como señalaba acertadamente Concha Zardoya, «la poesía de Leopoldo de Luis (humana, verdadera, conmovida y conmovedora) nos deja una huella imborrable en el espíritu y en el corazón». Seremos siempre deudores de su bonhomía y su palabra. Poesía y pensamiento quedan vinculados en su prolífica trayectoria, neorromántica, social, filosófica y ética, transfija esencialmente por un insobornable compromiso humano. Sabía de su palabra desde que el vértigo de la poesía ardió en mis venas con prisa casi aciaga pero, cuando lo conocí en el cálido verano madrileño de 1989, el don de su amistad pobló mi alma. Y, por esta íntima razón, una parte de mí murió con su muerte. Leyendo sus poemas adivino que le hubiera gustado arder en el crepúsculo y convertir su cuerpo en llamarada de luz, sol ubérrimo sobre las cabezas de los oprimidos, vigoroso fuego para incendiar conciencias. Y después nada por ser en ese instante ya de todos. Nada o todo en la anhelante humanidad de sus libros y en las jubilosas ansias que fue esparciendo por todos los lugares con esa dulzura ácida de quien conoce el dolor y la belleza.

Solo muere quien es olvidado. El viernes 14 de noviembre de 2014, Córdoba rememoraba la figura del poeta, un homenaje plural organizado por la Fundación Paradigma de Córdoba, en la Biblioteca Viva de al-Andalus, en el que colaboraban, entre otros, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Córdoba. En esta evocadora jornada participaban el alcalde José Antonio Nieto, el director del Centro Andaluz de las Letras Juan José Téllez y el hijo del poeta Jorge Urrutia. Juan Pérez Cubillo, Manuel Ángel Vázquez Medel y Valentín Navarro Viguera celebraron también su figura y su obra. En recuerdo del escritor leímos poemas de su extensa producción literaria algunos poetas de Córdoba, capitaneados por Pablo García Baena. Ambos ahora deambulan juntos por los campos elíseos de la historia.