El nacimiento de Cuadernos del Sur, en 1986, del que hoy celebramos los treinta años, se produjo en un momento de gran efervescencia cultural en la ciudad, toda vez que Córdoba había sido, junto a Madrid, Salamanca, Santiago de Compostela y Granada, una de las ciudades españolas candidatas a ser elegida Capital Europea de la Cultura en 1992, año en que la Exposición Universal con sede en Sevilla dedicaría sus fastos a la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América. Dos años después, en 1988, el Consejo de Ministros de la entonces CEE hizo pública la designación de Madrid como la candidata elegida. Primera decepción cordobesa en su deseo de convertirse en el ansiado referente cultural, decepción que tendría mucha más trascendencia y calado en la siguiente opción, la que finalizó cuando el presidente del Comité de Selección, Manfred Gaulhofer, anunció a San Sebastián como la ciudad candidata elegida para representar a España como Ciudad Europea de la Cultura en 2016. Pero en 1988, lejos de sumirnos en la atonía que sucedió a ese nefasto 28 de junio de 2011, entonces, el Gobierno de la Nación, movido por la idea de mostrar al mundo la imagen de una nueva España, democrática, moderna y de progreso, alentó una serie de actuaciones en las que Córdoba, por su cercanía con Sevilla, sede de la Expo, sería parte fundamental recibiendo diversas mejoras colaterales. Todas las infraestructuras necesarias para unir Andalucía habían de ser actualizadas y el AVE, que en aquellos tiempos era sinónimo de futuro, pasaría por nuestra ciudad, lo que colmó de expectativas a esa -todavía- esperanzada opinión pública cordobesa. 1986, el año en que Cuadernos ve la luz por vez primera, es también el año en que se aprueba un nuevo Plan General de Ordenación Urbana cuyo interés se centra en las infraestructuras, los equipamientos y la vivienda social. El cambio que trajo aparejado el nuevo PGOU comenzó por la periferia, con soluciones arquitectónicas imprescindibles como la creación de las nuevas barriadas de Las Moreras y Las Palmeras, que terminaron con los últimos reductos del neochabolismo de viviendas prefabricadas presente entonces en nuestra ciudad. Un plan de centralización universitaria en la zona del Parque Cruz Conde dejó edificaciones como la Facultad de Ciencias (Sáinz de Oiza) y el complejo deportivo anexo. Al año siguiente, en 1988, se aprueba el Plan Especial del Río (P. Peña y J. Ventura), una ambiciosa intervención destinada a hacer del Guadalquivir nervio urbano y no frontera, intervención que dejará alguna polémica como el rechazo al proyecto de puente diseñado por Santiago Calatrava que uniría Miraflores con la margen derecha del río a la altura de la Cruz del Rastro. La solución elegida fue la construcción del actual Puente de Miraflores (CHS Arquitectos), cuya inauguración en 2003 volvió a teñir las páginas de este diario, amén de las tertulias cordobesas, de polémicas en cuanto a su ubicación y fisonomía. Otros equipamientos se erigieron en torno al Guadalquivir, como el Museo de Etnobotánica (F. J. Hermoso), integrado en el Jardín Botánico entonces de reciente creación, al que sucedieron una serie de intervenciones como la rehabilitación integral de la península de Miraflores (Juan Cuenca) y el Balcón del Guadalquivir y Molino de Martos (Juan Navarro Baldeweg), que se finalizaron entrado ya el nuevo milenio. El ansiado acuerdo para la remodelación de la Red Arterial Ferroviaria de Córdoba, que pondría fin a la división artificial de la ciudad en dos mitades gracias al soterramiento de las vías -una reforma conocida en su día como El Plan Renfe- llegaría en 1989. Proyectado desde 1983 por J. M. Asensio, J. Benítez, G. Rebollo y A. Rebollo, con el propósito de cambiar la fisonomía de la ciudad a la llegada del siglo XXI, sus resultados dejan claroscuros, pues si bien la reforma ha dotado a la ciudad de una arteria alegre y anchurosa, su idea de dotar a Córdoba de una zona residencial y comercial de alto standing se ha visto truncada por la existencia de una prolongada crisis económica que se manifiesta muy crudamente año tras año en nuestra ciudad y que aleja cada vez más la idea de convertir el espacio liberado en la milla de oro de nuestra ciudad.

