En 1970 aparece la antología Nueve Novísimos , al decir del tópico y el criterio establecido una suerte de aldabonazo más o menos eficiente a la hora de fijar un antes y un después (o ese supuesto tajo providencial entre lo viejo y lo nuevo) en la poesía española del último franquismo. En ese tiempo no existe entre los jóvenes poetas que poco más tarde editarían Antorcha de Paja la idea preconcebida de hacer una revista, pues Francisco Gálvez, Rafael Alvarez Merlo y José Luis Amaro son en puridad unos amigos que salen juntos a divertirse y a hablar de poesía. La Córdoba de aquel entonces era ciertamente un erial en lo tocante a poetas y actividades culturales, algo bastante alejado de la imagen que hoy nos hemos ido forjando a base en parte de voluntarismo, y en parte de éxitos reales. Permanecía así la ciudad callada, inmóvil y como ensimismada en lo social y lo intelectual, dato que hacía que los poetas de Antorcha de Paja se sintieran huérfanos, tanto por la ausencia de una vida literaria digna de mención como por la casi inexistente relación con sus poetas mayores. Al fin y al cabo Ricardo Molina había muerto en 1968, Pablo García Baena estaba en Torremolinos, Vicente Núñez permanecía recluido en su silencio de Aguilar de la Frontera, Manuel Alvarez Ortega y Julio Aumente residían en Madrid, y sólo un aislado Juan Bernier, el que escribiera que "tristemente y en vano se rebelan los hombres", continuaba en Córdoba, dedicado a la arqueología.

Tal es el contexto desde el que estos poetas, con un sentimiento de generación, insertos en su época y urgidos por un afán de entrar en poesía (como diría Juan Larrea), de ubicarse en la creación a la par que determinaban su propio lugar, con ganas de participar en el panorama de la poesía española, metiendo baza en los debates literarios y socio-políticos del momento, deciden poner en marcha una revista de poesía. Se tratará de una singladura sostenida mediante el esfuerzo material y económico de los propios poetas que la autoeditan, sin subvenciones ni apoyaturas oficiales, al objeto de lograr ser independientes, darse a conocer y manifestar su opinión en el ámbito poético y cultural. De una revista, por tanto, caracterizada por su sentido crítico, incluso combativo, la cual prolongará un modelo de publicación ya clásico en la poesía española (aunque en el presente haya, por desgracia, desaparecido), y que generalmente arrancaba de la periferia geográfica o literaria, mas de común a lomos de la inspiración y el propósito de romper barreras, y no sólo las provinciales y regionales. De un órgano de expresión, por consiguiente, que fuese algo más que un mero soporte para el intercambio de poemas.

Cuando ve la luz el primer número de la revista, en abril de 1973, apenas ha dejado de ser novedad la antología de José María Castellet. Antes de que Guillermo Carnero llegue a Córdoba para documentarse sobre Cántico y dar pie con ello a su influyente estudio y a la relectura histórica que de éste se desprende, aparece publicado el primer número de Antorcha de Paja , en cuyas palabras inaugurales, a modo de editorial, se hace meridiana referencia al año 1947, fecha de aparición del celebérrimo grupo cordobés. Se evidencia de este modo el deseo de volver a la mejor poesía española, y de conseguirlo sin nostalgias, desde los presupuestos estéticos y generacionales de los años 70; y no, como Manuel Urbano quiso entender en su antología, de formular un velado ataque a Cántico . Será, pues, poco después de ese debut, según se indica, cuando Guillermo Carnero se ponga en contacto con Antorcha de Paja , por intermedio de Francisco Gálvez, para acercarse a Córdoba y consultar los archivos de Cántico , con vistas a su recuperación literaria, tal y como se explicita en una carta fechada el 7 de marzo de 1975. No sólo quedan visibles, desde un primer instante, las vislumbres y coincidencias generacionales, sino también el hecho relevante de la anticipación.

A esta toma de postura prologal se sumarían con el tiempo, sin dejar de lado el contenido intrínseco de la revista, dos factores fundamentales que, de cara a los anales literarios, complementan el compromiso y el devenir de la revista Antorcha de Paja . El primero lo constituyen los editoriales de la revista, que exhiben la frescura y el ímpetu iconoclasta del momento, su condición de reflejo, espontáneo y sincero, de una voracidad encomiable. El segundo, aunque por ahora únicamente haya llegado al público de forma esporádica y muy fragmentaria, se cifra en la correspondencia o epistolario de la revista, fondo documental que supone una elocuente glosa de las relaciones de los poetas de Antorcha de Paja con su feraz entorno circundante. El archivo al que nos referimos cuenta con más de trescientas cartas, no sólo de poetas mayores y de generaciones anteriores como Vicente Aleixandre, Manuel Alvarez Ortega, Jorge Guillen o Rafael Alberti, sino, en mayor medida, pertenecientes a la propia hornada. Esta correspondencia de Antorcha de Paja reviste mayor significación de lo que podría parecer, y no ya para una interpretación cabal de la revista, sino desde el estricto punto de vista histórico-literario en lo que concierne a la poesía andaluza y española de los 70.

Por otra parte, cabe rememorar aquí que las primeras movidas juveniles del 68 se estaban produciendo al margen de los poetas andaluces, ante lo que era menester reaccionar, y que Antorcha de Paja , al contrario de lo que se ha dicho o pudo llegar a parecer, no estaba ni en contra ni a favor de sus coetáneos del grupo novísimo; sino que sus reparos, como mucho, iban dirigidos hacia la operación publicitaria concreta y, desde luego, como desafío a la predominancia relativa del eje compuesto por Madrid, Valencia y Barcelona.

Ese tiempo de inesquivable transición, en los órdenes social, político y cultural, es el tiempo de Antorcha de Paja y de otras revistas de características similares, tales como Poesía 70 y El Despeñaperro Andaluz , con Juan de Loxa; como Tragaluz con Alvaro Salvador, en Granada; como Marejada en Cádiz, con Jesús Fernández Palacios, Rafael de Cózar y José Manuel Ripoll; como Unicornio en Málaga; como Cal y Calle del Aire , en Sevilla. He aquí enumeradas las principales revistas de los 70 en Andalucía. Las que, en esa tesitura, con un talante de propiciar el debate y repletas de propuestas para cambiar el estado de cosas desde una clarividente multiplicidad de puntos de vista, parecían dispuestas a servir a un país; el cual, lleno de anhelo y de curiosidad por explorar lo desconocido, daba la impresión de querer salir, al menos de boquilla, de aquella extenuante, santurrona y mediocre dictadura.