Nos dicen que las míticas islas Maldivas se hunden en descomunales plásticos flotando libremente sobre sus paradisíacos y transparentes mares, que el aire que respiramos nos puede asfixiar con sus impurificadas y viciadas partículas, que los manjares que comemos nos pueden llevar a infinitas e incurables enfermedades, que los políticos impregnan sus palabras de excelente verborrea con la única finalidad de conseguir su voto en el momento justo y oportuno. Todo está contaminado. Pues bien, luchemos por erradicar esta contaminación. Ha llegado el momento de erradicarla. Rompamos esta muralla impregnada de repugnante y nauseabunda basura. Pongamos un límite a esta degradación convertida ya en algo indeseable e insostenible. Será la única manera de evitar que se extienda como una trepadora y carcomida epidemia. Será la única manera de que no escale, suba y contamine, también, nuestros protegidos corazones.