La llegada del 92 es la llegada del AVE, que pasa por nuestra ciudad a costa de un elevado peaje, la pérdida del complejo arqueológico de Cercadilla, entonces recientemente descubierto, que queda arrasado casi en su totalidad para instalar las infraestructuras de la nueva estación. Sin embargo, la ciudad no disfrutará de las ventajas de la alta velocidad hasta la finalización de las obras en 1994, mientras que las de su vecina estación de autobuses, obra de César Portela, tocaron a su fin en 1998. Un año después, el edificio, que integra en el proyecto los restos arqueológicos existentes junto a mobiliario y esculturas de Equipo 57, Agustín Ibarrola y Sergio Portela, es premiada con el Nacional de Arquitectura. La demora en la finalización de los proyectos por el retraso en las obras, un mal endémico en nuestra ciudad, hace que pese a los retrasos las intervenciones vayan al cabo concluyéndose y ya pasados los fastos del 92, la década ve finalizadas infraestructuras como el Pabellón Municipal de Deportes de Vistalegre (J. M. García y J. E. González), el Puente del Arenal (Fernández Ordóñez), y la definitiva liberación de los antiguos terrenos de RENFE a más de las estaciones antes señaladas, entre otras relevantes actuaciones arquitectónicas entre las que se incluyen una primera fase del Nuevo Estadio del Arcángel (García del Barrio). El desarrollo económico de esos años posibilita un nuevo Plan General de Ordenación Urbana en 2001, PGOU que trae aparejada la expansión de la ciudad hacia Poniente, la zona del Tablero Bajo y el entorno del Parque Figueroa. Si bien algunos proyectos se quedaron atrás, como el debatido Centro de Congresos de Rem Koolhas, en conjunto las actuaciones han dejado una ciudad integrada con su río, con edificios de importancia internacional como el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía y el Centro de Visitantes de Madinat al-Zahra (ambos de Nieto y Sobejano, este último Premio Aga Khan de Arquitectura en 2010). Mención aparte merece la importante intervención en el Puente Romano y su entorno (Juan Cuenca), que incluye la rehabilitación de tan históricos espacios, Puente, Puerta del Puente y Torre de la Calahorra, además de la creación del Centro de Visitantes sito entre la qibla de la Mezquita y el espacio colidante al río. Es esta una intervención en la que han tenido cabida artistas contemporáneos como Dorothea von Elbe, con una escultura en la fachada del Centro de Visitantes, Jose Mª Baez reinterpretando la hasta entonces perdida hornacina del Puente Romano y Guillermo Pérez Villalta, autor de la puerta de bronce de la Puerta del Puente ejecutada por Jacinto Lara, actuaciones muy acordes a los postulados vanguardistas de integración de las artes. La compleja actuación, que vino acompañada de una efímera polémica -de orden estético, que no metodológico- fue refrendada en su acierto por la concesión del Premio Europa Nostra en 2014.

La actuación urbanística, que, como hemos visto, ha alumbrado una ciudad a escala humana, habitable y acogedora, que aúna planteamientos modernos con nuestra monumental herencia patrimonial, también ha arrojado sombras en este último punto. De entre las pérdidas, la más lamentable, la del extraordinario complejo arqueológico de Cercadilla, como hemos avanzado antes. Tras su destrucción, el estado en que se encuentran los restos insepultos define perfectamente el desinterés que por el conjunto han mostrado continuamente las diversas Administraciones. Grande pérdida fue también lo hallado en los Arrabales de Poniente, el antiguo barrio califal de al-Garbi, de extensión similar a la Axerquía, hoy perdido, mientras que el arrabal de Saqunda permanece en espera de una adecuada puesta en valor. La desidia de sus propietarios, en especial en lo relacionado con el patrimonio eclesiástico, vio en años pasados cómo la ciudad sufría perdidas como la del retablo de Gómez de Sandoval y la techumbre mudéjar de la iglesia de la Magdalena. Poco a poco se va tomando conciencia de la adecuada protección y así vemos felizmente acabadas actuaciones de gran valor en la defensa y conservación de nuestro patrimonio, como las restauraciones realizadas en las iglesias de la Merced, Santiago, San Lorenzo, San Agustín, San Basilio, el retablo de Valdés Leal sito en El Carmen de Puerta Nueva o la por fin remozada fachada de San Pedro de Alcántara. Tampoco las administraciones civiles se quedan al margen: Santa Clara y Regina duermen el sueño de los justos durante lustros, despertados de vez en vez por el anuncio de alguna actuación en dichos conjuntos patrimoniales, hoy prácticamente en abandono. Por fortuna, la iglesia de Madre de Dios se ha acogido a un programa de restauración que esperemos devuelva al antiguo templo su funcionalidad y pueda servir para paliar en lo posible la carencia de infraestructuras culturales de la ciudad, aún más necesarias en las zonas anejas al casco histórico, lo que favorecería su descongestionamiento, un problema que está empezando a aparecer por las particulares situaciones que atraviesan las ofertas turísticas mundiales y que sitúa a España, y a nuestra ciudad particularmente, en cabeza de los destinos vacacionales más atractivos y seguros.

Del mismo modo que la ciudad ha ido evolucionando arquitectónicamente e incrementando su patrimonio histórico mediante las actuaciones brevemente reseñadas anteriormente, el panorama artístico ha ido cambiando y adaptándose a la realidad histórica en estos seis lustros que hoy rememoramos. Con la llegada de la década de los 80, la posmodernidad alentó una eclosión de creatividad que en nuestra ciudad se hizo muy visible al amparo de locales míticos como Varsovia, Etcétera o Portón Cuatro, donde las diversas tendencias urbanas se mezclaban con músicos, diseñadores de moda, escritores y artistas, surgiendo colectivos como Arte Acción o Grupo X y revistas como Boronía. Al mismo tiempo, artistas históricos se encontraban en activo mostrando sus últimas obras, a la

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